Adviento

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-I-


El primer domingo de Adviento,
como otro más del año,
el rebaño en recogimiento
ocupa su escaño
en la Iglesia,
donde se predica el mensaje,
guardado en ella como oro en paño,
guardiana del bagaje

que se reparte entre los calaños.


La vela púrpura de la corona,
es encendida,
en una trémula y gélida mañana
de un otoño que va entregando la batuta al invierno,
que al desdeñar este la tentativa
de su casi desnuda ropa primitiva
con hojas amarillas y rojas,
prefiere vestirse de ostentoso y blanco algodón.
¡Otoño se enoja,
y tiene conmoción!

Es oximorón.
Otoño es el final,
la tierra a la que volvemos.
Invierno es el comienzo,
la blancura de los cielos.

El mismo Señor que aparecerá
lleno de Gloria,
sale ahora a nuestro encuentro acá,
en esto que hacemos,:
su memoria,
la convocatoria
de las manos humanas,
que en un abrir y cerrar de ojos,
son las atravesadas
con un martillear de blasfemo arrojo,
por llegar al extremo nosotros de ser despojos,
y seguir nuestros antojos.

En aquel día terrible y glorioso
pasará la figura de este mundo,
y nacerán unos cielos nuevos y una Tierra nueva,
no seremos más vagabundos
en este paraje desolado
del que no somos oriundos.

Tiempo breve:
hay nieve en esta Navidad,
y en la que viene,
ahí observaremos el árbol del Paraís
coronado por la estrella de David,
y en vez de guirnaldas, los cíngulos
de los santos,
que para evitar el ardid,
se encadenaron con ellos a la cruz,
a su Jesús adalid.

Señales en el Sol, la Luna y las estrellas.
Los hombres se estremecen y espeluznan,
rebuznan como asnos,
¿No es lo que la parece?
¿Por qué es la Tierra la que causa estragos,
y no la ira de Dios que crece?

Se acerca la liberación.
Estad alegres
en este Adviento,
oremos,
como los pastores,
acurrucados entre los peldefebres,
indeleble debe ser
nuestro corazón,
que hierve de fiebre ante el Dios celeste,
el Amor de los Amores.

-II-


El Segundo Domingo de Adviento,
como otro más de nuestro peregrinaje,
el pueblo va a oír el divino lenguaje,
las plegarias gozosas, el homenaje,
y la estola violeta,
como los lirios a Nuestra Señora,
dorada aureola
para la más bella y coqueta.


Otra vela morada de la Corona es iluminada
en otra frígida mañana del cercano invierno,
que repudia al otoño con más desdén,
pjes este ha dejado calvos y desnudos a los señores árboles,
pero la helada estación,
como acto de reparación,
los cubre con sombreros y pieles mármoles,
como si se tratasen de alas de ángeles
que van en acudimiento al Señor,
solemnes
en este Adviento,
y a sus órdenes,
¡Qué bella hipérbole!


Vino en la humildad de la carne
y ejecutó el plan trazado desde antiguo,
a

paciguó a la humanidad,
dió salvación a los inicuos,
y ante su vivir exiguo y ambiguo
les mostró su Triduo,
prometiéndoles un hogar contiguo,
a su Palacio occiduo.

Voz que clama en el desierto,
allanad sus caminos,
conversión del muerto a la vida,
bautismo de conversos.

El beduino ha irrumpido
con estrépito disonante,
y sin desear ningún mérito
en la Canaán apabullante,
de pecadores, rabinos,
y romanos amenazantes.

CoseVenas (Poemario Gótico-Católico) (COMPLETADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora