Capítulo 33

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Estaban tocando la puerta. Me levanté de la alfombra donde jugaba con mi cachorro y me aproximé a bajar las escaleras, para que mi madre no dejara sus tareas en la cocina.

Mi bolita de pelos me siguió hasta la entrada, y apenas abrí la puerta y le dejé ver quien tocaba tras ella, encendió sus alarmas y comenzó a ladrar en su dirección.

La mismísima Mabel se encontraba parada frente a mí puerta, con la mirada llorosa y sus brazos abrazando su cuerpo frío y tembloroso. 

El asombro no me dejó reaccionar los primeros segundos al tenerla ahí, delante de mí, con su mirada perdida. Quise decir algo, pero no supe qué. Abrí la boca y la volví a cerrar.

Las palabras no fueron necesarias. Ella simplemente se abalanzó sobre mí, haciéndome tambalear por la inestabilidad, provocando que mi cachorro se alarmara aún mas de lo que ya estaba.

No entendía muy bien que estaba pasando en aquel momento.  Si me hubiesen dicho que tendría a Mabel en mi sala llorando desconsolada sobre mi hombro poco luego de lo que pasó, no lo hubiese creído.

—L-Lo s-siento Leria, yo... p-perdóname.

Era lo único que podía escuchar entre el llanto ahogado de mí amiga. Abracé su cuerpo en aquel momento con la misma fuerza que ella abrazaba el mío.

Y ahí estuvimos durante el tiempo que fue necesario para que ella por fin pudiera calmarse, y yo... ablandar mi corazón.

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Mabel estaba acostada frente a mí, con sus palmas juntas debajo de su cabeza, mientras me miraba luego de haber llorado como tonta durante media hora sin parar, pidiendo perdón por ser tan pésima amiga. 

Yo apoyaba mi cabeza sobre mi codo, mientras con mi mano libre comía galletas, tratando de evadir los intentos de mi perro de robármelas.

Estábamos encerradas en mi habitación, con mi perro, siendo testigos del delicioso aroma que desprendía la cocina de mi madre.

Ella me relataba lo mal que se sintió luego de haberme empujado, y lo mucho que le costó reaccionar a lo que había hecho. Me contó que no había podido dormir en paz, y que al llegar a su hogar solo sintió un vacío profundo en el pecho, al saber que había sido causante del sufrimiento de alguien más.

Yo no tuve que esperar mucho antes de poder hacerle saber que la perdonaba, aún luego de todo.

  —¿Qué pasará entonces contigo y Alex? —preguntó, con mucha curiosidad filtrada.

Me encogí de hombros.

—No lo sé. Sabes que no me gusta.

Abrió los párpados y negó con torpeza.

—No, Leria, no quiero discutir. No quiero que pienses que sigo tratando de separarlos, yo... —hubo un corto silencio, soltó un suspiro profundo y me miró, con tristeza—. Debo reconocer que Alex ni siquiera me gustaba. Solo, estaba encaprichada. Es lamentable tener que llegar a lo más bajo para poder haberme dado cuenta de que ni siquiera lo quería conmigo.

Acaricié su cabello y pellizqué su mejilla con suavidad.

—Lo entiendo. Es solo que... realmente yo no sé en que términos estamos —me acomodé sobre mi lugar—. Alex es un chico increíble, pero... yo no puedo dejar de pensar en alguien más que no sea Gael.

—Estás muy jodida, Leria.

Solté un suspiro profundo, y pensé en eso.

—Lo sé, soy una idiota.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora