Capítulo 23

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Estaba nerviosa hasta la mierda. Me preguntaba qué sucedería conmigo una vez cruzara la puerta, y eso agregando que llevaba visitas conmigo. Giré el picaporte con el corazón latiendo a una velocidad desenfrenada, y por un momento pude sentir como las lágrimas nublaban mi visión.

Estaba oscuro, todo dentro en penumbras, aún así me atreví a entrar, cuidando la manera en la que caminaba, sin hacer demasiado ruido, sin ser alarmante. Entonces lo vi. En realidad lo único que pude distinguir fue la silueta borrosa que se tendía de manera descuidada sobre el sillón individual en la sala, mirando hacia el vacío perdido, y dos botellas de alcohol vacías sobre el suelo, tiradas de manera descuidada a sus pies.

Al avanzar, dejé que los chicos avanzaran detrás de mí, haciéndoles una seña, pidiéndoles silencio a la vez que presionaba mi dedo índice contra mis labios, esperando que pudieran verme aún en la oscuridad en la que se sumía mi casa. Claro que ellos entendieron a qué quería referirme desde un principio, y asintieron para luego avanzar.

De manera inevitable, una pisada torpe de parte de Luigi emitió un chillido de sus tenis, y me detuve en seco sin apartar la mirada de mi papá, esperando que no hubiese escuchado la intromisión.

Sí pudo hacerlo.

Su mirada oscura viajó hacia mí, y la penumbra que se extendía en el ambiente no me permitió saber si me miraba a mí o a otro punto vacío del espacio. Ellos al notar la torpeza de Luigi, se detuvieron en seco también, a la espera de que mi papá dijera algo, o al menos diera señales de que estaba bien. Supe que me miraba a mí cuando levantó su mano en mi dirección y con una espantosa seña con su dedo índice me pidió que me acercara.

Mi corazón se detuvo en ese instante. Y lo único que deseé en ese momento fue que no me golpeara, no delante de mis amigos.

—V-Ven —apenas pude escucharlo susurrar con voz pastosa y ronca, y las lágrimas que no sabía que acumulaba, bajaron por mi rostro con velocidad.

Nunca supe que hubiera pasado si aquella tarde no hubiera llegado con los chicos a casa, pero lo que sí supe con certeza, era que a través de la oscuridad pude percibir como palmeaba su regazo de manera débil, pidiendo de que me sentara con él.

Ni siquiera sabía que contenía el aliento, mi rostro enrojeció a pesar de que nadie pudo notarlo. Me repetí a mí misma que no era sano que le temiera tanto, que por una maldita vez en mi vida debía afrontarlo, debía oponerme.

Pero no pude, no era capaz. Así que palpando la pared cerca de la entrada, presioné el interruptor, dando vida a los focos y lámparas de la estancia.

Sus ojos sorprendentemente rojos, se encontraron con los de mis amigos en cuanto la luz fue suficiente, y dejó de palmear su regazo cuando se dio cuenta de lo que había hecho. El asombro se filtró en sus rostros, tal vez arrepentimiento, culpa... miedo. Sí, miedo de que las demás personas supieran lo que en la oscuridad hacía.

Yo, sin ser capaz de esperar ni un momento más a que la vergüenza aumentara, retrocedí tirando del brazo de ambos en dirección a la salida, y los obligué a salir de la casa, así como yo lo hice, cerrando detrás de mí de un portazo.

Solté un enorme suspiro, y noté el temblor de mis manos.

Y de pronto todo se asentó. Fui muy consciente del enorme problema en el que me había metido. Mis amigos habían presenciado aquella vergonzosa situación, y no solo eso, sino que sabía bien que mi padre se enojaría al saber que alguien más lo vio en ese estado, bebiendo, muy drogado, aclamando mi compañía.

Luigi sabía, no del todo, pero entendía que podía llegar a ser peligroso estar con ese hombre a solas mucho tiempo. Mi rostro golpeado lo decía todo.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora