Capítulo 9

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Me condujo lejos, a un lugar al que nunca había ido antes, al principio me sentí nerviosa, asustada y con la culpa matándome desde adentro. Nunca había huído con un hombre, mucho menos con uno como él. En repetidas ocasiones volteaba a mirarlo de perfil, con la vista fija en el camino, y me preguntaba por qué no podía estar a su alcance, por qué tenía que ser tan por debajo del nivel en el que él se encontraba. Pero me recordé que mi vida no era perfecta, que mi padre era alcohólico, que nunca tuve una vida normal, que pertenecía a una familia disfuncional, y que yo no era interesante.

Nos detuvimos cerca de una estación de servicio y decidí no hacer preguntas. Bajé cuando lo vi a él hacerlo. El lugar era retirado, solitario, oscuro. Lo primero que creí era que entraríamos al local en busca de algo, pero cuando lo vi caminar en dirección al bosque que se perdía cerca del lugar, me detuve.

—¿A dónde vamos? —murmuré con algo de vergüenza, se detuvo y me sonrió de medio lado. Era una de las pocas veces que lo hacía.

—Quiero mostrarte algo.

Recuerdos de mi última vez en el bosque regresaron a mis pensamientos, y abracé mi cuerpo con mucha inseguridad. Quizá él recordó lo poco que le conté sobre el secuestro, porque hizo un ademan para que lo siguiera y yo sin oponerme más, obedecí su petición, así que aún algo desconfiada lo seguí por la ruta que dirigía detrás del local, aquella que nos adentraba al frondoso y penumbroso bosque.

Al adentrarme al lugar una oleada de frío me caló hasta en los huesos y sentí algo de inseguridad por el aspecto tenebroso y escalofriante del lugar, era parecido al de aquella noche, por lo que me detuve en mi lugar aún insegura y él no tardó en notarlo.

Me sonrió de medio lado, eso fue lo que pareció, una sonrisa ladeada. Fue suficiente para hacerme avanzar una vez más en su dirección, siguiéndolo hacia donde fuese que quisiera llevarme. Los nervios me mataban, la curiosidad me mataba, su cercanía me mataba, todo me hacía daño, tenía miedo de pensar que podía pasar lo de la última vez. A medida que avanzábamos por el bosque, parecía hacerse cada vez más oscuro, y nuestro destino cada vez más lejano.

—Aún no sé hacia donde nos dirigimos —se me escapó de los labios sin querer y al instante me arrepentí de haberlo confesado.

—No deberías preocuparte por eso. Estoy contigo —contestó sin mirarme.

Sus palabras sonaron tan indiferentes como siempre, tanto que casi quise regresarme por donde había llegado. Sin embargo, me mantuve en silencio y lo seguí.

Caminamos durante un par de minutos más, minutos que parecían horas, minutos en que admiraba su belleza en silencio mientras caminábamos el uno al lado del otro.

Hasta que por fin llegamos hacia donde deseaba llevarme.

Gael apartó un par de ramas y tallos y dejó a mi vista la cosa más hermosa que había presenciado en mucho tiempo. Era el final del camino, como un acantilado, que dejaba mostrar una preciosa vista hacia la ciudad desde donde me encontraba. Toda la ciudad, todo el pueblo, mi casa, la de Luigi, la de Gael, cada esquina y cada rincón de mi hogar estaba allí, frente a mí en una preciosa vista que me dejaba apreciar la playa, dos de los lagos de la ciudad, cada abastecimiento y negocio del centro. Fue sin duda el mejor momento que tuve en mucho tiempo. Me senté sobre una roca casi por inercia, ni siquiera había notado cuando Gael se sentó a mi lado. No despegué la vista de los faroles y luces encendidas que le daban luz y vida a la ciudad.

—Sabía que iba a gustarte —escuché a Gael murmurar a mi lado y dediqué dos segundos de mi maravilla de momento para mirarlo a los ojos, sonriéndome con complacencia.

—Es... Es hermoso —susurré torpe, deseando agradecerle de manera más íntima lo que estaba haciendo por mí.

Asintió entendiendo a la perfección mi agradecimiento y una vez más pude apreciarlo de perfil cuando volteó a mirar hacia la ciudad alumbrada.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora