Usando kigurumis (Joder, no tenía idea de cómo hacer esto porque simplemente no los veo usándolos, así que ni modo AU para esta entrada)
El jovencito japonés recorrió la elegante sala de estar con la mirada. La mansión de los Rosengart, los socios comerciales de su padre, era amplia y lujosa, y ostentaba un indudable toque de tradición germana en sus antiguas paredes.
Koujaku se sentía bastante fuera de lugar en el espacio europeo, pues aunque había crecido rodeado de lujos, la mansión donde él se había criado era una antigua y señorial casa en Kyoto que respiraba historia japonesa en cada uno de sus rincones. Su padre no había permitido que el niño de ojos escarlata hiciera mucho contacto con el mundo occidental, y lo había obligado a estudiar artes y disciplinas tradicionales niponas desde pequeño.
Su padre conversaba sobre negocios con Herr Rosengart, de manera que no tenía más opción que quedarse quieto en el sofá, mirando alrededor con aburrimiento. Sus ojos se posaron en una pintura de un puente que pendía sobre un riachuelo cubierto de hermosos lirios rosados.
De la nada, un gritillo agudo lo alertó, y giró la cabeza hacia la entrada de la sala de estar. Un pequeño niño entró corriendo a la pieza, llevando un kigurumi de conejo color blanco que estaba manchado de sangre. El infante no notó la presencia de Koujaku, y al correr frente a él para alejarse de su madre, tropezó con las piernas del adolescente. Su cabecita rubia se precipitó hacia la filosa esquina de la mesa de centro, pero su caída fue hábilmente detenida por Koujaku, quien lo levantó en brazos para encontrarse con las cejitas rubias fruncidas en una expresión hostil.
—Ten cuidado, puedes lastimarte —le dijo en alemán con una sonrisa franca, pero el niño no cambió su expresión.
—¡Wilhelm! —Frau Rosengart entró a la sala, avergonzada —Wilhelm, deja de molestar. Vámonos ahora.
—¡No! —el pequeño niño rubio le hizo una trompetilla a su madre, y luchó por zafarse de Koujaku, quien notó entonces que su manita sangraba profusamente.
—Estás herido —le dijo el pelinegro con un tono consternado—. Hay que curarte o puede infectarse.Wilhelm lo miró largamente. Entendía que estaba sangrando, pero no le molestaba. Aún cuando no podía expresarlo con palabras, sabía que las heridas debían causar alguna consecuencia que él no podía sentir. Sabía que era anormal.
—Vamos, yo te curaré para que tu mamá no se preocupe más.
—No me duele —su vocecilla aguda respondió de inmediato. En el jardín de niños le habían dicho que las heridas dolían, pero él no entendía que era eso.Koujaku asintió con gravedad. Su padre le había dicho que el hijo de tres años de los Rosengart padecía alguna enfermedad que no le permitía sentir dolor, por lo que la declaración del pequeño Wilhelm no lo tomó por sorpresa.
—Pero a mí me duele verte así.
Los ojos verdes del pequeño se abrieron como platos, y su boquita tembló un poco debido a la sorpresa. Aún a su tierna edad, entendía que el dolor era algo que los demás odiaban, pero no entendía por qué sus heridas podían dolerle a alguien más, especialmente alguien a quien no conocía.
—Me llamo Koujaku. Mucho gusto, Wilhelm.
—Kou… ja…ku —pronunció el pequeño, tocando la mejilla del pelinegro. Fijó la mirada en los ojos carmesí del chico —. Color sangre —masculló mientras sus deditos dejaban una marca grana en la piel del muchacho. La madre de Wilhelm se precipitó a cogerlo, disculpándose.
—Está bien, Frau Rosengart. Yo me encargaré de curarlo, y jugaremos un rato. ¿Verdad, Will?Wilhelm parpadeó, pasmado, pero luego asintió.
Le gustaba Koujaku. Su pechito se llenó de una calidez que le era desconocida hasta ese momento.
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Dom/sub
El collar de piel roja alrededor del cuello del pelinegro fue jalado una vez más, pero ningún sonido inteligible pudo escapar a sus labios debido a la mordaza que los mantenía abiertos apenas. Sin poder ver debido a la venda de terciopelo negro que le cubría los ojos, y con sus movimientos restringidos por las ataduras que ceñían sus muñecas a sus tobillos, no tuvo otra opción que tolerar el tirón.
—Me encanta cómo te ves cuando estás indefenso —susurró Noiz en su oído, y un escalofrío lo recorrió completo. Su piel, sensibilizada debido a la pérdida temporal de la vista, tembló cuando un objeto helado y húmedo recorrió su espina dorsal.
Noiz no podía distinguir con claridad la diferencia entre el hielo o la cera derretida, pero sabía que Koujaku sí. Por eso disfrutaba ver las reacciones de su adorado pelinegro cuando lo sorprendía con una nueva textura o temperatura. Lo hechizaba ver cómo sus mejillas se enrojecían conforme tocaba más y más su piel, sin necesidad de acercarse siquiera a sus partes íntimas.
Sobre todo, amaba que Koujaku se había puesto en sus manos por completo, con la plena confianza que solo una relación profunda y madura de cinco años como la de ellos podía haber gestado.
Por eso cuidaría de él como del tesoro más precioso de todos.
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Midori+Akai. verde y rojo
FanfictionNo tengo idea de porque Wattpad mandaba error cada vez que intentaba añadir el capítulo 4, así que decidí borrar y resubir. Disculpas a quienes ya habían votado y comentado. ADVERTENCIA: contenidos sexuales explícitos hombre/hombre Estos drabbles de...