38. Las peores circunstancias.

326 26 0
                                    

Capítulo 38
Las peores circunstancias.

 
Conduzco hacia la clínica como una posesa, me salto un par de señales de alto y un semáforo en rojo. Es una suerte que la policía no me detenga, en este momento soy un peligro para la sociedad. Gracias al cielo ‒solo la mano divina pudo haberlo hecho‒, los demás conductores se apartan. Eso o tienen miedo de mí.
No me importa sus motivaciones, solo quiero llegar a la clínica en el menor tiempo posible.
Y en una pieza, de ser posible. Sería el colmo tener un accidente yo también.
Me detengo de un frenazo en un puesto del estacionamiento de la clínica. Al bajar, me doy cuenta que el auto está un poco más a la izquierda de lo que debería, pero el estacionamiento está vacío, no creo que una persona quiera venir a poner su auto junto al mío cuando hay tanto espacio.
Corro a la entrada, yendo directa a la sala de espera, donde Jared me dijo que estaría con los demás. Al parecer, fui la última a la que le avisaron. De la clínica llamaron a Jared y este les dijo a los amigos de Ángel antes que a mí. No discutí ese hecho, y no voy a hacerlo luego, solo importa Ángel en este momento.
Por poco me estrello contra una enfermera en mi camino hacia la sala de espera, ella logra apartarse a tiempo, dándome una mirada de reproche. Farfullo una breve disculpa y sigo mi camino.
Aarón, Jared y Gabriel están allí, con parecidas expresiones de preocupación, la mirada perdida en el piso o la pared y ceños fruncidos. Aarón es el primero en verme, se levanta y camina hacia mí.
—Yeraldine, te ves pálida. —Me toma del brazo y me lleva hacia uno de los sillones—. Siéntate. ¿Quieres agua?
Sacudo la cabeza, negando.
—No, quiero saber cómo está.
—Iré por agua de todos modos —masculla Aarón antes de desaparecer rumbo a la cafetería, supongo.
Respiro profundo, temblorosa, llevando mis ojos hacia Gabriel y Jared.
—¿Les han dicho algo?
—Que está en cirugía —contesta Gabriel—, y que puede estar en el quirófano por unas horas.
—Según el poco conocimiento de la enfermera en recepción, tuvo una contusión, un brazo roto y hemorragia interna, por ello la cirugía.
Mis ojos se llenan de lágrimas rápidamente y estas empiezan a correr por mis mejillas. Me llevo una mano a la cara y reprimo un sollozo. Una mano se posa en mi espalda y comienza a acariciar de arriba abajo en un gesto tranquilizador. Levanto un poco la cara para encontrarme con los ojos de Jared, también brillantes y preocupados, pero que intentan darme consuelo.
—Tranquila, estará bien —afirma—. Ángel es demasiado terco como para dejarse vencer por un simple accidente.
—¿Simple? —lloriqueo, una de las comisuras de mi boca levantándose levemente.
—Sí, simple. Además —agrega—, su cabeza en muy dura, no se va a dañar por un golpe, por más fuerte que sea.
—Y no creo que vaya a dejar este mundo, sabiendo te quedaste sola en él y estarás libre —tercia Gabriel.
Suelto una risita que suena mucho como un bufido.
Estos chicos son lo máximo. Ellos también están preocupados por Ángel y aquí están, animándome.
Aarón regresa con una botella de agua y me la entrega abierta, una insinuación de que debo beberla. Tomo un par de sorbos bajo su atenta mirada, y una vez se asegura que es suficiente, vuelve a su puesto junto a Gabriel. Jared permanece a mi lado.
—¿A qué hora llegarán tus padres y tu hermana? —le pregunta Aarón a Jared, este mira la hora en su reloj y responde:
—A las 11 u 11:30 a más tardar.
Pese a que mi temor principal es por Ángel, no puedo evitar tensarme al saber que ellos vienen, que los conoceré en las peores circunstancias. Y solo puedo rezar para que sean menos como Ximena y más como Jared.
Lo único bueno de todo esto es que tengo un par de horas para hacerme a la idea que los padres de Ángel vendrán, así que me voy a sentar aquí a esperar noticias.
El tiempo pasa, Jared se levanta y camina por la sala unos minutos y luego vuelve a sentarse, esta vez en el sillón a mi lado. Aarón continúa sentado en su sitio sin moverse en todo el rato y Gabriel se remueve incómodo cada dos por tres. Aarón mira a Gabriel cada vez que se mueve y a Jared cada vez que se levanta a caminar, creo que le molesta la ansiedad de los otros dos, pero no dice nada.
Dina llama para preguntar por Ángel y le informo lo que sé, también lo hace Tori y Harley, y me parece extraño que no hayan llamado directamente a los chicos. Sin embargo, creo que lo hacen para saber cómo estoy yo y es lindo saber que se preocupan. Dina sugiere que va a venir, pero le digo que hace falta, que le estaré avisando lo que diga el médico, me pide que la llame si necesito algo y luego cuelga.
Juego con el teléfono, pasándolo de una mano a otra, observando cómo estas tiemblan con cada movimiento.
Dos horas pasan y nadie viene a dar información, la desesperación aumenta y estoy por levantarme e ir a exigir respuestas a recepción. Sin embargo, mi arrebato queda puesto a un lado con la entrada repentina de Ximena. Tiene la respiración agitada y una mirada aterrada.
—¿Qué pasó? —jadea sin aliento—. ¿Cómo está? ¿El médico ha dado noticias?
Jared, que estaba en su ronda alrededor de la sala, va hacia ella y la abraza.
—No nos han dicho nada, estamos esperando que salga de cirugía.
—¡¿Cirugía?! —Hay un chillido detrás de Ximena. Una mujer de ojos grises, cabello rubio perfectamente peinado y vistiendo ropa cara, se detiene junto a ellos—. ¿Cómo que cirugía? No me dijiste nada de esto cuando llamaste.
—Nos informaron luego, mamá —murmura Jared con voz tranquilizante—. Si lo hubiese sabido antes, te lo habría dicho.
—Deja al chico tranquilo, cariño. Ya tiene suficiente como para que también lo estés acribillando con reclamos sin sentido.
Una versión mayor de Ángel se une a la conversación, y es interesante mirarlos a todos juntos. Jared se parece a su madre, excepto por el cabello y ojos, que lo tiene idéntico a los del hombre, solo que el cabello de este pinta muchas canas. Ximena sí que es idéntica a su madre, el mismo cabello, misma contextura y mismo porte, eso sí, dejando a un lado sus ojos y la mueca de desagrado que carga siempre, la mujer tiene un gesto más agradable. Ángel, por otro lado, es la copia de su padre con los ojos de su madre
—¿No han dicho por cuánto tiempo estará en cirugía? —increpa la mujer, rodeando a Jared para sentarse en el sillón más cercano y, gracias a Dios, más alejado del mío.
—No, la enfermera no tiene más información.
Jared vuelve a su puesto a mi lado, llevando la atención de la sala hacia mí.
Ximena es la primera en dirigirme la palabra.
—Yeraldine, que alegría ver que todavía estás por aquí.
Ni siquiera en una situación como esta puede guardarse su veneno. Supongo que su actitud agradable de ayer ha quedado olvidada.
—También es lindo verte de nuevo, Ximena —miro a mis manos en mi regazo, sosteniendo aún mi teléfono—, aunque no en estas circunstancias.
—Mamá —interviene Jared antes de que Ximena pueda contestar—, te presento a Yeraldine, la novia de Ángel.
Quiero replicar cuando dice la palabra “novia”, pero es mejor dejarlo así, no quiero explicarles a los padres de Ángel la naturaleza de nuestra relación. Puede que ya no seamos una aventura para el otro, pero tampoco no somos una relación propiamente dicha.
—¿Novia? —Es el padre quien habla—. No sabía que Ángel tuviese una novia.
—Yo tampoco —masculla Ximena, y por mi paz mental, la ignoro. Los demás hacen lo mismo.
—Mucho gusto, señor King. —Me levanto y voy hacia él, extendiendo una mano que él estrecha.
—El gusto es mío, señorita…
—McCan.
—Srta. Mc Can —repite.
—También es un gusto conocerla, señora King —me dirijo hacia la madre de Ángel, ella estrecha mi mano, dándome una sonrisa de cortesía.
—Igualmente —es lo único que responde.
La familia y los amigos de Ángel inician una conversación sobre el accidente y si han atrapado ya al culpable. Yo desconecto, regresando a mi asiento y poniendo todas mis fuerzas en pedir a quien me esté escuchando que Ángel esté bien.
Los minutos siguen trascurriendo, tan malditamente lento y sin respuestas. Le envió un mensaje a las chicas, haciéndoles saber de la situación. Dina pregunta si Ximena sigue comportándose como una perra o si el accidente de su hermano la ha ablandado, le contesto que sí a lo primero y ella responde:
 
Dina:
¿Nos sorprende?
No nos sorprende.
 
Sonrío al tiempo que niego y es una suerte que los demás no se den cuenta.
Cuando se hace la media noche, el Sr. King anuncia que va por un café y Ximena, junto a Jared, lo acompañan. Gabriel se queda dormido en el sillón, con el cuello en una posición que va a doler en cuanto se despierte, y Aarón se entretiene en su teléfono. La Sra. King se levanta y se sienta a mi lado, sorprendiéndome, y a Aarón también porque alza la mirada y frunce el ceño, viéndola.
—La última vez que mi hijo estuvo en Nueva York, no me habló de ti —comenta—. Y no me lo tomes a mal, es solo que me habría gustado saber de ti antes.
—Ángel y yo no estábamos en el mejor momento cuando hizo su viaje a Nueva York. —Sonrío, apartando la mirada de su cara—. De hecho, aún no estamos en el mejor momento.
Ella frunce el ceño, inclinando la cabeza en confusión.
—¿Por qué lo dices?
—No me gustaría hablar de eso ahora, si no le molesta —digo, arrugando la nariz. Ella asiente.
—Bueno, cuéntame de ti —pide—. Ayúdanos a ambas a entretenernos mientras llegan las noticias.
—Por supuesto —acepto, mirándola—. ¿Qué quiere saber?
—En qué trabajas, cuántos años tienes, cómo conociste a mi hijo. —Se encoge de hombros—. Ese tipo de cosas.
—Trabajo en bienes raíces.
Sus cejas se alzan.
—Qué bien. Cuéntame más.
—Tengo 26 años y conocí a Ángel en su club nocturno.
Hace una mueca que hace cuando menciono al club.
—Bueno, parece que algo bueno ha salido de ese antro del demonio —resopla con desdén.
Río, porque su disgusto por el negocio de Ángel le hace salir una arruga pronunciada en la frente y su boca se tuerce, y puede que esté molesta, pero esta mujer, contando con que es menuda, se ve graciosa molesta.
—Es un buen lugar para ir de fiesta —afirmo, sonriendo.
—Tú lo dices porque eres joven, pero para mí, que soy una vieja, es un lugar demasiado ruidoso.
—Usted no es una vieja y que el lugar sea ruidoso es totalmente normal.
—Sé que es normal, pero eso no quiere decir que lo apruebe. —Ajusta su chaqueta y se cruza de brazos—. De todas las cosas en las que Ángel podría haber invertido su dinero, eligió ese, incluso sobre mi negativa.
—Es lo que él quería.
—Pero no significa que esté bien —refuta—. Mi hijo se ha equivocado en casi todas las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, no puedo evitar pensar que esta fue una de ellas.
Asumo que está hablando de Susana, sin embargo, no pregunto, porque no parece un tema de conversación apropiado para este momento y porque Aarón, al otro lado de la sala, se aclara la garganta, llamando nuestra atención.
—Olvida lo que acabo de decir, Yeraldine —dice la Sra. King, mirando a Aarón—. No recordaba que sus defensores número uno y dos estaban presentes.
La sala queda en silencio hasta que los demás regresan, Gabriel se despierta por unos segundos y vuelve a dormirse. Cuando el reloj da las 04:30 de la madrugada, la puerta a un lado de la sala se abre y un hombre con aspecto cansado y llevando una pijama de médico, aparece. Todos nos precipitamos hacia él.
—Familiares de Ángel King, asumo.
—Sí, doctor —responde el Sr. King—. Soy su padre.
—Su hijo salió bien de la cirugía, detuvimos la hemorragia, pero tuvimos problemas, su corazón falló y dejó de latir por unos segundos.
—¡Oh, Dios mío! —jadeo, al tiempo que la Sra. King y Ximena ahogan un grito.
—Pudimos reanimarlo y le hicimos una transfusión —continúa el médico—. Sin embargo, lo tuvimos que inducir al coma. La contusión inflamó una parte de su cerebro y tenemos que esperar a que la inflamación baje para despertarlo.
—¿Pero estará bien? —cuestiona la Sra. King, entre desesperada y esperanzada.
Espero la respuesta sin respirar.
—Lo estará, aunque no sabremos si el daño cerebral dejará alguna secuela, tendremos que esperar a que despierte.
—¿Podemos verlo? —inquiero y el médico me mira.
—Solo la familia, los amigos tendrán que esperar a que lo traslademos a una habitación en cuidados intensivos.
Lágrimas caen, rodando por mis mejillas. No lo podré ver hasta que lo trasladen a una habitación y me muero por verlo.
Una mano se posa en mi hombro, sacándome de mis pensamientos. Alzo la cabeza, mirando hacia un lado. Allí está Gabriel, con el cabello despeinado y una sonrisa de simpatía.
—Vamos, voy a llevarte a casa.
—No me voy a ir. —Frunzo el ceño.
—No tenemos más qué hacer aquí y tienes que descansar. Mañana podrás volver.
Resignada, porque tiene razón en todo, asiento. Me giro hacia donde estaba el doctor, pero ya no hay nadie, ni siquiera los King.
—Fueron a prepararse para ver a Ángel —informa Aarón—, les dieron cinco minutos a cada uno con él.
Vuelvo a asentir, mirando a la puerta con añoranza.
—Ven, Yer, Ángel no querría que te desgastaras en esta sala, esperando a que despierte —asevera Gabriel—. Tienes que estar descansada para cuando decidan despertarlo.
Sin poder replicarle, me dejo llevar hacia el estacionamiento, dejando mi corazón en esa clínica, junto a Ángel.
 
 

Cuando todo esté dicho © | Bilogía King, Libro I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora