La espera era la peor parte.
No la incertidumbre, no las sospechas, no la sobreprotección, ni siquiera los dolorosos ejercicios para recuperar la movilidad después de haber estado muerto. Nada de eso podía compararse a lo tedioso y hasta físicamente apelmazante que era la eterna quietud antes de la acción. La estúpida calma antes de la tormenta.
Mamá no se separaba de mi lado, y me miraba con preocupación cuando creía que no la veía. Me parecía que tenía miedo de que olvidara cómo respirar, o que la magia que habían obrado en mí los magos de la corona dejara de surtir efecto, y cayera como un saco de harina a sus pies para jamás volver a levantarme. Por un lado, la entendía, por el otro, no soportaba que me siguiera a todas partes como un alma en pena. Es por eso que, cuando mi padre me invitó a una reunión sobre la inminente guerra contra Arcia a la que solo podían asistir hombres, sentí un alivio inigualable al saber que se separaría de mí, aunque fueran tan solo unas cuántas horas.
Era la primera vez que asistía a una reunión con los consejeros de mi padre y el orgullo hinchaba mi pecho. Luego de mi experiencia extremadamente cercana con la muerte, su trato hacía mí había cambiado; se comportaba algo más frío, pero también estaba dándome entrada a lugares donde antes jamás había habido un espacio para mí. El haber muerto y revivido me había dignificado ante sus ojos, y, en su posición de Kwan, había ordenado que se me buscase inmediatamente una novia entre las damas nobles disponibles, pues los años pasaban rápidamente y no podíamos permitirnos mostrar ningún signo de debilidad, como lo era el hecho de que yo aún no estuviera casado. El problema es que ninguna me gustaba, eran aburridas, sin imaginación, y lucían todas iguales, llevando la misma moda y el mismo maquillaje. Viana había sido distinta, era hermosa y exótica, el único problema, claro está, era que se trataba de una ramera traidora.
En las noches, cuando estaba en la soledad de mi habitación, me veía a mí mismo con las manos alrededor de su cuello, viendo como se le escapaba hasta la última gota de aire mientras se retorcía bajo mi fuerza. Justo antes de que la vida dejara su cuerpo, la soltaba y le arrebataba un último beso, y luego volvía a comenzar. Lo imaginaba hasta que me hartaba, y luego terminaba el trabajo. Se había convertido en una especie de ritual, algo que me ayudaba a calmarme luego de la humillación que mi familia había vivido a manos del irrisorio reino de Arcia. Ardía en rabia cuando pensaba en todo aquello; un mísero pueblo atrasado nos había visto la cara, y nos había avergonzado frente a toda la comunidad internacional. Lo peor de todo, era que mi padre les había entregado en bandeja nuestros adelantos tecnológicos militares, seguro como estaba de que tendríamos al pequeño reino en nuestros cofres antes de que terminara el verano.
Había sido estúpido de su parte, pero ninguno de sus consejeros lo había contradicho, y tampoco ninguno de ellos lo había mencionado directamente luego del día de la boda. Se hablaba de aquello como si hubiera sido un infeliz accidente más que un absoluto desacierto de un Kwan que ya estaba perdiendo el toque. Yo, por ejemplo, jamás habría cometido una estupidez de ese calibre, o de ningún otro, realmente. No podía esperar a que los años pasaran y el anciano fuera puesto en el mausoleo familiar para que Chiasa fuera toda mía. Pero antes, teníamos una guerra que ganar.
ESTÁS LEYENDO
Garza de Jade (Las Alas del Reino II)
FantasíaCONTIENE SPOILERS DEL LIBRO I Luego de enterarse de la desaparición de Lily y la Reina Oria, Bo, Elián y Viana parten en su búsqueda inmediatamente. Viajando al sur a través del continente, la princesa comienza a abrir los ojos ante la realidad del...