Confesiones del corazón

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Anteriormente...

—¡Te amo! —gritó la pelirroja. —¡Te amo desde hace mucho! —declaró. —Esto me está volviendo loca, no pensaba decírtelo porque me había propuesto dejar de interponerme entre ustedes. —sin poder evitarlo empezó a llorar. —¡Pero ya no puedo más! —chilló. —Sé que ya no te gusto de esa manera, pero necesito sacar esto de mi pecho. —gimoteó. —¡Te amo! Por favor no me odies...

Detrás de una pared, una muchacha de cabellos azabaches estaba escuchando la conversación anonadada, había decidido seguirlos. Su mente estaba en blanco y su cuerpo la obligó a reaccionar de una sola forma, echando a correr de aquel lugar.

"¡Aléjate! ¡Aléjate de todo esto!", Kagome se gritaba internamente a sí misma.

Capítulo 24. Confesiones del corazón.

El súbito golpe de la puerta asustó a Inuyasha, quien vio a su ama llegar muy alterada, para después encerrarse en la habitación del baño.

—¿Kagome? —pregunto Inuyasha, tocando la puerta. —¿Estás bien?

Ella había llegado empapada por la lluvia, parecía conmocionada y exhausta.

—¡Si! —respondió jadeante desde el interior mientras se quitaba aquellas ropas húmedas y se metía en la bañera, sumergiéndose en el agua tibia y permaneciendo bajo un silencio imperturbable mientras fijaba la vista hacia el techo, perdiéndose en sus pensamientos.

Extrañamente, no se sentía triste o molesta por la confesión de Ayame, en lugar de aquello, se sentía desconcertada por lo que había escuchado y visto. El ambiente entre ambos había sido demasiado intenso, tanto, que Kagome mentiría si dijera que no parecían gustarse mutuamente.

Sin más, sonrió al llegar a una irremediable conclusión.

—Él no me ama a mí. —dijo tranquilamente.

Pero, ¿Koga se habría dado cuenta de aquello, después de la confesión?

—¿Cuál habrá sido su respuesta? —se preguntó.

Kagome suspiró, sería estúpido que él negara esos sentimientos y decidiera fingir que aquello nunca pasó. Fue entonces cuando su mente la asaltó con una revelación que la hizo helar.

¿No era eso lo que había pasado con Momo? ¿Ella no se había negado una y otra vez a sí misma, repitiéndose de que solo eran una ama y mascota?

—¿Podría ser que yo...? —se preguntó mientras recodaba el beso desesperante que había compartido con el peliplata durante su estancia en Hakone. Aquella vez, la forma como sus cuerpos estaban juntos, aquellos ojos dorados observándola con lujuria y la embriagante sensación de excitación recorriendo cada milímetro de su cuerpo...

—¡Pero que me pasa! —exclamó al sentir sus mejillas acaloradas y su corazón latiendo desbocadamente. —No puede ser... —murmuro con temor. —¡Me he vuelto una pervertida como Miroku!

Súbitamente, el timbre sonó y la puerta fue abierta.

—¡Hola perro! —se escuchó la estridente voz de Shippo vociferar.

—¡Feh! —bufó Inuyasha. —Hola enano...

—¿Y Kagome?

—Está tomando un baño.

—Oh, que mal. —se quejo el pequeño. —Tengo hambre.

—Pues te aguantas. —dijo el mayor burlesco. —Has llegado temprano y la cena aún no está preparada.

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