Capítulo 25

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—Eres un buen chico —me agaché a su altura, y acaricié su pelaje, mirándolo directo a sus ojos curiosos—. Sé que tienes necesidades, y lamento no poder cubrirlas ahora mismo. Te prometo que mientras estés conmigo, daré lo mejor de mí porque estes bien y sano. Ahora mismo, solo necesito que me prometas que no vas a ladrar, ni chillar, mientras voy a darme un baño. Te sacaré de aquí en unas horas, por favor, sé paciente.

No estuve segura si entendió una sola palabra de lo que quise decirle. Comenzó a tirar de mi pantufla como si fuera el juego mas entretenido del mundo. La sola presencia de aquel cachorro peludo me llenaba de una felicidad indescriptible. Aún así, sabía que era arriesgado salir de mi habitación y dejarlo solo.

Tomé con cuidado los periódicos sucios que había dejado la noche anterior para que hiciera sus necesidades, y abrí la ventana para que la habitación se ventilara un poco. Sabía que mi idea de dejarle agua y comida al lado de mi cama funcionaría las primeras noches. Pero en algun punto, sería necesario que él tuviera su propio espacio,  y eso era algo con lo que mis padres debían lidiar tarde o temprano.

Salí con la bolsa de deshechos en una mano y mi toalla y ropa en la otra. Levantó la cabeza con curiosidad al verme salir del cuarto, rogándole porque se mantuviera en silencio durante el tiempo que tomara mi baño.

Una vez bajo la ducha, me invadió la preocupación de pensar con quién lo dejaría por la mañana mientras estudiaba. Aunque debí haberlo pensado la noche anterior, los gritos en la habitación de mis padres no me dejaron coordinar bien mis ideas. Sacudí la cabeza y seguí lavando mi cabello con cuidado cuando escuché desde dentro del baño, un ladrido.

Mierda.

Mierda.

La alarma sonó en mi sistema como un detonante. Una vez más, las lágrimas amenazaron con salir. Me apresuré tanto como me fue posible en mi baño, salí vestida y descalza, a mirar qué estaba ocurriendo.

Cuando corrí a mi habitación, para mi sorpresa, la puerta estaba abierta. Y mi bolita de pelos, no se encontraba dentro.

Gritos. Golpes. Algo se quebró en la cocina. Bajé tan rápido como pude por las escaleras, sujetándome del barandal para no caer igual que mi madre, mientras con la mano libre me colocaba mi chaqueta para tapar un poco la desnudez que mostraba mi escote.

Él ya estaba ahí al pie de las escaleras, gritándole a mi madre, pidiendo explicaciones, tirando cosas, rompiendo la vajilla entera. Ella, negaba con la cabeza, asombrada, sin saber que decirle.

—Es mío, yo lo traje ayer por la tarde —intervine, tirando de la manga de la camiseta de mi padre—. Es un regalo, por favor no lo asustes.

Antes que pudiera decir alguna palabra más al respecto, su mano viajó hacia mi rostro enfundada en un puño que me hizo desconectarme de la realidad unos segundos antes de sentir como su otra palma enredaba mis cabellos mojados en ella.

—¡¿Que demonios sucede contigo?! —Me golpeó con su palma abierta en la mejilla—. ¡¿Te has vuelto loca?!

Con la mejilla ardiendo y la nariz drenando, cerré los ojos esperando que volviera a golpearme. Los gritos desesperados de mi madre se entremezclaban con los ladridos del cachorro, aumentando el zumbido que se instaló en mis oídos.

No siguió golpeándome. En su lugar, me arrastró por toda la sala, del cabello, hasta la puerta principal, empujándome tan fuerte como le fue posible, haciendo que diera un traspié y terminara rodando por las escaleras de la entrada.

Me tomó varios segundos poder caer en cuenta de lo que estaba sucediendo, la parte trasera de mi cabeza dolía, y mi nariz no dejaba de sangrar. Escuché al cachorro chillar desde la entrada, y pensé lo peor.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora