Capítulo 24

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Otra vez se me hizo complicado no pensar en él, aunque trataba de mantenerme en constante movimiento para distraer mis pensamientos de lo que atormentaba mi mente.

Sentada en la soledad de las escaleras de la entrada, tocaba con disimulo la parte sensible de mi rostro, tan solo porque acostumbrada a tocarme con constancias en las zonas donde me lastimaba. Pude sentirlo sentarse a mi lado, y sonreí negando porque sabía que de él se trataba.

—Comienza a ser una costumbre eso de que me sigas a donde voy —lo miré, sus ojos verdes me sonreían con entusiasmo.

—Pues no lo haría si no fuera para traerte buenas noticias.

Dejé mi tarea anterior con algo de vergüenza por haberme pillado en esa situación y me giré para encararlo, dispuesta a escuchar lo que sea que quisiera decirme.

—Soy toda oídos, caballero.

De pronto, la complicidad en el ambiente se había desvanecido, hasta dejar una estela de rubor en el rostro de Alex. Lo vi rascar su nuca nervioso, entonces evitó a toda costa mirarme.

—Pues... espero que no te molestes conmigo, ¿está bien?

—No podría.

—Es que... yo... —se tomó unos momento, entonces luego de soltar un suspiro profundo cargado de nervios, me miró—, te compré algo.

Solté una pequeña risita te entendí mi palma en su dirección, ansiosa por ver que se traía entre manos.

—No es algo, es... —comencé a preocuparme—, te compré un perro, Leria.

Y mi corazón se detuvo.

—Ese día en la tienda, te veías tan feliz mientras mirabas al perro, que solo me imaginé como hubiese sido si tuvieras uno propio y yo... —de pronto, su mano viajó a la mía, buscando una vez más contacto entre ambos—. Sé que puede ser buena compañía en tus días pesados, ya sabes, con tu familia... cuando no estoy cerca para ayudarte.

No supe como tomarme aquello, como analizarlo, como reaccionar siquiera. No cuando su piel tocaba la mía y mi corazón palpitaba con fuerza ante la noticia de que él sí pensó en mi enorme felicidad.

—Estaba tan entusiasmado imaginando lo mucho que te gustaría, que no pensé en que a tu padre le molestaría, hasta cuando ya fue muy tarde.

Aquello último me dejó helada. El detalle íntimo de recordar lo que había llamado mi atención en aquella tienda me tomó por sorpresa, pero lo recibí de una manera tan positiva, que supe en ese momento que nuestra relación amistosa, comenzaba a forjar un lazo irrompible.

Que lindo era. Ni siquiera sabía como agradecérselo.

—Alex... eso es lo mas lindo que alguien ha hecho p-por mí —fue lo único que pude escuchar a mis labios susurrar hasta que sentí el impulso de abrazarlo con fuerza—. Quiero abrazarte —confesé de pronto entre la bruma de la emoción, pidiendo permiso con mis ojos ardidos.

Ni siquiera contestó. Sólo me miró serio, tan sereno, y rodeó sus brazos alrededor de mi cuerpo, llenándome de una sensación familiar tan cálida, que alejó todas mis dudas e inseguridades respecto a su ser. Su loción olía delicioso, a menta. Y su piel se sentía tan suave, y densa a través de la camiseta. Sus brazos no eran tan robustos, pero eran firmes, y muchísimo mas cómodos cuando los tenía sobre mí.

Nunca pensé sentirme tan segura con el abrazo de alguien extraño —ahora no tan extraño— como en ese momento.

—Aún no sé que harás con tu padre —susurró contra mi oído, haciéndome cosquillas.

Los Demonios de Gael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora