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Tres horas, eso es todo lo que pude dormir, luego, fui arrastrada hacia la realidad por la cantidad de nervios que sentía

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Tres horas, eso es todo lo que pude dormir, luego, fui arrastrada hacia la realidad por la cantidad de nervios que sentía. No tenía ni siquiera una maldita idea de cómo lograría averiguar lo que en verdad sucedía, pero sabía, con demasiada certeza, que encontraría el camino hacia la luz del conocimiento.
En Kevin no podía confiar, ya que él estaba decidido a guardar sus secretos, incluso de mí, su compañera.

Pero no lo necesitaba, encontraría las respuestas sin su ayuda. Después de todo, siempre había logrado descubrir las cosas por mi misma.
Cómo cuando a los seis años descubrí que Santa Claus no existía. Había sentido tanta decepción al ver a mi madre colocar los obsequios bajo el árbol, pero fue mi culpa, ya que impulsada por mi inmensa curiosidad, me escondí detrás del sillón preferido de mi padre y esperé a ver al gran hombre vestido de rojo.

Si me ponía a pensar, todo en la vida era un engaño, ya que desde pequeños éramos atrapados por las mentiras de nuestros padres, mentiras que devorábamos felices, como si fueran chocolates. Pero dichas mentiras no perduraban, ya que con el pasar de los años iba abriendo los ojos a la verdad y está vez, no sería diferente.
Podrían tratar de engañarme, de repetirme hasta el cansancio que lo que había visto no era real, que nunca sucedió y que solo había sido producto de la intoxicación y el estrés, pero eso no me detendría de lograr mi objetivo. Nada lo haría.

Odiaba que las dudas bombardearan mi cabeza, pero yo elegí quedarme en la casa, en lugar de ir al trabajo, dónde todas las responsabilidades me distraerían.
¿Cuántos lobos conocía hasta ahora aquí? Estaban Kevin, su tío y su prima, pero también estaba Hernán. Sabía que los tres primeros no me dirían nada, pero dudaba que Hernán no me ayudara, tal vez, podría convencerlo.

Él era mi única oportunidad aquí, por lo que tendría que ser inteligente y no cometer ningún error, porque eso terminaría con todo.
Decidida a hacer algo al respecto, tomé mi teléfono y busqué el número de Hernán entre los contactos, pero una vez que lo tenía allí, listo para marcar, mi dedo no dejaba de titubear sobre la pantalla.

Seguí dudando entre hacerlo o no, evaluando todos los pro y todos los contra, los cuales parecían ser muchos más, que esto me traería.
Sin prestarle más tiempo a las dudas, apreté la pantalla y vi como su fotografía aparecía, junto a la palabra: llamando.

Los segundos que tardaba en aceptar la llamada, parecían volverse eternos, impulsándome a recurrir al viejo y desagradable hábito, que hace años había superado, pero que ahora me obligaba a llevar mi mano a mi boca y mordisquear la uña de mi dedo pulgar.
Luego de marcar por tercera vez, creí que no me respondería y estaba a punto de darme por vencida, cuando su voz se escuchó.

-Hola Sídney, ¿Todo está bien? -tenia unas enormes ganas de suspirar, de aplaudir e incluso de gritar un "por fin, amigo", pero no lo hice y en su lugar solo podía pensar en lo que le diría para que se acercará y así pudiéramos hablar.

-De hecho no lo está.

-¿Sucedió algo, necesitas algo? Porque podría avisarle a alguien.

-¿Crees que puedas venir? -necesitaba que sea él y no alguien más, pero cuando no escuché una respuesta, volví a intentarlo. - En serio necesito tu ayuda, por favor Hernán.

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora