Capítulo 29

329 18 2
                                    

29

Cuando Valentina por fin se quedó dormida en su cama, me aparté de su cuerpo y me quedé unos segundos ahí, quieta, observando con sigilo la tranquilidad que emanaba su rostro y la manera tan pausada en que el aliento salía de su interior.

Aún no podía asimilar lo que hacía solo una hora había sucedido. No podía creer que Valentina hubiese estallado tan libremente conmigo y me hubiese dicho tales cosas. Se me hacía difícil entender que ella, siendo la chica perfecta y sin problemas que aparentaba ser, haya explotado así conmigo y me haya confesado cosas muy difíciles.

Respiré profundo, y con cuidado, me levanté de la cama, haciendo el menor sonido posible para no despertarla. Ella había llorado mucho. Había llorado como nunca antes yo había visto llorar a una persona. Era totalmente desastroso haber visto la agonía con la que Valentina derramaba esas lágrimas. Ella no merecía haber pasado por esas cosas. Era apenas una niña de cinco años cuando sus padres la hicieron sentir como una vergüenza de hija. Eso no era justo. No era justo para ella ni para nadie.

Y yo me sentía mal. Yo había sido una más de las personas que no hacían más que juzgarla por la clase de persona que era, pero nunca me detuve a analizar qué cosas fueron las que hicieron que mi prima se convirtiera en esa apática persona que era. Fui una de esas que se les hacía más sencillo juzgar que conocer.

Salí de la habitación caminando de puntillas, y cuando estuve en el pasillo, cerré la puerta con cuidado y seguí caminando por el estrecho camino. Me detuve frente a la puerta de mi habitación, sin embargo, no quería entrar. Había sido una noche muy agitada como para meterme dentro de cuatro paredes e intentar dormir, fingiendo que no había escuchado ya varias confesiones.

Inspiré con fuerza y retomé los pasos por el pasillo hasta que llegué a las gradas, y con sumo cuidado, bajé por ellas. Ya todos en casa se habían acostado, así que debía ser muy sigilosa para que mis pasos no los despertara y se dieran cuenta de mis intenciones de salir de casa. No quería que me dieran un largo interrogatorio para descubrir mis razones.

Tomé el pomo de la puerta y lo giré hacia un lado, jalando la puerta con lentitud. Lo primero que sentí fue la fresca brisa que refrescaba el aire nocturno, rozando la delicada piel de mi rostro y de mis brazos desnudos. A pesar del terrible frío que hacía afuera, no abandoné mis intenciones. Por el contrario, supe que ese viento gélido ayudaría a calmar todas mis caóticas emociones.

Salí de la casa y jalé la puerta, dejándola semiabierta. Me crucé de brazos, envolviendo mi cuerpo para cesar un poco con la baja temperatura que se sentía afuera, y empecé a caminar, buscando hacia la dirección de la carretera. En cuánto mis sandalias pisaron el duro pavimento de la calle y mis ojos se situaron justo en la copa de un viejo y frondoso guachipelín, sentí un pequeño alivio en mi mente. Necesitaba esto. Necesitaba el aire. Ya me urgía descargar con las terribles emociones que me habían estado asfixiando todo ese tiempo. De una manera ilusa, había creído que ese año, sería, finalmente, mi año. Pero al parecer, todo había sido más difícil de lo que yo había creído. Por primera vez en la vida, supe lo que era tener que avanzar por un camino que, cada vez, se situaba más cuesta arriba, todo con tal de conseguir estar en la sima. Tuve que pasar por situaciones verdaderamente duras, para poder valorar eso que tanto había anhelado conseguir. Al parecer, el deseo inmenso de mi madre de que yo llegara a madurar, por fin, ya se estaba haciendo realidad.

Pasé la lengua por mis labios, acabando con la terrible resequedad que el frío le estaba ocasionando a esa sensible parte de mi cuerpo, y miré hacia el frente, caminando con lentitud hacia ese punto en donde mis ojos negros estaban fijos. Mientras iba avanzando por la oscura y vacía carretera, pequeños fragmentos de todo por lo que había estado pasando, llegaron a mí. Sin poderlo evitar, sentí nostalgia. Nostalgia por esa ingenua Ann que tuvo que madurar a la mala. Que se vio obligada a ver la vida de una manera distinta, por haberse enfrentado a personas sin escrúpulos.

Tú, antes que nadie © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora