XXIII: Punto de Ebullición

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Ya había perdido demasiado tiempo dentro de aquella habitación

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Ya había perdido demasiado tiempo dentro de aquella habitación. El aire salado me hería la piel, y cada segundo que pasaba el cuerpo me dolía más y más de estar en la misma posición por tantas horas. Tenía que salir de allí y encontrar a Elián, y luego podríamos encontrar a Pyra y, con su ayuda, recuperaríamos a Bo. Con un poco de suerte, todavía no la habían sentenciado, y seguía pasando unos muy malos, pero seguros días, en prisión.

Debía haber alguna forma de atravesar aquella pared, y la siguiente y la siguiente, hasta que pudiera recuperar a mis amigos. Afuera se oía mucho ajetreo, lo cual era extraño, porque hasta ahora solo había reinado el silencio. Además de todas las pisadas de aquí para allá, un grito irrumpió hasta mi habitación, uno que ya había escuchado antes. Se trataba de Lily, conocía su voz demasiado bien como para confundirla con ninguna otra. De alguna manera, habíamos terminado en el mismo lugar. Y si ella estaba aquí, mi madre también lo estaría.

Con energías renovadas, me levanté y comencé a tantear las paredes, pensando que quizás había algún tipo de atajo que podía activar. Sí, sabía que funcionaban con magia, pero también me había fijado en que, cada vez que una de esas espantosas personas entraba con una bandeja de comida, la puerta que se liquidificaba era siempre del mismo tamaño y forma. Debía de haber alguna forma de activarla, quizás usando un cristal como amplificador como hacían comúnmente en Chiasa, o quizás con la ayuda de magia más primitiva...

Moví la cama contra la pared y me encaramé para revisar la parte alta de la habitación. Tal y cómo lo había previsto, dos minúsculos cuarzos blancos estaban incrustados de forma paralela en la sal. Eran casi imperceptibles, totalmente invisibles si no los estabas buscando, y prácticamente indiferenciables de los bloques de sal. Si Pyra nos había seguido hasta aquí, ella podría ser nuestra llave de salida. Había presenciado como Elián y ella se comunicaban sin emitir ningún sonido, y en ocasiones, Bo también le hablaba, aunque jamás esperaba respuesta. Yo, sin embargo, nunca lo había intentado. ¿Vendría si la llamaba? ¿Y qué tan alto tendría que hacerlo? Quizás bastaría con susurrar, o quizá no. Tan solo esperaba no tener que gritar, porque eso arruinaría mi plan por completo. Contando, claro, con que Pyra realmente hubiera tenido oportunidad de colarse a tan extraño lugar. La pequeña salamandra había logrado seguirnos la pista por todo el continente cada vez que la perdíamos, sin duda habría llegado hasta aquí.

Tenía que haberlo hecho.

—Pyra... Pyra... —comencé a llamar. Apenas un murmullo al comienzo, luego un poco más alto, hasta casi decirlo en voz alta.

La seguí llamando por un buen rato, hasta que oí un coletazo fuera de mi celda.

—Entra —le pedí, pero no pasó nada. Otro coletazo.

Bien. No podía ser tan sencillo. Los cuarzos debían de activarse de alguna manera, quizás necesitaban algún tipo de conexión además de la magia de Pyra. Froté mis manos hasta que entraron en calor y coloqué una sobre cada cuarzo, entonces, el hocico de Pyra se asomó por entre la sal, y luego su cuerpo completo había atravesado la pared.

No podía creerlo. De verdad había funcionado.

Emocionada, me bajé de la cama para abrazarla. No éramos cercanas, pero nunca había estado tan feliz de ver a una criatura en mi vida. Con cuidado, Pyra me lamió las lágrimas de alivio que comenzaban a caer por mi rostro, mientras yo le acariciaba el lomo, cubierto de ásperas escamas. Resistí la tentación de pensar en Bo a causa de la textura. No tenía tiempo para lamentarme ahora, no cuando ya habíamos perdido tanto. Además, la vería pronto. Lo sabía. La vería pronto, y a Elián, a Lily y a mi madre. Saldríamos de ahí y del horroroso imperio de Chiasa. Solo un poco más y seríamos libres.

Cuando me hube calmado, me senté un segundo a pensar en cómo podría hacerlo para tocar los cristales al mismo tiempo que atravesaba la pared, y especialmente, en cuándo sería el momento idóneo para hacerlo. Las personas de ojos blancos eran extremadamente silenciosas, y no me parecía una buena idea hacer que Pyra montara guardia, pues si la veían, se desharían de ella, y no podía permitir que Elián tuviera otra pérdida. Luego de meditarlo un momento, decidí que utilizaría cabello; si mis manos servían de puente, entonces también lo haría mi pelo. Estaba algo corto, pero si ataba dos o tres mechones, alcanzaría de sobra. Llamé a Pyra, que estaba recorriendo el techo, y le susurré mi solicitud. Demostrando que me entendía perfectamente, mordisqueó el mechón que había apartado hasta separarlo de mi cabeza, una, dos, tres veces, hasta que tuve suficiente. Había intentado no sacar todo del mismo lugar, pero temía haberme dejado un pelón en alguna parte. Esperaba que a Bo no le importara, así como a mi no me importaban sus cicatrices.

Uní los mechones entre sí con fuertes nudos, mientras observaba mi cabello como si fuera un objeto extraño al que no podía reconocer. Aunque me maquillaba cada día y me arreglaba, todavía no me acostumbraba del todo a mi nueva apariencia, especialmente a mi cabello corto y más oscuro, ya que había sido toda una vida de llevarlo de forma diferente. No pude dejar de sonreír ante lo simple de mis pensamientos. Muy en el fondo, seguía siendo la misma, preocupada por cosas que no eran importantes, o que harían reír a otros si las admitiera en voz alta.

—Necesito tu saliva aquí —le pedí a Pyra que mojase cada uno de los extremos, para poder pegarlos a los cuarzos. Era algo asqueroso, pues la sustancia se sentía tibia y olorosa en mis dedos mojados, pero intenté no pensar en ello.

Me volví a encaramar a la cama e hice lo que pude para asegurar la conexión. Tenía, con mucho, medio minuto antes de que la baba cediera y el cabello dejara de conectar ambos cuarzos. Tomando una bocanada de aire, levanté a Pyra en mis brazos y corrí con todas mis fuerzas hacia la pared. Un segundo antes de atravesarla, juré que chocaría contra ella y me quebraría hasta el último de mis dientes, pero la sal dio paso a un líquido espeso y frío, y tan pronto como me había encontrado dentro de la habitación, estaba fuera de ella. Guardé silencio, esperando para ver si alguien se aproximaba por el pasillo. Cuando estuve segura de que estaba sola, me apresuré a dejar a Pyra en el suelo y pedirle que me condujera hasta donde tenían encerrado a Elián.

—¿Viana?

Me volteé, reconociendo la voz de inmediato. Allí estaba Lily, de pie en medio del pasillo. No parecía especialmente feliz de verme.

—¡Lily! —solté muy alto antes de darme cuenta del peligro. Rápidamente cerré la boca y la tomé por el brazo. Quería abrazarla, pero no era el momento indicado para hacerlo —. ¡Vamos! ¡Rápido!

Mi mejor amiga no se movía. Me miraba como si estuviera viendo un fantasma, como si no estuviera realmente allí y pudiera ver a través de mí. Se veía que había estado llorando hasta hacía poco, sus ojos estaban rojos y tenía manchas coloradas alrededor de la boca. La miré con detención y noté cómo sus uñas estaban comidas hasta la cutícula, y que sus dedos estaban amoratados y deformes por la continua ansiedad. Me di cuenta entonces de lo absolutamente sola que había estado todo este tiempo, y me la tomé entre mis brazos por un segundo, lo suficiente para hacerle saber que todo estaría bien. La solté pronto, asustada de que alguien pudiera venir por nosotras, y volví a tirarla del brazo. Aunque era evidente que no se encontraba en buena forma, no podíamos permitirnos perder un segundo más si queríamos salir de allí con vida.

—Lily —la llamé despacio—. Tenemos que salir de aquí.

Volvió a mirarme como si su mente fuera muy lento, hasta que un destello de comprensión atravesó su mirada, obligándola a asentir.

—Sígueme —ordenó. Tomé a Pyra e hice lo que me pedía.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora