XXXII: Tregua

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Me encontraba entrenando cuando Lily irrumpió en la habitación

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Me encontraba entrenando cuando Lily irrumpió en la habitación. Me congelé al verla allí, de pie con palabras a punto de salir de su boca, como si realmente me hubiera estado buscando para hablar. Bo, a mi lado, parecía igual de sorprendida.

—Necesitamos sacar a Viana de aquí —soltó antes de que yo pudiera decir algo. Su tono era decidido; íbamos a dejar de lado nuestros problemas para lidiar con esto.

Me entregó un panfleto sucio de tierra y me apuró a mirarlo, el rostro de Viana nos devolvía la mirada desde el papel. Bo me arrebató el anuncio con violencia, desesperada por ver de qué se trataba. Enrabiada, lo arrugó y se lo guardó en el bolsillo, desafiándonos a decir algo, como si alguno de nosotros fuera a atreverse.

—¿Dónde está? —preguntó, sus ojos se habían tornado prácticamente negros.

—Se fue temprano con su madre —dijo Lily—. Está dentro de la casa. En una habitación sin ventanas, al menos eso me ha dicho, pero no sé específicamente dón-

Bo no la dejó terminar de hablar antes de salir disparada hacia el pasillo, sin siquiera limpiarse el sudor o ponerse la camiseta sobre el sujetador. Lily y yo nos miramos en nuestro primer gesto cómplice desde que habíamos compartido un momento a solas en la glorieta hacia una vida atrás. Un dejo de sonrisa tiró de mis labios al poder verla de esa manera, pero ella apartó la vista antes de que pudiera decirle nada. Aun así, lo tomé como una pequeña victoria y terminé de formar la sonrisa cuando la seguí fuera de la habitación.

Caminamos por los altos pasillos a paso acelerado empujando puerta tras puerta. Sorprendentemente, la gran mayoría estaban abiertas y completamente vacías, desprovistas de cualquier mobiliario o adorno exceptuando por las piedras semipreciosas de las paredes. En algunas otras había una silla, una mesa rota, una tinaja vacía, pero nada que demostrara que ninguna de las habitaciones se usaba con regularidad. Bajamos por una empinada escalera de caracol hasta el sótano, que olía a humedad y metal corroído. Llamamos a Viana y a Bo, pero nadie respondía excepto por el eco de nuestras propias voces. Lily me tomó del brazo por una fracción de segundo antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, pero fue suficiente para ponerme alerta: a lo lejos se oía un lamento tenue, casi totalmente imperceptible perdiéndose en la más profunda oscuridad. Allí abajo no había una sola piedra que iluminara el camino y muy pronto nos dimos cuenta de que no podíamos ver ni siquiera las palmas de nuestras manos.

Encendí una llama desde la punta de mis dedos. Lily se echó para atrás, incómoda ante la demostración de magia, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. La voz seguía llamando, apenas comprensible, ganando vigor a medida que nos acercabamos hacia el fondo del lugar. Caminamos lento a pesar de la curiosidad, conscientes de que podía tratarse de una trampa. Sin embargo, mientras más avanzábamos más me sentía seguro de que no era nada de eso, pues la persona que se lamentaba pronunciaba palabras ininteligibles en lo que era apenas un murmullo, como si no supiera o no le importara que estuviésemos allí.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora