Capítulo 38

28 4 3
                                    

Trataba aquella primera noche de disimular las miradas intensas que le lanzaba a Gael mientra se movilizaba desde la sala hacia la cocina. No dejaba de alternar la vista entre la taza de café en mis manos y aquel muchacho robusto que tan loca me traía.

Se veía un poco más hinchado desde la última vez que estuve a su lado, supuse que había estado ejercitándose en sus horas libres. Quizás eso explicaba de cierto modo porqué su piel estaba tan tensa cuando intentaba acercarme. El fleco en su frente estaba un poco más largo, y su barba se mantenía igual que siempre, tan intachable. Pude ver cómo saliendo de la parte trasera de su brazo, se asomaba un tentáculo nuevo que jamás había visto, así que me pregunté si debajo de su camisa habían más tatuajes recientes que yo aún no había visto. Poco a poco iba llenándose de tatuajes grandes que cubrían cada espacio libre en su piel, y eso encendía mi curiosidad.

Mi cachorro lucía tan cómodo durmiendo en la alfombra, que cuando quise levantarlo para acariciarlo un poco, Gael se acercó y frunció el ceño.

—Déjalo, tú y yo debemos hablar primero.

Decidí hacerle caso no solo por el hecho de que tenía toda la razón, si no porque una duda fugaz me asaltó de pronto.

—Gael... —lo llamé, en un susurro que lo hizo fijar su atención en mí.

Tras sus ojos oscuros, seguía viendo al hombre que tanto me encantaba, y el deseo constante de tener un poco de él me seguía carcomiendo la piel.

Palmeé a mi lado el sofá para pedirle que se sentara. Me obedeció sin decir nada, y me miró, atentamente, apoyando sus codos en sus rodillas, inclinado hacia adelante.

—Quiero saber cómo sacaste a mi perro de la casa.

Aquella pregunta fue probablemente la más incómoda de todas. Y no por la pregunta en sí, sino por la obvia respuesta.

Pasó su mano por su rostro con algo de pena y me miró una vez más, con algo de preocupación surcando su expresión.

—¿Recuerdas al chico que te sacó del tiroteo? —asentí—. Me dijo que estabas llorando por tu mascota. Así que le pedí que fuera y la sacara de tu casa.

—Pero... ¿cómo?

—De la misma forma en la que entramos aquella noche de tu secuestro.

Aquella fría respuesta me heló la piel al instante, y él, con ligera culpa pintada en su tono, decidió disculparse.

—Lo siento mucho Leria. Hubiese preferido jamás haberte metido en esto.

Sabía que lo que se avecinaba era un montón de respuestas que no quería recibir, así que mi garganta comenzó a picar, preparándose para el mar de lágrimas que estaba segura que derramaría.

Conversaciones como aquella, eran inevitables. Sentía que por más que intentara evadirlo, una fuerza misteriosa me atraía a él y a todos los problemas que lo conformaban. Mi estómago dolía, me sentía saturada al tener que sentarme ahí y tener que quedarme serena mientras escuchaba aquella horrorosa historia. A todo eso le sumaba el hecho de que la muerte de una de mis mejores amigas se había instalado en mi pecho desde el momento en que sucedió, y estar rodeada de más dilemas solo me hacía sentir mas sensible de lo que ya estaba. Tenía muchas dudas acerca de aquel tiroteo de la mañana, sin embargo, tenía la leve sospecha de que Gael estaba involucrado de manera no directa con este asesinato.

Pensar en aquella posibilidad me erizó la piel. Busqué el reloj en mi muñeca y tragué grueso al darme cuenta de que ya era la una de la madrugada.

—¿Cuánto tiempo estuvimos viajando? —aquella simple pregunta no tenía nada que ver con todo lo que quería saber y me obstruía desde adentro.

Gael miró el reloj también en mi muñeca y suspiró, denotando en ese gesto lo cansado que estaba.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora