Hasta antes de la visita de mi padre, me atreví a creer que el dolor de un brazo dislocado al caer de tal altura era el peor sufrimiento por el que podía pasar una persona. Pero a él, hombre orgulloso, le encantaba demostrarme una y otra vez lo mucho que podía llegar a equivocarme, lo poco que sabía de la vida en sí misma. Existir dentro de Kwyo había logrado que me sintiera invencible, no había nada como la llama de un dragón milenario para hacerte creer que estabas a la altura, que tú, también, estabas destinado a cosas grandes. El ser el príncipe y luego el emperador de un imperio tan grande y poderoso, por supuesto, ayudaba a acrecentar esa idea. Mi padre lo sabía y me conocía más de lo que me había atrevido a pensar. Yo, por el contrario, lo había subestimado.
La puerta del ala hospitalaria se abrió con un chirrido, intencional. Nada en el palacio habría hecho un ruido que el mandamás no aprobara. Estaba anunciando su entrada, pues no había allí nadie más que pudiera hacerlo por él. Todos los sirvientes, enfermeras y doctoras habían desaparecido. Estábamos solos a excepción de mi madre, que entró detrás de él, pero cuya presencia era tan prescindible como la de un adorno sin gracia.
El hombre se acercó a mi cama con los brazos escondidos tras él. 'Va a azotarme' pensé 'Va a desquitarse por fin'. No me imaginaba que, a pesar de haber adivinado, estaba muy equivocado. En su mano tenía un mazo pequeño de oro macizo, brillante y ornamentado con flores de cerezo que hacían de él una pieza de colección, sin embargo yo sabía lo que era y temblé al verlo. Mi madre, a sus espaldas, miraba con una frialdad que hasta ahora siempre había confundido con indiferencia, pero que entonces supe no era más que crueldad tapada por el velo de la decencia.
Sin ceremonia ni palabras en las que regocijarse, mi padre levantó el mazo sobre su cabeza y lo dejó caer sobre mi pierna, partiendo la tibia por la mitad en un solo golpe seco, que no sangró pero que sí sonó de tal forma que creí que vomitaría. Repitió el proceso con la otra pierna y luego hizo lo mismo sobre ambos fémures y amos tobillos. Seis azotes limpios para destrozarme, seis porrazos para asegurarse de que jamás podría gobernar.
No me miró una sola vez a los ojos antes de salir. Mi madre, por otro lado, me sostuvo la miraba mientras derramaba lágrimas de agonía sin acercarse a consolarme. Aunque no había infligido las heridas ella misma, el vacío de sus ojos me asustó mucho más.
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Garza de Jade (Las Alas del Reino II)
FantasíaCONTIENE SPOILERS DEL LIBRO I Luego de enterarse de la desaparición de Lily y la Reina Oria, Bo, Elián y Viana parten en su búsqueda inmediatamente. Viajando al sur a través del continente, la princesa comienza a abrir los ojos ante la realidad del...