Capítulo 22

21 3 2
                                    

La verdadera preocupación se acrecentó en mi sistema cuando se acercaba la hora de entrar.

Encontrarlo en clases. Sentado junto a mí.

Rogaba por todos los cielos, que se ausentara. No estaba mentalmente preparada para verlo, ni mucho menos para tenerlo tan cerca de mí sin sentir como todo mi mundo convulsionaba ante su presencia. Y esa vez, no de manera positiva.

Los chicos seguían con su animada conversación sobre este fin de semana en la casa que habían comprado los papás de Alex, solo que aquel día él no había opinado nada al respecto. Por parte me preocupaba su actitud distante, más allá de que en mi cabeza rondara un solo nombre.

Antes de entrar al salón, tiré con fuerza de la mano de Alex impidiéndole seguir con su camino, éste me miró ceñudo, pero entendió poco después que quería hablar con él a solas. Cuando todos se introdujeron en el aula, sin dejar de sujetar su mano lo llevé hacia los casilleros y lo intercepté, ya exasperada. No había sido un buen día, tenía tanto en qué pensar, y ahora lo que más me preocupaba era la actitud de mi amigo.

-No voy a seguir tolerando esto -señalé severa, me miró asombrado por la forma en la que le hablaba-. Los chicos estuvieron tratando de subirte el ánimo y tú no has hecho más que contestar de mala gana. Escucha, tal vez tu día no ha sido bueno, la verdad el mío tampoco lo ha sido, pero no puedes dejar que tus problemas personales te vuelvan gruñón y descortés con tus amigos, menos cuando ellos solo intentan ayudar.

La determinación en mis palabras me sorprendió a mí misma, así como a él, quien se quedó perplejo, mirándome directo a los ojos, creando una intimidad irrompible entre ambos. Dudó varios segundos y luego me fijé como relamió sus labios antes de hablar.

-¿Por qué me dices esto?

-Porque me preocupas -solté sin pensarlo-. Nos preocupas a todos y comienzo a creer que tu humor cambió de pronto al verme ésta mañana en el camino. ¿Acaso no te agrado? -procuré no sonar tan disgustada al hablar, pero fue inevitable cuando lo tenía así tan distante y malhumorado ante nosotros.

Esperaba en serio que su respuesta fuese negativa, porque no podría soportar saber que había hecho algo mal que le incomodara cuando nuestra amistad era hasta ahora muy abierta y sana.

Esa vez, fue él quien me tomó con fuerza por los hombros y me acercó, determinante y firme, sin dejar de observarme fijo mientras hablaba.

-Jamás podrías caerme mal, Leria. La presencia de una persona como tu jamás podría desagradarme ni porque así lo quisiera -sus palabras fueron muy claras y seguras, y mi rostro enrojeció una vez más al ver como sus ojos se fijaban por primera vez a detalle en la mancha púrpura y con tonalidades oscuras que cubría la parte superior de mi pómulo-. Es solo que no me gusta verte así. Golpeada. Eres demasiado buena como para tener que pasar por esto.

La vergüenza se apoderó de mi expresión de manera instantánea, y fue imposible disimular los nervios en mi tono de voz.

-¿Lo sabes?

-Los chicos me dijeron que tu papá te golpea por placer -confesó en voz baja y casi pude percibir compasión en su forma de hablarme.

Su intensa mirada colorida hizo que el tono de mi rubor subiera de intensidad, y tuve que evitar mirarlo.

-No debieron haberte dicho -fue lo único que salió de mis labios.

-Claro que debía saberlo, soy tu amigo -defendió, firme.

-Pero no te incumbe.

Por más que deseé no hacerlo, no pude evitar sonar fría ante aquellas palabras. Y él lo notó, soltando su firme agarre de golpe. Una vez más, sentí vergüenza, esta vez ante mis palabras.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora