Capítulo 25

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25

Los rayos del sol empezaban a molestar mis párpados, impidiendo que pudiera seguir durmiendo. Llevaba tantas noches en vela, que poder dormir de la manera en que lo hice, fue realmente reconfortante. Admito que no tener a Valentina dentro de mi habitación, fue una dicha. Sin embargo, sus palabras fueron las culpables de la detonancia que tuvo mi bomba para explotar, trayendo consigo mis días de desvelos junto con mis nuevas tristezas.

Al menos me ayudó mucho haber descansado.

Me sentía con más fuerzas y con ganas de empezar a luchar para recuperar mi dignidad y mostrar mi valor.

Estaba lista.

Y di el primer paso comunicándome con Francheska. Debía avisarle que estaba bien. Necesitaba hablar con ella. Era injusto haberla alejado de mi vida. La aparté como si no fuera nada. Como si nunca hubiese estado para mí.

No lo merecía.

Tomé el celular y lo conecté al cargador. Crucé mis dedos para no ver mensajes ofensivos o burlas hacia mí cuando lo encendiera. Tomé un respiro y lo encendí. De inmediato, el celular empezó a sonar por la gran enumeración de mensajes que llegaron. Mi corazón empezó a latir desesperado y mi respiración se volvió feroz. Tanto miedo me estaba paralizando. Mis dedos temblaban mientras revisaba cada mensaje.

Por suerte y gracia mía, no había ninguno ofensivo. Solo eran mensajes de parte de Michael, Francheska y Bruno. Los únicos chicos que importaban, estaban ahí.

Me crucé de piernas en la cama y marqué el número de Francheska. Quería escucharla. Al tercer timbre, escuché su voz al otro lado de la línea.

—¿Sí?

Apreté el celular contra mi oreja y respiré hondo.

—Soy... soy Ann.

—¡Ann! Dios, estás viva —su chillido casi me deja sorda—. No sabes cuánto me alegra. Estaba tan preocupada por ti, que casi busco tu dirección en Google para encontrarte. Casi me matas de preocupación.

Sonreí débilmente.

Extrañaba tanto su voz, su energía tan pegajosa. Echaba mucho de menos a mi amiga.

Jugué con un mechón de mi cabello mientras sentía el nudo incrementándose en mi garganta.

—Yo... yo he estado mal... —confesé. Mi voz comenzó a quebrarse.

Ella suspiró.

—¿Quieres que vaya?

Tomé aire e intenté hablar sin que mi voz se rompiera. Hablar con ella me destrozaba mucho. Teníamos poco tiempo de ser amigas, pero ella me conocía muy bien.

—No... —suspiré, pellizcando el hilo de la cobija que estaba enrollada a mis pies—. Ya hoy me siento mucho mejor. Ayer vino Michael a visitarme de sorpresa, y admito que me hizo sentir muy bien. Pero aún... —inhalé y exhalé para tomar fuerzas—. Aún me afecta un poco recordar lo que pasó —me detuve y limpié una pequeña lágrima que había salido de mi ojo—. Pero creo que lo superaré. Con el apoyo de ustedes, sé que lo haré.

Escuché su risa al otro lado de la línea.

—Ann, claro que sí —replicó Francheska. Pude imaginar sus ojos achinados mientras reía—. Yo estaré contigo en todo momento para apoyarte en este largo camino y vencer a tu lado. Somos amigas y eso hacemos. Sin embargo... —guardó silencio un momento, y eso me asustó. ¿Qué pasó? Mas, al instante, añadió—: Igual, creo que deberías ver a un psicólogo, Ann. Estas cosas, aunque no parezcan importante, sí lo son y dañan muchísimo nuestra salud mental.

Tú, antes que nadie © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora