Capítulo 36

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Mi cuerpo se sacudía con fuerza entre temblores mientras lloriqueaba sobre el regazo de Gael como una niña pequeña. Me sentía indefensa, me sentía torpe, quise golpearlo. Sentí que era lo mínimo que podía hacer, golpearlo bruscamente por haberme metido en eso, pero tenía tanta sed y tanta hambre, que a medida que las lágrimas bajaban y su cercanía me invadía, me sentía más débil.

Entre llanto y quejidos, me aferraba a la tela de su chaqueta y seguía humedeciéndola con mis lágrimas. Él me apretaba cada tanto contra su cuerpo cuando los sollozos disminuían, y mi corazón se sentía tan apretado dentro de mi pecho que sentí deseos de vomitarlo ahí mismo.

No quería escuchar su voz. No estaba lista para verlo a los ojos, no me sentía bien siquiera con su olor sobre mis fosas, invadiendo mi sistema. Gael desequilibraba mi cuerpo entero con una facilidad envidiable.

Su cabeza se hundió en mi cuello y un escalofrío me hizo estremecer. Comenzó a inhalar mi aroma con una intensa necesidad, como si necesitara razones para entender que yo era real, y que no estaba soñando. Por pura inercia lo empujé lejos de mi cuello, apartando la piel de mi mentón de su barba creciente.

—T-tengo mucha sed.

Aquellas fueron las únicas palabras que pude pronunciar en un momento de desesperación tan inmenso como aquel. 

Tomé una bocanada profunda de aire, porque sentí que me faltaba. Él llevó suavemente sus manos detrás de mi cuello y removió mis cabellos sudados, pegados a mis sienes. Me erizó su contacto, y sospeché por su piel tensa, que él también se erizaba cuando lo hacía.

—Tengo hambre —logré murmurar, con el pecho obstruído.

Le dediqué una última mirada leve para ver como asentía, antes de bajar la vista. No podía ver sus ojos, sabía que eso solo me haría entrar en crisis. 

Hice mis intentos de levantarme de sus piernas, pero tambaleé en el camino. Él, pudo sentirlo y se puso de pie rápidamente para ayudarme. Era consciente de cada toque que le proporcionaba a mi tembloroso cuerpo me erizaba aún mas, puesto que aquella sensibilidad no desaparecía aún luego de haberlo visto hacía varios minutos antes. 

Podía impregnarme de su olor con cada respiración que daba, era la loción que usaba a diario mezclada con la esencia que desprendía su piel, su cabello, sus manos, sus tatuajes. 

—Debemos salir de aquí, en el auto hay comida para ti —me susurró, mientras de forma disimulada acariciaba mi espalda, aprovechándose de mis nervios para poder seguir tocándome.

—¿Me llevarás a casa? —mi susurro sonó como una queja temblorosa más que cualquier otra cosa.

Buscó mis ojos, entre tanta oscuridad, y por primera vez me vi obligada a ceder.

Mirar su rostro por primera vez en meses me sacudió violentamente desde el fondo, y sin poder contener más mis lágrimas, comencé a llorar una vez más, y no solo por la forma tan dolorosa en la que me miraba, sino porque en el fondo conocía la respuesta. 

Sus ojos oscuros se veían aún mas ennegrecidos que la última vez, y pensar que no la estuvo pasando muy bien me removió algo en el interior. Sus ojeras eran muy notables aún en la oscuridad, y me sentí más tranquila por saber de aquel modo que no era yo la única que sufría por su culpa. Aquel pensamiento era cruel, pero fue inevitable. 

—Vamos a un lugar seguro —fue su única respuesta antes de que yo quitara mi mirada de la suya con mucha vergüenza por tener que llorar tanto como lo hacía en ese entonces.

Me logré apoyar sobre la mesa del centro y estabilizarme por mi propia cuenta. Tomé mis zapatos del suelo y me los coloqué con prisa, mientras él me veía hacerlo.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora