XVI: Conocer el Miedo

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En el fondo, sabía que algún día terminaría en la cárcel

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En el fondo, sabía que algún día terminaría en la cárcel. En mi mente casi siempre lo hacía junto a Elián, y en Arcia, no en un país extraño donde no podía entender el idioma ni mucho menos defenderme.

Me habían desnudado y despojado de todos mis cuchillos, luego me habían devuelto la ropa y me habían arrojado con fuerza al calabozo, haciendo que me golpeara los huesos contra la pared. Estaba adolorida, sola, y quizás un poco asustada. Suponía que me estaban acusando por robo, aunque yo no tuve nada que ver, y aunque a mi parecer no era un delito tan grave, no sabía que tan en serio se lo tomaban por aquí. Una parte de mi estaba enfurecida con Viana por haber hecho algo tan estúpido como intentar robar sin saber cómo hacerlo, pero la otra, estaba muy enternecida por cómo había decidido intentarlo. Suponía que así se sentía Elián cada vez que metía la pata, sin la parte de la ternura. Lo peor de todo es que me habían quitado todas las billeteras que traía encima, por lo que nos habíamos quedado sin dinero, y peor, tenían pruebas en mi contra. ¿Tendrían pena de muerte en el maravilloso Imperio de Chiasa? Realmente esperaba que no, pues había escuchado lo que hacían con los magos que no querían servir a la corona, y quién sabe, algunas personas se tomaban el robo demasiado en serio.

Dentro del calabozo había otras tres mujeres que al principio intentaron entablar conversación conmigo, pero al ver que no podía entender nada de lo que decían, desistieron pronto y solo conversaban entre ellas. Estaban deshechas, sucias y heridas. No tenía idea de cuánto tiempo llevaban en el calabozo, pero esperaba que Eli y Viana vinieran pronto a sacarme de aquí. Sabía que se les ocurriría algo, después de todo, eran las personas más listas que conocía, así que lo único que debía hacer era cuidarme mientras llegaban y todo estaría bien.

Las otras parecían haber perdido toda esperanza, excepto una, que todavía levantaba la mirada cada vez que un guardia abría la puerta del pasillo que daba a los calabozos. Pero como era de suponer, nunca nadie venía por ella. Me preguntaba qué habrían hecho para estar encerradas, y me odié por no poder comunicarme con ellas. Desde los demás calabozos se oía gritar descontroladamente a las demás internas cuando los guardias iban a visitarlas, además de sollozos intermitentes que parecían no tener fin. Esperaba que no nos tocara pronto una de aquellas visitas, pues no estaba segura de poder permitir dócilmente que alguien me golpeara sin hacer algo al respecto, aunque fuera la opción más segura.

Así pasó una noche y un día, y comenzaba a parecerme a mi compañera, la que miraba cada vez que alguien entraba. ¿Por qué se estarían tardando tanto?

En la segunda noche, recibí una visitante que me subió algo el ánimo. En mitad de la madrugada, los ojos de Pyra brillaban como dos piedras de ámbar en la oscuridad. Mis compañeras estaban dormidas, y además de los guardias que también dormitaban tras la mampara, estábamos solas. Temerosa de hacer ruido y despertar a alguien, abrí los brazos sin decir nada y Pyra corrió hasta ellos, dejando que la envolviera en un abrazo apretado. La tranquilidad que me dio verla era indescriptible, había comenzado a asustarme en serio, pues aquella mañana habían golpeado tanto a una mujer que cuando la sacaron del calabozo su sangre dejó un rastro en el pasillo, y tener a la salamandra de mi mejor amigo conmigo me hacía pensar que él también estaba cerca.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora