Capítulo 32

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Cuando desperté, muy temprano, sólo Alana se había levantado de su colchón, tomaba café en le encimera mientras miraba hacia el vacío. Alex me rodeaba con sus brazos y el calor que emitía me incitaba a quedarme ahí toda la mañana. Me solté con cuidado de no despertarlo, y me deleité con los rayos que atravesaban el cristal de pared que nos protegía. 

Oh, amaba aquella cabaña. No deseaba abandonarla. No deseaba llegar a casa con papá de nuevo.

Busqué a mi mejor amiga y besé su coronilla, para luego recibir su abrazo apretado y la más nostálgica de sus sonrisas. Me senté a su lado, y tomé un poco de café para mí.

Mi cachorro se acercó hacia mí y comenzó a lamer la punta de mis dedos, provocándome cosquillas en el acto. 

—Desearía quedarme aquí para toda la vida, con ustedes —confesé en un susurro cargado de nostalgia.

Ella me dedicó una mirada fugaz a nuestros compañeros, que dormían unos abrazados a otros, lejanos de aquella conversación.

Asintió con la cabeza y bajó la mirada, con algo escondido en ella. Mis alarmas se encendieron.

—Hey, cariño, ¿pasa algo?

Llevé mi mano hasta su hombro y pude percibir la tensión que se apoderaba de todo su cuerpo apenas mi cuerpo tocaba el suyo.  Negó con la cabeza, y pude sentir la preocupación que la invadía.

—Es solo que... sigo ofendida, ya sabes... por Mab...

—Oh, no, Alana. No te preocupes por eso —envolví mis brazos alrededor de su cálido y delgado cuerpo, y besé su sien, tratando de infundarle de ese modo toda mi confianza y seguridad—. Estoy segura de que su llanto y arrepentimiento de anoche era totalmente sinceros. Sé que no quiso hacer lo que hizo, se dejó llevar por sus impulsos, es todo.

—¡Deja de defenderla!

—Lo haré cuantas veces necesite hacerlo. Dime, ¿qué hay de la vez que tú me ignoraste por semanas solo porque te confesé que Gael y yo habíamos iniciado una relación?

Intentó decir algo, pero ponerla a prueba con aquel recuerdo, la dejó sin palabras para defenderse.  Soltó un suspiro pesado, y asintió leve.

—Me perdonaste enseguida.

—Lo haría cuantas veces sea necesario. Ustedes son mis únicos amigos en la tierra, no voy a odiarlos por cosas tan tontas como empujarme, gritarme o besarme.

Uno. Dos. Tres segundos pasaron antes de que Alana abriera sus ojos cafés con mucho asombro, y me dejara ver que le faltaba el aire. Cuando sentí que gritaría en cualquier momento, llevé mi mano hacia su boca y la cubrí, suplicando con mi mirada que por favor no alarmara al resto.

Me costó mucho hacer que drenara la euforia que se apoderó de su cuerpo en ese instante. Tomó varias inhalaciones profundas antes de que pudiera calmarse por completo. Cuando retiré mi mano, el asombro tachado en sus facciones dulces me hizo saber lo complacida que estaba por todo.

—¿Te besó?, ¿cuándo?

—Anoche —confesé en un susurro cómplice, con miedo de que alguien más escuchara.

—¿Qué hiciste?, ¿por qué no nos dijiste nada?

—Pensaba contarlo cuando él estuviera muy lejos para escuchar —lancé una mirada en su dirección, cargada de insinuación.

Ella asintió, atenta a mi relato.

—¿Qué sentiste?

¿Qué sentí?

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora