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La felicidad era como una golosina, la cual era dulce mientras la disfrutabas, pero luego, al acabarse, solo podías quedarte con el recuerdo de lo que sentiste

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La felicidad era como una golosina, la cual era dulce mientras la disfrutabas, pero luego, al acabarse, solo podías quedarte con el recuerdo de lo que sentiste.
En mi caso descubrí eso por casualidad, un día cualquiera, a la precaria edad de doce años, mientras regresaba a casa, luego de hacer unas compras con mi padre.

Recuerdo como lo observaba, completamente feliz de haber conseguido la última paleta de manzana, ya que todas las demás eran sabor tutti frutti, pero papá había sido rápido tomándola.
Él estaba cantando una vieja canción, la cual sonaba en ese momento, mirando que nadie se cruzará mientras daba marcha atrás.

Sin embargo, como dije antes, lo bueno solo duraba poco tiempo y cuando el auto dio un salto, imaginé que algo no andaba bien.
Claro, todas mis sospechas aumentaron en el instante en el que observé como el rostro de mi padre perdía su color habitual y se teñía de un pálido, casi fantasmal.

-Sídney, quédate aquí -su voz sonaba asustada y sus ojos, los cuales parecían haber aumentado su tamaño, me miraron inyectados en sangre.

-Pero papi...

-No salgas. Escúchame Sisi, no quiero que te muevas de aquí por nada del mundo. ¿Entiendes? -a este punto, no sabía cómo sentirme, ya que su comportamiento me estaba asustando , pero quería demostrarle que podía confiar en mí, por lo que no hice ningún movimiento. -Por favor, prométeme que no saldrás.

-No voy a salir. -aseguré, tratando de darle un poco de tranquilidad.

No sabia que había sucedido, pero para ponerlo en el estado en el que estaba ahora mismo, tenía que haber sido algo bastante grave.
Lo ví abrir la puerta del conductor y salir del automóvil, dejándome allí, con miles de preguntas, con millones de nervios y solo siendo consolada por la balada sonando en la radio.

-¡Oh Diosa, ¿Por qué?! - gritó y salte en mi lugar, tratando de liberarme del cinturón de seguridad.

No saldría, ya que se lo había prometido y las promesas que nos hacíamos con papá, eran algo serio. Pero quería al menos trasladarme al asiento trasero, desde donde podría tener algún leve vistazo.
Mientras mi padre se perdió, detrás del auto, solo podía escuchar su ahogado sollozo, pero lo que si podía observar era como las personas comenzaban a agruparse a nuestro alrededor.

La manada era un lugar pequeño y parecía que las personas estaban pasándose la voz de lo sucedido, ya que no mucho tiempo después, vi como mi madre llegaba corriendo, pero se detenía mucho antes de alcanzarnos.
Desde donde me encontraba, pude verla caer sobre sus rodillas y cubrir su rostro con ambas manos. Ella lloraba, al igual que muchos de los presentes, pero yo seguía sin saber la razón de semejante alboroto.

Claro que eso cambio en el momento en el que alfa llegó. Tanto él, como su esposa tuvieron la misma reacción que mi madre.
Aunque nuestro alfa, no tardó en levantarse y aún con los ojos completamente llenos de lágrimas, se acercó a la parte trasera de nuestro auto y lo golpeó un par de veces.

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora