Capítulo 13

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13

Llegué a la entrada del colegio completamente agotada. El sudor bajaba por mi frente, el rostro lo sentía caliente y mis piernas temblaban por la carrera que me eché de la casa hasta acá.

Cuando Francheska me dijo que Michael tenía el labio roto y que estaba sangrando mucho, me asusté. No pensé en nada más y solo agarré mis cosas y me vine. Esperaba no salir regañada por algún profesor por no haber asistido a clases. Pero me daba igual, yo solo necesitaba saber cómo estaba mi amigo.

Me aproximé al portón, y ahí, Sandra, la joven que estaba de guarda, me miró con una sonrisa. Por suerte, tenía una cierta amistad con ella, así que podría sacarle un poco de información.

—No vienes a clases, pero al darte cuenta de la pelea vienes corriendo, y en esas fachas —murmuró al verme con el short corto, holgado y de flores que llevaba puesto junto con una blusa sencilla, y, que, para variar, tenía un gran hueco cerca de mi ombligo.

Maldición.

Agarré aire y la miré ceñuda.

—¿Qué fue... lo que... lo que pasó? —aún estaba jadeando por la carrera. Hacer actividades físicas no era algo que yo acostumbraba.

—Solo supe que se pelearon, pero no sé por qué. Yo solo paso acá afuera, vigilando que nadie salga o entre sin permiso a la hora de clases.

Exhalé e intenté calmar mi respiración.

—¿Y Michael sigue aquí?

—Sí —confirmó.

En cuanto lo escuché, hice intento de entrar, pero ella me detuvo.

—No puedes pasar. Sabes que puedo tener problemas, Ann.

Hice una mueca de decepción.

—Sandra, ocupo entrar y ver a Michael.

—Él está bien. Ahorita... —se detuvo y miró hacia un lado—. Oh, mira. Ahí viene tu amigo.

Miré hacia el lado donde Sandra estaba mirando y lo vi: su labio estaba roto, tenía hematomas en distintas partes del rostro, sus nudillos sangraban y sus ojos mantenían una expresión de enojo y odio que nunca antes había visto en él.

Parpadeé un par de veces, y con lentitud, me acerqué a él. Quería entender por qué había hecho eso cuando él no acostumbraba a ser violento. Sí, tal vez en una que otra ocasión, cuando era más joven, se pelió con algún chiquillo en la calle, pero eran contadas las veces que sucedía. Y el daño tampoco era tan notorio como en ese instante.

—¿Qué pasó? —pregunté, confundida.

Michael me observó unos segundos y luego apartó la mirada como si lo menos que quisiera fuera verme.

—Nada —respondió, tajante.

Fruncí las cejas.

¿Qué le sucedía?

¿Fue por lo de anoche?

No.

Eso era más serio.

Michael continuó caminando, ignorando por completo mi presencia.

Y yo debí dejarlo así.

Él necesitaba su espacio. Pero yo necesitaba respuestas. Y quedarme con dudas no era propio de mí.

Respiré hondo y corrí detrás de él.

—¿Que fue lo que sucedió? —insistí, jadeando.

Él giró abruptamente y sus ojos se concentraron en los míos mirándome con furia, molestia, irritación y cualquier otra emoción negativa que existía.

Tú, antes que nadie © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora