Capítulo 18

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18

—Valentina aceptó ingresar al colegio al que asistes.

¿Se imaginan llegar a casa después de haber tenido un día pésimo y que tu madre te reciba con esa notica?

Es agobiante, ¿verdad?

Pues fue lo que me sucedió a mí después de llegar a casa. Recuerdo haber derramado unas ciertas lágrimas cuando salí del colegio recordando aquel papel. Me sentía mal. Pésima. Pizada por todos. Sentía que mi nombre estaba en boca de todos y que los estudiantes siempre me recordarían como una doble cara y agazapada. Utilizada era la palabra que podía calificarme.

Me volví el hazmerreír de todos.

El juguete de Noah.

Su distracción.

Y la idea me estaba quemando por dentro.

Pero claro, llegar a casa y que mamá me dijera eso solo me agobió más.

Si no pude hacer una mueca más grande de desagrado, era porque mi cara no daba para más.

La sensación se volvió más asqueante cuando, con sus iris verdes centelleando burla, me observaron desde el otro lado de la sala de estar.

Allí sentada en el sillón, con una pierna sobre la otra, Valentina parecía ser la reina de mi casa. De Costa Rica. Del mundo.

Maldición, la odiaba.

—¿Estás feliz, primita? —escupió con una sonrisa socarrona.

No dije nada.

Esa vez me quedé callada.

Sentía que, si yo abría la boca, lo único que saldría eran sollozos.

—¿No dirás nada? —insistió, ensanchando su sonrisa.

Giré en mi propio eje y me marché a mi habitación.

Podrán decir que no fui valiente.

Que huí de ella.

Que dejé que me ganara.

Pero no era cierto.

Lo único correcto era que yo estaba cansada.

Cansada de todos los problemas que estaba teniendo.

Quería paz.

¿Acaso no era posible?

Me tiré a mi cama de espaldas con los ojos sobre el cielorraso y limpié las lágrimas que seguían insistiendo en salir. Aquel día había sido pésimo. Había acabado con mi tranquilidad.

Ahora incluso tenía miedo de ir al colegio.

¿Y si todos se burlaban de mí cuando yo entrara?

Tenía mucho miedo.

Cuando sentí que el nudo en mi garganta se estaba volviendo a fortalecer y el escozor en mis ojos regresaba, alguien se sentó a un lado de mi cama y comenzó a acariciar mi brazo.

Lentamente abrí mis párpados.

Me topé con unos hermosos ojos verdes que me miraban con curiosidad mezclada con preocupación.

—Sam —susurré, abruptamente.

Él sonrió y se inclinó para darme un abrazo.

En ese instante me rompí.

El llanto inundó la habitación por dos razones: alguien había notado mi dolor. Esa era la primera razón. Y la segunda era la que me perturbaba más. Era Sam el único en estar para mí cuando yo más necesitaba a alguien.

Tú, antes que nadie © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora