Evitar a Elián y Bo no era tarea fácil. Al primero lo pillaba mirándome fijo cada vez que nos encontrábamos, con cara de tener algo atragantado en la garganta que no lo dejaba respirar. A la segunda, me la topaba con demasiada frecuencia, pues parecía que ninguna de las dos podía quedarse quieta dentro de aquella casa, y cada vez que lo hacía, se me quedaba viendo de manera extraña cuando creía que no la miraba.
Las únicas que parecían estar todo el día ocupadas eran Viana y su madre, que desaparecían temprano en la mañana tras las paredes de una habitación completamente negra y no volvían a salir hasta que caía el sol por completo, tarde en la noche. Se la veía agotada, y usaba sus manos como si le doliera moverlas, aunque no me había dejado examinarlas para saber qué le estaba causando aquella incomodidad. Además, ahora que era la novia de Bo, pasaba casi todo su tiempo con ella, y aunque me había invitado varias veces a acompañarla, frente a todas mis negativas, finalmente se había dado por vencida y había dejado de hacerlo.
Para evitar toda esa incomodidad permanente, comencé a dar paseos en los alrededores de la casa, y de a poco, me aventuré más allá. Pronto me di cuenta de que nadie me impediría salir, ni siquiera tenía que escabullirme; no era yo quién le interesaba a la bruja, sino Viana, y ella era la única razón por la cual no me había ido ya hace días para dejar todo atrás. Mis paseos eran más o menos todos iguales; caminaba por algún sector del mercado negro con las manos en los bolsillos y escuchaba todo lo que podía de las conversaciones de los transeúntes. Mi Chas había mejorado considerablemente durante mi cautiverio, y aunque no era muy buena produciéndolo, podía entenderlo bastante bien. Fue así como me enteré de la existencia de un templo en las cercanías, el que aproveché de visitar en mi tercer día de deambular. Madame Aha me había quitado todos los inciensos que llevaba encima, alegando que no había espacio en su casa para asuntos paganos. De la religión de Chiasa comprendía muy poco, pero no me explicaba por qué una bruja precisamente estaría en contra de las creencias que sostenían personas como la Garza, siendo que ellos también eran hechiceros. Como fuera, había intentado hablar con Ginto dentro del edificio de obsidiana y no había tenido éxito, por lo que acudir al templo fue la mejor idea que se me ocurrió.
Al entrar me encontré con un completo silencio. Al igual que las habitaciones de la Garza, el interior del lugar estaba construido casi enteramente de sal, aunque por fuera estaba hecho de piedra, como casi todo lo demás en Chiasa. Un puñado de personas estaba congregado rezando en un círculo, pero casi todo el mundo lo hacía por su cuenta. Tomé una alfombrilla y busqué un lugar apartado, pues no quería arriesgarme a que alguien fuera a notar la presencia de Ginto si es que llegaba a presentarse.
El lugar estaba lleno de humo de incienso, pero me apresuré a encender uno más. Dejé que la llama de la cerilla se consumiera entre mis dedos, disfrutando la sensación de calidez. Me encontré a mí misma encendiendo otra y otra, hasta que se hubieron acabado todas las de la caja. Miré alrededor, preocupada de que alguien me hubiera visto, pero todos estaban enfocados únicamente en sus rezos. Me reprendí por distraerme, pero una vez hube tocado el fuego, me di cuenta de cuánto lo necesitaba realmente. Además, por cada cerilla que se extinguía, sentía como la presencia de Ginto se hacía cada vez más fuerte, y con eso, me sentía cada vez más tranquila.
ESTÁS LEYENDO
Garza de Jade (Las Alas del Reino II)
FantasyCONTIENE SPOILERS DEL LIBRO I Luego de enterarse de la desaparición de Lily y la Reina Oria, Bo, Elián y Viana parten en su búsqueda inmediatamente. Viajando al sur a través del continente, la princesa comienza a abrir los ojos ante la realidad del...