Capítulo 29

20 4 10
                                    

Al llegar al lugar donde acamparíamos aquella noche, no tardamos en organizar nuestras cosas, y prepararnos para pasar la tarde en aquel campamento improvisado que nosotros mismos armamos. Aquella zona donde nos había llevado Alex, parecía ser el mismo paraíso. El campo estaba muy despejado, el espacio era amplio, y según él, era bastante seguro. Hacía un poco más de frío que abajo en la cabaña, pero no era nada que un buen abrigo no pudiera solucionar. Aquel mismo mediodía, luego de almorzar, nos pusimos a tontear en el campamento, mirando cómo los chicos jugaban béisbol y peleaban por las puntuaciones. Casey, quien anotaba el puntaje, estaba alterando los resultados a favor de Billy, y eso desató una riña muy divertida que aún no tenía solución.

Alex, Luigi y yo correteábamos con mi cachorro cuando, accidentalmente, tropecé con Luigi, cayendo en el acto. Mi bola de pelos corrió hacia mi y comenzó a ladrar, con mucha desesperación. Y aunque no fue nada grave y lo único que hicimos fue reír. Mi perro no dejaba de lamer mi rostro, como si intentara sanarme de esa forma.

Acaricié su precioso y tierno rostro, y besé su nariz fría y húmeda.

—Oh, eres una dulzura, bolita de pelos...

Alex tomó asiento a mi lado, en el suelo, exhausto, jadeante, y me miró, sonriéndome, como siempre.

—Tu también lo eres... —Me susurró, con mucha ternura impregnada en su tono.

Antes de que pudiera decir algo, Luigi percibió el intento de su amigo por tener cercanía hacia mí, y se levantó para marcharse, fingiendo que no escuchaba nada.

Sonreí, sonrojada, nerviosa, y preocupada. Bajé la mirada sin saber cómo sostenerla con la suya, y comencé a jugar con el pasto húmedo y frío que se tendía debajo de nosotros. Una vez más, estábamos solos, apartados de las personas, teniendo un momento íntimo, sólo para seguir desatando el nudo de sentimientos que Alex envolvía hacia mí. No sabía cómo hacerle frente a ello, pero lo afrontaría, como fuera necesario, y le haría saber acerca de Gael apenas me sintiera lista.

—Creo que podría quedarme aquí, con ustedes, viviendo para siempre. Yo sería muy feliz —Alex llevó sus manos detrás de su nuca y se recostó en el pasto, a fría y húmeda.

—¿No eres feliz ya?

Me miró unos instantes, y cerró los ojos para apreciar el aroma de la tarde con más privacidad.

—Sí, por algunos momentos más que otros.

Mi cachorro comenzó a lamer su rostro con muchas ganas. Ambos reímos, disfrutando de aquello, sin intenciones de apartarlo.

—¿Y tú, eres feliz? —quiso saber, luego de habérsele zafado de los lamidos a mi cachorro.

Su pregunta me tomó por sorpresa, y aunque hice mis intentos por no hacerlo notar, no pude apostar que así fue. Tomé una bocanada de aire fresco y, admirando el paisaje que se extendía delante de ambos, dejé que mi cuerpo se liberara un poco de la tensión que me aprisionaba. Sacudí mis palmas y me animé a pensar en aquella pregunta.

Tragué grueso, y, cuando abrí la boca para contestar, la voz chillona de Mabel me interrumpió, entrando al rincón donde Alex y yo, conversábamos.

—¿Puedo hablar contigo, Leria?

La miré, tras sus ojos flamantes, y su ceño fruncido. Seguía parada delante de mí, sin dejar de mirarme, esperando una respuesta de mi parte, como si en el fondo, tuviera que contener un nudo de emociones, al no poder solo explotar. Creí por instantes que si no soltaba lo que guardaba en su garganta, la vena de su sien terminaría explotando.

Aún con mucha intriga, y sin antes preguntar qué sucedía, asentí, y me levanté, con mucha cautela, comencé a seguirla, sin avisarle a nadie a dónde iría. Sabía que todos observaban aquel preciso momento donde, sin saber hacia dónde nos dirigíamos, Mabel y yo, tensas, y expectantes, salimos en busca de algo de privacidad.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora