Capítulo 1

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Febrero, 2018

La furia que se hallaba en mí era tal, que sentía que era capaz de acudir a los golpes en cualquier momento.

En ese instante me encontraba en medio de una batalla con Samuel, luchando para que el pequeño demonio de solo cuatro años me devolviera el bolso que me había robado de mi habitación.

Parecíamos dos locos; yo sujetando el bolso con fuerza y Samuel guindando de él para evitar que yo se lo quitara.

Así de horrible eran mis días al lado de mi hermano. Así de absurdo se había convertido la maravillosa existencia de Ann Davis cuando ese niño llegó a mi vida. Estaba cansada de tener que lidiar con Samuel y su horrible comportamiento inquieto. Siquiera podía tener amigos, porque todos huían del desastre que era mi pequeño e inofensivo hermano. Con su nacimiento yo perdí el privilegio de ser la hija única. De ser el centro de luz de mis padres y de mi abuela. Perdí mucho cuando mi madre decidió volver a tener otro hijo.

Yo era la consentida, pero cuando supe de su embarazo empecé a escuchar un monólogo que se repetía a diario. Comenzaron los: «hay que ahorrar para el nuevo bebé» «tienes que madurar» «tienes que ser un ejemplo para él» «deja los berrinches» etc... etc... etc...

Mi vida hubiese carecido de luz de no haber sido por Michael. Al menos, él sí había permanecido junto a mí durante todos esos años. Nunca se fue, a pesar de lo abrumador que fue mi vida con la llegada de mi enérgico hermano. Y lo peor que se puso con la muerte de mi abuelita.

Volví a retomar las fuerzas, y, en medio de un fuerte empujón, logré hacer que Samuel se apartara de mí y así poder recuperar mi bolso.

Respiré profundo y observé a mi hermano. Su pequeño pecho subía y bajaba por la fuerte lucha que habíamos tenido.

—Quédate ahí, y no te muevas —lo amenacé, señalándolo con mi dedo índice.

Empecé a revisar mi bolso. Rezaba porque no lo hubiese roto.

Debía tener muy mala suerte como para que el primer día de clases mi bolso sufriera un accidente.

—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó mi madre, entrando con prisa a la habitación—. ¡Desde abajo escuché sus gritos!

Me coloqué el bolso en la espalda y acomodé mi cabello rubio. Traté de arreglar los mechones que, por culpa de Samuel, ahora se encontraban en muy mal estado.

—Tu hijo, que, como siempre, me roba mis cosas —escupí, saliendo de la habitación de mi hermano y arreglando mi uniforme; mayormente mi distinguida blusa azul que me caracterizaba como una estudiante de undécimo grado en mi colegio—. ¡Es insoportable!

Mi madre me siguió con apuro escaleras abajo hasta llegar a la cocina.

—Ann, es solo un niño —defendió, como de costumbre—. Pronto se le quitará ese comportamiento.

Voltee los ojos con cansancio. Me acerqué al espejo de la cocina y revisé mi aspecto. Los paletones de mi enagua azul tenía ciertas arrugas así que me esforcé lo más que pude por desaparecerlas con mi mano.

—¿Pronto se le quitará ese comportamiento? —repetí, incrédula—. Dices eso desde hace dos años, pero cada día empeora más. Samuel siempre nos hace pasar vergüenza, mamá. ¡Ni siquiera puedo traer a nadie a esta casa porque a todos los ahuyenta! Es un salvaje...

—No hables así de tu hermano —interrumpió ella, molesta. Su entrecejo estaba fruncido al igual que sus labios—. Tú no sabes lo difícil que ha sido para mí ver cómo te empeñas en no quererlo. Creí que se te pasaría porque eras solo una niña inmadura y berrinchuda. Pero en estos cuatro años sigues siendo la misma.

Tú, antes que nadie © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora