XLIV: Morderse la Cola

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Corrimos hasta que las piernas no nos sujetaron, pero no llegamos muy lejos, de hecho, allá donde miráramos reinaban la destrucción y el caos

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Corrimos hasta que las piernas no nos sujetaron, pero no llegamos muy lejos, de hecho, allá donde miráramos reinaban la destrucción y el caos. Las casas y edificios lucían vacíos, pero se podía sentir el aliento contenido de todas las personas que estaban ocultas tras sus paredes. Bo no dejaba de voltearse cada cierto rato, pero lo que fuera que estuviera buscando, no lo encontraba. Sus movimientos solo lograban ponerme más nerviosa, así que la tomé de la mano para ver si eso la distraía, pero no hubo caso; al poco tiempo se soltó sin darse cuenta a la vez que seguía mirando a su alrededor.

Al llegar a la zona del mercado, Elián había comenzado a hacer lo mismo, pero ni Lily ni yo quisimos preguntar qué ocurría. Sospechaba que, de haberlo hecho, tampoco nos habrían contestado. A veces sentía que se tomaban demasiado en serio su papel de caballeros de dorada armadura, pero en ese momento, lo agradecía profundamente. Mi mejor amiga y yo nos tomamos del brazo al darnos cuenta de que ninguno de los dos volvería pronto; no queríamos caminar a solas entre aquella desolación y ante el contacto descubrimos lo mucho que nos echábamos de menos y cuánto todavía nos calmaba la presencia de la otra. Continuamos andando de esa manera hasta que Elián nos hizo detenernos con un gesto.

Un poco más allá, la calle estaba abierta en un gran cráter desde el cual salía una débil luz que iluminaba la noche. Él y Bo dejaron de mirar hacia atrás para adelantarse y explorar, sin embargo, Lily y yo no nos quedamos atrás y los seguimos de cerca sin darles la oportunidad de protestar. El agujero daba a una especie de resbaladilla de piedra tallada que antes había estado escondido entre la roca, pero que ahora estaba rodeado de nada, dejando ver la Ciudad Subterránea desde lo que sería su versión del firmamento. Embelesada mirando lo hermosa que se veía desde arriba, no me percaté de que alguien se había acercado y no fui capaz de reaccionar cuando me empujaron hacia abajo. Cerré los ojos mientras caía, rezándole a la Estrella no caerme fuera de la resbaladilla. Por suerte, el golpe solo me lo llevé al caer al suelo y luego cuando Lily aterrizó sobre mí.

Nos apartamos a tiempo, evitando que Elián y Bo tomaran tierra sobre nosotras. Los ayudamos a levantarse antes de que el tercer par de personas descendiera con mucha más gracia de la que había demostrado ninguno de nosotros.

—Yo te conozco —le dijo Bo a una de las mujeres. El tono que usó nos alertó que no era una buena noticia.

—Tranquila, niña —respondió ella a su vez. Bo apretó los dientes para no ladrarle ante aquella palabra despectiva—. Solo queremos hablar con ustedes. Me lo debes.

Al parecer era cierto, porque mi novia no dijo nada y nos hizo un gesto para que la siguiéramos. Pocas veces había notado la confianza ciega que tenía Elián en su mejor amiga, porque, aunque a mí me parecía una pésima idea, él ni siquiera pestañeó ante la orden. Lily, por otro lado, me lanzó una mirada cargada de duda pero yo también asentí. Sería un largo tiempo antes de que pudiera lograr que confiara en ella, si es que alguna vez lo hacía.

Anduvimos por un buen trecho hasta llegar a un templo que había visto mejores días. No entramos, sino que lo rodeamos hasta una choza en la parte de atrás, dentro de la cual había alrededor de unas veinte personas, todas apretujadas en un espacio que no estaba pensado para más de una decena de ellos. La mujer, que nos había hablado en Arcés, anunció en Chás que estábamos allí para ayudarlos. Era una suerte que Bo no comprendiera el idioma, o habría saltado sobre ella en un instante.

—Las ratas dejaron la alcantarilla —fue lo primero que nos dijo, refiriéndose a los soldados—. La ciudad fue redada y solo quedamos nosotros.

Solo ellos, de una ciudad entera. Sentí mi corazón encogerse.

—No quiero sonar descortés... —comenzó Elián.

—¿Qué se supone que hagamos nosotros? —terminó Bo por él, poniendo en palabras lo que todos estábamos pensando.

—Ustedes no —dijo la mujer mirándola con desagrado—. Ella.

Lily, que estaba acostumbrada a mezclarse en el fondo, se sorprendió al oír su nombre. Sus ojos estaban todavía hinchados por las lágrimas que había derramado a causa de su dragona, pero le sostuvo la mirada con seriedad, con esa expresión que solo se suavizaba con las personas correctas.

—No me interesa —sentenció antes de escucharla siquiera—. Una vez que recupere a Ginto, nos largamos.

—No podrás recuperar a Shen Ginto de las garras de la Garza de Jade —explicó la segunda mujer—. No ahora que fue encerrada con Shen Kwyo; una vez juntos, están condenados a perseguir la cola del otro por toda la eternidad.

—Eso es estúpido —dijo Bo y tenía razón.

—Fueron el último regalo de Verie para protegernos. Sin embargo, sabían que la naturaleza humana es egoísta, por lo que lanzaron aquella maldición para que actuase en el probable caso de que alguien quisiera apoderarse de la magia de los dragones.

—Cuando dice Verie —pregunté yo—, ¿se refiere a la isla? ¿Esa isla?

—La única isla de Verie —respondió la mujer, hablándome como si tuviera problemas para comprender—. La única que hay.

—Eso no es posible —dijo Elián—. Es una leyenda.

—Así como Shen Ginto y Shen Kwyo también lo eran. Así como lo seremos nosotros si no los liberamos.

—¿Sabe cómo liberarla? —saltó Lily con urgencia.

—Nosotros no, pero en Verie podrán decírselos.

—¿Y qué ganan ustedes con liberarlos? —preguntó Bo con suspicacia—. ¿Se supone que creamos que lo hacen por el bien de los dragones?

—No pretendemos jugar a los héroes —dijo un hombre—. Somos tan egoístas como cualquier persona; si los dragones permanecen encerrados, la magia que reina en el continente desaparecerá. Poco a poco, gota a gota, los brujos nos quedaremos sin ella y ustedes, los mestizos, de debilitarán a tal punto que la muerte les parecerá deseable.

Los ojos de Bo brillaron peligrosamente. No le gustaba que la amenazaran.

—¿Estará bien Ginto hasta que volvamos? —preguntó Lily, que al parecer ya había tomado su decisión.

—Si lo dices por Shen Kwyo, sí, lo estará. Ninguno de los dos puede sobrepasar al otro en poder, es por eso que su condena es perseguirse sin jamás alcanzarse —explicó la mujer—. Si lo dices por la Garza de Jade... no lo sabemos.

La imagen de la dragona siendo arrastrada por las cadenas hasta ese pequeño cofre mientras rugia desesperada me quemó la retina. Volví a entrelazar mi brazo con el de Lily, quien posó su mano sobre la mía en un gesto automático de tranquilizarme, como si no fuera ella quien estaba temblando ligeramente ante la idea de que a su dragona pudiesen hacerle daño.

Elián, Bo y yo nos miramos. Bastó un segundo para decidir que iríamos, que no volverían a separarnos.

—Dígannos qué tenemos que hacer.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora