Séptimo Mandamiento

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El séptimo mandamiento del decálogo,
decálogo filántropo,
es: "No robarás".

Y como nadie es que nadie más,
no hay derecho
a sustraer los bienes de los demás.

Hay quien está al acecho
en callejones, barriadas,
y trechos estrechos
para echar a perder las impensas
y dejar maltrechos,
a los que piensan en su defensa,
ante los hechos.

Pero el oteador
mira desde su canderecho
a cada merodeador,
que delinque
para su provecho,
y que el que todo lo mira,
le trinque,
no lo da por hecho.

¡Sobre ellos caerá la ira,
insignificantes duechos,
que en amasar fortuna deliran,
y aún se quedan insatisfechos!

Este fue el caso
de Acán,
un bausán,
que pensaba
que llevándose 
las cosas como Caplán,
nadie en falta las echaba.

¡Error craso!
Josué,
heredero de Moisés,
en ser jerarca,
en comandar Israel,
mandó unos hombres
desde Jericó
hacia Ay,
al este de Betel,
para explorar la comarca.

Dijéronle estos:
"Manda dos mil o tres mil cabezas,
no más,
que estos hombres son pocos,
tenemos destreza,
Israel los doblegará".

Pero salieron con pies en polvorosa,
la campaña
salió desastrosa.
El Señor les había retirado
la compaña
por una cosa escamosa.

Fueron derrotados treinta y seis
de su pequeño ejército,
los persiguieron hasta Sebarín,
y allí fue su fin.

Desfalleció el corazón del pueblo,
ergo,
se hicieron la pregunta:
"¿Por qué el Señor no les dio albergo,
y no había afilado de sus espadas
las puntas?"

Se inclinó rostro en tierra
Josué:
" Hemos perdido esta guerra,
pero, ¿por qué?

¿Para qué hemos atravesado el Jordán?
Al vernos débiles,
nos atacará Canaán,
¿Por qué nuestras fuerzas son inverosímiles?"

Contestó Kyrie:
"Os he entregado entregado a la barberie
y al exterminio,
porque alguien de vuestros dominios
ha robado lo que a mí se me consagra,
¡extermina esa lacra!

Reúne a las tribus,
escoge un clan,
escoge una familia,
yo determinaré su insidia,
"Ojo por ojo", ese es el cumquibus,
el culpable pagará".

Hizo lo mandado
Josué,
y al día siguiente,
reunió al poblado,
a todo el baldrés.

Y tocó la suerte,
a quien merecía la muerte,
de la tribu de Judá,
el clan de Ceraj,
la familia de Zabdí,
¡Acán!

"Te ha tocado a ti,
glorifica el nombre del Señor.
¿Qué has hecho?
No me lo ocultes,
no estás en tu derecho".

"He hecho
sin ningún decoro
una cosa ingrata,
que la ira de Dios ha de acarrear.
He robado un manto de Senaar
de dos kilos y medio de plata,
y un lingote de oro.
Está todo bajo mi tienda,
bajo tierra".

Subieron al proscrito
al valle de Acor,
"Por tu delito,
te haga desgraciado el Señor".

Allí quemaron el botín
y apedrearon al malhechor,
De esta suerte la ira del Señor se aplacó,
por este acto tan ruin.

Distanciado fue el caso,
de un publicano,
que a cristiano se convirtió
al ver a Jesús en un borrico montado,
en la ciudad de Jericó.

Se llamaba Zaqueo,
de ver quien era el Mesías tenía deseo,
pero no lo lograba a causa del ajetreo,
por lo que se subió a un sicomoro.

Llegó él a ese punto,
levantó los ojos,
y le dijo, con tono canoro:
"Hoy en tu casa me hospedo,
querido Zaqueo,
esa gracia te la concedo"
Y de esta manera le bendijo.

El publicano se puso de hinojos,
muy alegre,
dándose prisa para bajar,
pues nada pierde,
sino gana,
el que deja entrar
al del pesebre
en su hogar,
su rastro será indeleble.

Los fariseos se sorprendían
porque el Mesías estaba en hospedaje
en casa de alguien de bandidaje,
pero Zaqueo,
levantándose,
dijo,
con aires nobles:
"Voy a dar la mitad
de mis bienes a los pobres,
y a quien he hecho fraude,
le restituiré el cuádruple,
ya no me importa lo que recaude".

Dijo Jesús:
"Hoy ha llegado la salvación a esta casa,
nunca se pierde la esperanza".

CoseVenas (Poemario Gótico-Católico) (COMPLETADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora