Día 16

427 36 6
                                    

Rutina de las mañanas

Koujaku terminó de dar los últimos toques a su peinado, y salió del baño para encontrarse con Noiz, quien todavía dormía plácidamente. Se dirigió a la cocina para preparar el desayuno.

Los domingos eran los únicos días cuando, ocasionalmente, el rubio tenía la oportunidad de dormir hasta tarde como le gustaba. Noiz siempre estaba ocupado con el trabajo, por eso, Koujaku no lo molestaba en esas raras ocasiones cuando podían darse un respiro de la rutina diaria. Eso no quería decir que no tuvieran una rutina para esos días. Noiz apagaba su Coil la noche anterior, y al despertar, le gustaba desayunar con Koujaku en la cama. Luego, se quedaban ahí el resto del día sin preocuparse de nada más que de acurrucarse uno junto al otro.

Koujaku se había vuelto un experto en preparar un tradicional desayuno alemán, aunque a veces pensaba que no era un gran logro, considerando que solo bastaba poner en una charola una multitud de diferentes quesos, embutidos, trozos de pan, y alguna que otra mermelada o miel para añadir el toque dulce. Por supuesto, no se trataba de poner cualquier cosa. Todo estaba en los ingredientes, y por eso Koujaku siempre se aseguraba de que en casa hubieran los de mejor calidad. Eso le había enseñado su suegra, una vez que había logrado conquistarla con su sonrisa. Lo había llevado a visitar sus locales preferidos en su mercado favorito, pues aunque fuese una dama rica, se encargaba de cada detalle de su casa con esmero, y por alguna razón, veía a Koujaku como la esposa que debía hacer lo mismo.

A Koujaku no le molestaba hacerlo. Sus horarios eran menos exigentes, así que a pesar de su rutina diaria de ejercicio y su costumbre de tardar mucho en arreglarse, tenía tiempo de cumplir cuanto capricho se le ocurriera a Noiz. Y los domingos que estaba en casa, había que desayunar al estilo alemán.

-Buenos días -escuchó la voz de Noiz a sus espaldas, y cuando se giró para mirarlo, se encontró con su mirada somnolienta y sus cabellos rubios alborotados.

-Ve a recostarte. Ya casi termino.

-No es justo que siempre lo hagas tú. También trabajas.

-Me gusta hacerlo.

Noiz sonrió y abrazó por la cintura a Koujaku. Con los dientes, apartó del cuello la tela del kimono azul que usaba su pareja, y después lo mordió, dejando una marca roja. Koujaku se limitó a fruncir el ceño. No importaba cuantas veces le hubiera dicho a Noiz que no lo hiciera, el rubio continuaba marcándolo diariamente.

-Ya sabes que eres mío.

-Pero no tienes que dejarme marcas por todos lados.

-No están por todos lados -susurró-. Pero puedo dejarlas por todo tu cuerpo si quieres.

-Ni se te ocurra.

Noiz rió ligeramente, y mordió el lóbulo de la oreja de Koujaku, quien se tensó de nuevo debido al dolor.

No importaba cuantas veces se lo dijera, seguiría marcándolo todos los días. El mundo entero tenía que saber que era suyo, y que nadie podía tocarlo.

---

Lugar público

La mano de su pareja cubría sus labios para evitar que cualquier sonido se escapase de ellos. Era primordial que no hicieran ruido.

La idea de hacerlo en el balcón del vigésimo piso del edificio donde se encontraban las oficinas corporativas de la empresa de los Rosengart había sido de Noiz. Era una noche de verano agradable, y el peligro de ser descubiertos hacía el encuentro mucho más interesante. Sabía que Koujaku era un pervertido igual que él, por lo que no le costó mucho trabajo convencerlo.

El rubio se recargó más en el barandal de concreto, pues sus piernas flaquearon debido al placer que se apoderaba de su cuerpo. Pudo sentir la lengua húmeda y tibia de su esposo acariciar su oreja, mientras sus cuerpos se unían de manera más profunda conforme los movimientos de ambos se hacían más intensos.

Los jadeos que resonaban en su oído lo hicieron temblar. Koujaku estaba disfrutando tanto como él.

Un pensamiento alocado le cruzó por la mente. ¿Habría alguien observándolos en ese momento? La enorme ciudad que se extendía frente a ellos podía tener muchos ojos puestos en ellos. O podía que a nadie le interesara que dos amantes estuviesen compartiendo un momento juntos.

Se recargó en el cuerpo de Koujaku, cerrando los ojos, cuando el clímax lo atrapó desprevenido. Unos segundos después, escuchó una especie de gruñido quedo en su oreja, y sonrió satisfecho. La mano que cubría su boca se apartó, y acarició su mejilla mientras descansaban unos instantes.

Tenían que volver a la fiesta de Año Nuevo, y no podían dejar que nadie se diera cuenta de lo ocurrido.

Al menos, no podían dejar que tuvieran la certeza.

Midori+Akai. verde y rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora