43. Solo por unos días.

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Capítulo 43
Solo por unos días.

 
Pensé que tomarías una mejor decisión, Yeraldine.
Doy una vuelta y regreso los pasos que he andado en el pasillo blanco, sosteniendo el teléfono en mi oreja cuando lo que quiero es apagarlo y no saber de nadie más.
—Tomé la decisión que es mejor para mí, no veo el problema —replico.
Y yo no veo cómo quedarte es lo mejor para tu carrera y crecimiento personal.
Jeremy sí que es dramático.
—Me diste el poder de decisión, no tienes derecho a molestarte o increparme cuando solo he hecho lo que quiero. —Alzo un poco la voz y la enfermera de turno me da una mirada de advertencia. Me llevo una mano a la boca y luego gesticulo: “Lo siento”, ella me sonríe y el problema ha quedado solucionado—. Te avisé hace semanas, cuando tomé mi decisión, y no estuviste en desacuerdo. No entiendo por qué lo haces ahora.
Jeremy suelta un suspiro.
He hablado con los más calificados y ninguno quiere irse, la mayoría de ellos tiene familia, están casados y establecidos, irse no es una opción.
—Tampoco lo es para mí —declaro.
Necesito que alguien se vaya, ya he perdido mucho tiempo.
Si, bueno, yo no puedo hacerlo.
Jeremy me ha llamado para preguntar de nuevo si me iría a Nueva York y he declinado la oferta por segunda vez. La primera vez lo hice un poco antes de que Ángel despertara y ya ha pasado una semana después de ello. Alega que los más calificados no han aceptado, pero estoy segura de que solo les ha preguntado a las personas que él cree cualificados y no a los que de verdad lo están. Odia a la mitad de la oficina porque afirma que algunos de ellos quieren tomar su puesto, pero no son más que enemigos que él mismo se ha pintado.
—¿Qué hay de Ian? —pregunto, buscando entre esas personas que él no toma en cuenta para nada.
¿Qué hay con él? —refuta.
—Es uno de los mejores en la agencia y no está casado ni tiene hijos, creo que deberías preguntarle —sugiero.
No estoy seguro de que Ian sea la mejor opción.
—Y yo estoy segura de que sí lo es —contradigo—. Tiene un récord en ser empleado del mes más veces que cualquiera y tiene ventas altas. Además, es uno de los que tiene mayor experiencia, lleva trabajando 6 años con ustedes.
Jeremy gruñe por lo bajo y sonrío porque sé que he ganado la pelea.
Voy a preguntarle si está dispuesto a irse.
—Es una apuesta certera, te lo aseguro, no tendrás quejas de él.
No conozco bien a Ian y no debería meter las manos al fuego por alguien con quien no he hablado más que un par de veces. Sin embargo, mis palabras anteriores referentes a su trabajo no son mentira, es uno de los mejores y no se le da el reconocimiento que merece.
Lamento importunarte de nuevo con mis súplicas, Yeraldine. Espero que tengas un buen fin de semana.
—No hay problema. Tú también ten un buen fin de semana.
Cuelgo y regreso a la habitación de Ángel. Levanta la cabeza del libro que tiene las manos y me sonríe.
—¿Qué quería tu jefe?
—Renovar su propuesta de enviarme a Nueva York.
—Es un hombre persistente —murmura, regresando su atención al libro.
—¿Rechazaste una propuesta de trabajo en Nueva York? —cuestiona la madre de Ángel, sentada al otro lado de la habitación, sosteniendo una revista de cosas del hogar en sus manos.
—Sí —respondo, sin dar más explicaciones, no lo veo necesario.
—Deberías aceptarlo, a ver si mi hijo le da por seguirte —ironiza—. Aunque no es seguro que lo haga, ya pasó por eso una vez y…
—Mamá —la corta Ángel, pero no es necesario que siga hablando, sé que hablaba de Susana.
La Sra. King, abriendo los ojos con alarma, se levanta, dejando la revista a un lado.
—Voy a buscar a Ximena, hace rato que no la veo.
Taconea hasta la puerta y sale, sonriéndome apretada al pasar por mi lado, pero sin decir nada.
Cuando la puerta se cierra detrás de ella, voy hacia Ángel y me siento en el borde de su cama. Él mantiene la vista en el libro, negándose a mirarme. Sé que no quiere decirme lo que esconde y admito que me molesta un poco. Hemos pasado por mucho y he demostrado que lo amo, ¿es tan difícil para él abrirse? No creo que a estas alturas de la vida vaya a correr en la dirección contraria, lo amo demasiado para hacerlo.
—¿Alguna vez confiarás por completo en mí? —suelto sin pensarlo, antes de echarme para atrás.
Cierra libro y lo deja a un lado, llevando sus ojos a los míos.
—Ya lo hago.
—No parece que así sea —replico. Apoya la cabeza en la almohada, mirando al techo.
—Es difícil para mí hablar del pasado, Yer —confiesa con voz ronca. Aclara su garganta y se endereza, reacomodando en su vientre el brazo enyesado—. Y tengo miedo.
—¿A qué le temes?
—A que te vayas.
Llevo una mano a su mejilla y acaricio con el pulgar.
—No lo haré —aseguro. Sus ojos se llenan de esperanza, y un poco de duda.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Me observa, directo a los ojos, buscando alguna duda o mentira, pero no lo encuentra, porque respira profundo y baja la mirada.
—Bien.
Toma mi mano y la lleva a su regazo, mirándolas unidas. Se queda callado por varios segundos, o un minuto, no sé. Estoy por creer que ya no va a hablar cuando alza la cabeza y abre la boca, pero alguien toca la puerta y nos interrumpe.
Maldita la persona que haya osado interrumpir un momento como este.
Me giro, encarando al que abre la puerta y entra.
Es el médico.
—Hola, hola —canturrea por lo bajo, su vista puesta en el folder que trae en la mano. Pasa y solo levanta la vista cuando está frente a la cama de Ángel—. Te traigo buenas noticias.
—Dígame que voy a poder salir de aquí —dice Ángel, con una expresión de alivio que  no creo que sea por la posibilidad de que le den el alta.
—Sí, vengo precisamente a decirte que mañana te daré el alta —confirma el doctor—. Tu recuperación ha ido muy bien y no hay motivos para seguirte reteniendo aquí. Tuvimos que esperar una semana después de que despertaras para poder ver tu evolución y por si había alguna secuela que no notamos antes, pero no es necesario que sigas permaneciendo aquí por más tiempo.
Ángel sonríe abiertamente y vuelve a tomar mi mano, la había soltado cuando el doctor llegó.
—Usted no podría darme mejores noticias.
—Sin embargo, aún tienes que guardar reposo por tres semanas más, hasta que vuelvas a una revisión y a quitarte el yeso. Allí decidiremos si vuelves a tus labores normales o si necesitarás unos días más.
—Como usted ordene, Doc. Thomas.
Mírenlo, todo colaborador con el médico.
—Es todo por ahora. —Se da media vuelta y camina hacia la puerta—. Hasta mañana, Sr. King.
—Doctor, espere un segundo —lo llama Ángel, antes de él hubiese abierto la puerta. Se gira hacia nosotros y espera—. El reposo del cual habla, ¿también prohíbe el sexo?
Siento el calor subir a mis mejillas. Le lanzo una mirada a Ángel, pero él no me mira, está concentrado esperando la respuesta del médico.
El Doc. Thomas suelta una risita que intensifica mi rubor y vergüenza antes de responder:
—Pueden hacerlo, solo debes tener cuidado de no lastimar tu brazo y no agitarte en exceso.
Sin más, se retira, dejándome sumamente abochornada.
Encaro a Ángel y lo golpeo en el brazo que no tiene roto, y cuando lo que hace es romper a reír, me gustaría poder darle en el brazo roto para que aprenda a no dejarme en vergüenza.
—No me pongas esa cara, Yeraldine, esa era una pregunta muy necesaria.
—Podías hacerlo cuando yo no estuviera presente —refunfuño.
—¿Y perderme este rubor tan encantador que cubre tus mejillas? —Toma mi mejilla y aprieta, enfatizando sus palabras—. Ni loco.
Quiero seguirlo regañando por lo que hizo, pero verlo sonreír tan feliz y comportándose de una forma tan relajada me obliga a dejarlo pasar.
—Cuando te recuperes, voy a darte una paliza —prometo, provocando que ría aún más fuerte.
—Ven aquí, gruñona, tengo que hacerte una petición seria.
Frunciendo el ceño, vuelvo a sentarme al borde la cama.
—¿De qué se trata?
Su expresión risueña desaparece y pasa a ser una de nerviosismo, algo que no se ve mucho en la cara de este hombre.
—Verás, sabes que mamá quiere quedarse conmigo, atendiéndome hasta que esté bien, pero la verdad es que me está asfixiando tenerla cerca constantemente.
—Tu mamá solo está preocupada.
—Lo sé, pero su preocupación es opresiva, tú has sido testigo de ellos. —Asiento. Es cierto, la Sra. King es un tanto intensa—. Bueno, pues yo no quiero que se quede por más tiempo. Sueno como un mal agradecido que no ama a su mamá, pero no voy a aguantar por más tiempo que esté encima de mí.
—Ajá. —Hago una seña para que continúe.
—Mamá no aceptará irse, a menos que esté segura de que estaré bien cuidado. —Me mira, y creo saber por dónde viene la cosa—. Y para que esté segura de ello, tiene que haber alguien viviendo conmigo, atendiéndome.
—Ajá —repito, esta vez alargando las vocales.
—Tú has hecho buenas migas con mamá y confía en ti, si tú le aseguras que te irás conmigo a mi casa y que cuidarás de mí, ella se irá tranquila.
Trago, calando sus palabras.
¿Quiere que me vaya a vivir con él?
—En resumidas cuentas, quieres que me vaya a vivir contigo —digo, y aunque no es una pregunta, él asiente.
—Sí.
—Solo por unos días.
Su determinación tambalea, pero se recupera con bastante rapidez.
—Solo por unos días —afirma.
Respiro profundo, sopesando la magnitud de su petición. Esto es grande, aunque sean solo unos días. Irse a vivir junto con alguien es una cosa importante y ni siquiera ha conocido a mis padres.
—¿Está seguro?
—Más que nada.
Y dice la verdad, sus palabras destilan sinceridad.
¿Puedo hacer esto?
Luego de lo que pasó con Klein, nunca creí que estaría pensando en irme a vivir con un hombre tan poco tiempo después.
Esto es una locura, y una locura más grande es que me lo esté pensando en serio.
Vamos, Yeraldine, tú quieres hacerlo, no puedes negarlo.
Sí, lo quiero, es atemorizante, pero lo quiero.
—Sabes que tengo que llevarme a Dama conmigo, ¿no?
—Por supuesto, fue lo primero en lo que pensé.
Tan lindo, metiendo a mi mascota en sus planes.
Este hombre es casi perfecto, si no me estuviese ocultando algo, lo sería completamente.
—Bien, puedo hacerlo.
La incredulidad surca su cara y luego es sustituida por la sorpresa.
—¿Lo dices en serio?
—¿Crees que jugaría con algo como eso?
—No —susurra—, no lo harías.
—Bueno, está decidido.
 
●●●
 
Me sorprende la rapidez con la que se llevan a cabo los siguientes eventos.
Después de que Ángel es dado de alta y llevado a casa, los días pasan volando. La familia de Ángel regresa a Nueva York y mi traslado a su casa se hace ese mismo días, con Dama a cuestas y todo.
Tomamos una rutina, una enfermera lo cuida en el día mientras no estoy y yo lo hago en mis horas fuera del trabajo. Ángel es un paciente un tanto estresante, quiere hacer todo por sí solo y su brazo enyesado no le permite esa libertad. Peleamos mucho por ello y la enfermera me ha dicho en varias ocasiones que también discute con él porque no la deja hacer su trabajo.
Estoy deseando que llegue rápido el momento de quitarle el maldito yeso del brazo.
Nuestros amigos vienen muy seguido a ver cómo está y cómo va nuestra convivencia. En los ratos que están presentes, descanso de todo el estrés que me provoca. Que haya otras personas con las que él tenga que discutir me da un rato de paz.
Las chicas están un poco inquietas por este nuevo rumbo que ha tomado mi vida, creen que me voy a mudar permanentemente con Ángel, pese a que les he jurado que no será así. Mis padres también están preocupados por esto, pero es porque no han conocido a Ángel y no tienen un concepto de él más allá de lo que les he contado de él. Ya he programado una cena luego de que le quiten el yeso a Ángel con mis padres y mi hermano, que vendrá a pasar un fin de semana aquí por la ocasión.
Todo está muy bien encaminado, tanto que me aterra que pase algo que me arrebate la felicidad.
Es una tarde de viernes cuando pido permiso en el trabajo. La enfermera llamó para decirme que tiene una emergencia familiar, y aunque Ángel puede quedarse unas horas solo, no quiero dejarlo porque me preocuparía. Jeremy no está feliz de que me vaya antes, pero no pone objeciones, no tengo ninguna cita y he entregado el papeleo completo.
Paso por la tienda de comestibles de camino a casa y compro los ingredientes para la cena. Quiero hacer algo romántico esta noche.
Cuando llego a casa, encuentro a Harry en la sala de estar, tomando café.
—Hola, Harry —saludo, un poco confundida—. No es que me queje, pero ¿qué haces aquí?
Harry suelta una exhalación, negando con la cabeza.
—El señor me llamó.
En ese momento, el sonido de los pasos de Ángel resuena en las escaleras. Miro hacia arriba y lo veo, llevando ropa para salir.
—¿Adónde se supone que vas?
Su mirada cae en mí y frunce el ceño.
—¿Qué haces aquí?
—Salí antes del trabajo porque la enfermera me avisó que tenía que irse —le informo—. ¿Y tú qué haces vestido así?
—Voy a la oficina, Aarón me necesita.
—Ah, no. —Me interpongo en su camino cuando llega al pie de las escaleras—. No irás a ningún lado.
—Es solo por una hora, máximo dos. —Se inclina y besa mis labios—. Regresaré rápido.
Me rodea y camina hacia la puerta. Harry me da una mirada de disculpa y posa la taza de café en el estante del vestíbulo, siguiéndolo.
Antes de que pueda seguir discutiendo, ambos desaparecen, dejándome sola.
—No puedes matarlo, lo amas —me recuerdo—. Es un idiota impertinente, pero lo amas.
Dejo las compras en la cocina y me sirvo un vaso con agua, lo bebo de un trago y dejo el vaso en la encimera al escuchar que el timbre suena.
Un escalofrío me recorre, mi sexto sentido despertando. Lo ignoro.
¿Qué podría salir mal?
Atravieso la el vestíbulo de regreso hacia la puerta, deseando que sea Ángel quien regresó.
Pero no es Ángel. De hecho, no sé quién es la mujer parada frente a la puerta.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Ella sonríe y vuelvo a sentir el escalofrío. No hay rastro de amabilidad en su cara y no sé si los bellos de mi cuerpo se levantan por mi sexto sentido o por la frialdad de su sonrisa.
Es una mujer hermosa, con el cabello negro que le llega a la barbilla, ojos azul glacial, piel aceitunada y complexión atlética. Lleva puesto un vestido blanco con una chaqueta negra y unos tacones de aguja, y su maquillaje está perfecto.
Muy elegante para una visita inesperada.
—Yeraldine, ¿no?
—¿Quién eres y qué haces aquí? —pregunto, no respondiendo adrede para no dejar en evidencia mi identidad.
—Oh, lo siento, ¿dónde están mis modales? —Extiende una mano hacia mí y yo se la estrecho, recelosa—. Me presento, mi nombre es Susana Down.

Cuando todo esté dicho © | Bilogía King, Libro I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora