1. Sexto Sentido.

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Capítulo 1

Sexto Sentido.

Mi cuerpo se estremece a penas pongo un pie dentro de casa.

Algo está mal.

Recorro la estancia con atención, no hay nada extraño que me advierta de algún peligro. Entonces, ¿por qué mi cuerpo está alerta? Tal vez solo estoy paranoica.

Desde que soy una niña gozo con la habilidad de presentir las cosas antes de que pasen. Ejemplo: el día de la celebración de mis 11 años, tuve una reacción cuando entré al salón de la fiesta parecida a la que estoy teniendo ahora. Se lo dije a mi madre y ella, no creyente de supersticiones y presentimientos, me dijo que no era nada y que me apresurara porque los invitados me estaban esperando.

¿Que no era nada? ¡Ja! Permítanme reírme.

El desastre fue épico. Mi tía Elena discutió a gritos con mi tío Sandro, en medio de la discusión, mi prima mayor, Daniella, se metió entre ambos para detener la discusión y terminó con la cara -y todo el cuerpo- en el pastel. Por el movimiento de la mesa a causa del empujón, la fuente de chocolate terminó cayendo al suelo, salpicando mi vestido nuevo -que me había regalado mi papá por mi cumpleaños- ya que yo estaba ahí cerca, viendo a una distancia prudencial la discusión.

Así, a lo largo de los años, mi sexto sentido me ha prevenido muchas veces del peligro y la vergüenza.

Pero también se ha equivocado, sobre todo en los últimos días, que vivo alerta siempre que estoy en casa. ¿Estará caducando ya? Espero que no, porque han sido más los aciertos que los desaciertos.

Pongo mi bolso sobre la mesa del vestíbulo y saco mi teléfono. Reviso mis correos, todos del trabajo. A penas me ausento un día y ya se armó un revuelo. El lunes tengo que mostrar a un posible comprador la casa más costosa de mi lista de propiedades.

Al que diga que ser agentes de bienes raíces es fácil, que me lo diga luego de convencer a una familia de clase media alta de comprar una casa en Gold Coast, el barrio de la gente acaudalada de Chicago. Del resto, no quiero sus opiniones.

Hoy, el día que estoy de permiso para mi revisión médica y para hacer una visita amistosa a mis padres, se han vuelto locos en la oficina solo porque no estuve para hacer de tapadera de mi jefe.

Jeremy West, mi jefe, es un verdadero y completo hijo de puta bueno para nada que prefiere mandar a sus empleados a hacer sus cosas para matar el tiempo teniendo sexo con su secretaria en su oficina.

Una joya de jefe.

Confirmo mi cita del lunes a las 8:00 a.m. y dejo el teléfono a un lado del bolso. Si no vuelvo a ver el aparato por el resto del fin de semana, mejor.

Me quito los zapatos y los tomo en mis manos para luego dirigirme a la planta de arriba. A medida que subo las escaleras, otro estremecimiento me embarga y resoplo, estoy demasiado cansada como para ponerle atención a esas tonterías.

Cuando todo esté dicho © | Bilogía King, Libro I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora