Día 5

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Besándose

El menor tuvo que separarse de los labios de Koujaku para tomar aire. De las muchas cosas que le gustaban del japonés, una de sus preferidas era su forma de besar. Sabía que su habilidad era producto de haber besado a muchas mujeres antes que a él, y eso le provocaba una ligera punzada de celos que lo empujaba a intentar corresponder con tal intensidad, que Koujaku olvidara cualquier otro par de labios que lo hubieran tocado antes.

Abrió los ojos, encontrándose con la mirada escarlata del otro hombre justo frente a sí. La luz bermellón de la tarde golpeaba sus iris haciéndolos refulgir como rubíes colmados de llamas en su interior. En parte, aquel fulgor provenía de la pasión con la que el pelinegro le acariciaba las facciones, y que hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo entero en anticipación a lo que seguía.

Sus labios fueron capturados de nuevo en un instante, sin darle tiempo de apartarse para continuar normalizando su respiración. Se forzó a no cerrar los ojos, aunque sus pestañas doradas velaron parcialmente la vista de los iris carmesí que aún lo miraban.

Koujaku solía besarlo así cuando estaban a solas: mirándolo a los ojos para recordarle que existía en su mundo. Antes de él, el rubio no había sido más que ruido de fondo para los demás, pero para Koujaku, Noiz era música. Eso le decía todo el tiempo.

Noiz sabía que eso era verdad, porque cuando se besaban como en ese momento, el tiempo se detenía, y solo existían ellos dos en ese pequeño mundo donde sus corazones latían como uno solo.

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Sexo oral (explícito, lenguaje ofensivo)

Koujaku estaña recostado en el sofá luego de un largo día de trabajo. Mientras la pantalla del televisor bañaba la obscura sala con intermitentes chispazos azules, cerró los ojos. El murmullo de las voces electrónicas le provocó un pesado sopor.

Pasaron largos minutos, y entonces escuchó la puerta abrirse. Percibió los familiares pasos de Noiz entrar al departamento.

—Viejo, llegué —anunció el joven lanzando a la cara de Koujaku su gorro negro y verde.
—No hagas eso, niño —apartó el accesorio de su rostro con movimientos lentos.
—Tengo hambre, idiota. Dame de comer.
—Vete al carajo. Tengo sueño.
—¿Ha? ¿A tu edad ya necesitas dormirte temprano, abuelo? —preguntó burlón, y se quedó de pie junto a él, mirando las formas de sus músculos asomarse por debajo del kimono.
—Alguien que se levanta a medio día no tiene derecho de quejarse por mis horarios de sueño.
—Sólo los ancianos se levantan a las cinco de la mañana por gusto.
—Pero te gusta que te coja a esa hora, ¿no?
—Me gusta que lo hagas a cualquier hora —respondió el ojiverde con tono malicioso, mientras alcanzaba con las manos el pantalón del pelinegro para desabrocharlo.
—¿En serio? —Koujaku abrió los ojos.

Noiz se puso de rodillas junto al sofá, y terminó de abrir la prenda inferior del pelinegro. Sonrió apenas. Hoy era uno de esos días donde Koujaku no usaba nada bajo el pantalón. Se relamió los labios, ante la mirada exasperada del hombre de los tatuajes.

—¿Qué jodidos crees que haces, Noiz?
—¿No oyes bien, vejete? Te dije que tengo hambre —replicó con sarcasmo y acercó sus labios a la entrepierna del japonés, lamiendo la piel cálida y salada con cuidado, para sentir cada uno de sus relieves y texturas.

Koujaku chasqueó la lengua suavemente y bajó la mirada irritado. Se quedó observando, en silencio. La vista del rubio lamiendo con esmero su miembro era tan sensual, que su enfado y cansancio se disiparon de inmediato. Noiz no tenía mucha experiencia, pero se esforzaba mucho por complacerlo, y eso lo hacía todavía más ardiente.

El pelinegro cerró los ojos de nuevo, esta vez concentrado en las sensaciones húmedas y cálidas que su amante le regalaba. Sus dedos acariciaron los cabellos dorados, mientras las luces azules y blancas del televisor continuaron iluminando la sala en medio de la noche.

Midori+Akai. verde y rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora