XXIV: Desencuentros

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Agarré a Viana y corrí a todo lo que daban mis piernas

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Agarré a Viana y corrí a todo lo que daban mis piernas. Ella me siguió sin demasiados problemas, y le agradecí a la etiqueta de Arcia internamente por enseñarnos a movernos en silencio incluso si llevábamos prisa. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero no quería que nadie fuera a verla. La habían traído para algo, y ese algo no parecía ser yo, puesto que no se me había informado de nada. El miedo que le había tenido a la Garza durante los primeros días volvió como una oleada de pánico nervioso, y tuve que acelerar el paso hasta llegar a mi habitación. Rápidamente, coloqué el cristal que me habían dado contra la pared que se liquidificó de inmediato, y obligué a Viana, quien había empezado a jadear, a entrar de prisa. El bicho de Elián pasó con ella, pero no tenía tiempo para ponerme quisquillosa. No cuando podían arrebatármela de nuevo.

Apenas la puerta se solidificó tras nosotras, me eché a sus brazos. La abracé con fuerza, sin poder creer que estaba allí, viva, que podía sujetarla y apoyarme en su hombro como lo habíamos hecho muchas veces. Oí el sonido familiar de sus sollozos, y solo entonces me di cuenta de que mis ojos estaban húmedos también. Me aparté un poco para limpiarme y ella hizo lo propio, pero no dejamos de mirarnos en ningún momento, como si la otra fuese a desaparecer si apartábamos la vista por un solo segundo.

—No puedo creer que estás aquí —le dije por fin. Pasó un momento antes de que ninguna dijera nada, pues había mucha fragilidad en el ambiente.

—No puedo creer que te encontré —dijo ella a su vez, y creía que nunca la había visto tan feliz.

—¿Encontrarme? —Aquello no era posible. Yo misma había visto cómo la enterraban, y cómo la Garza la despertaba de su sopor.

—¡Por supuesto! Todo este tiempo hemos estado buscándote —me aseguró—. Pero, dime, ¿estás bien? Se ve que estuviste llorando, y estoy segura de que te oí gritar desde mi celda. ¿Qué ocurre? ¿Qué sabes de estas personas?

—No mucho... —fue lo único que pude decir, porque era la verdad.

—Dime, ¿te hicieron daño? —me preguntó, sujetando mi mano entre las suyas—. Te vez muy cansada.

Aquello me hizo reír. Había extrañado mucho ese tipo de comentarios de parte de Viana, cuando quería decir algo que no te favorecía, pero no quería herirte. Me alegraba ver que a pesar de que habíamos estado separadas tanto tiempo, nuestras interacciones estaban intactas. Me sentí tan aliviada que casi pude relajarme por un momento. Casi.

—Estoy bien —le aseguré—. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Elián y Bo me trajeron —dijo con alegría, pero cambió su expresión tan pronto vio como mi sonrisa daba paso a una mueca agria—. No, Lily, no es lo que estás pensando. Elián también está prisionero aquí, y no sé de Bo hace días, desde que nos atraparon.

Solté su mano, súbitamente incómoda, pero ella volvió a tomarla.

—Yo tampoco confiaba en ellos —se sinceró—. Pero no han hecho más que cuidar de mí todo este tiempo.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora