XXII. EL ATAQUE

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¿Conocen esos días en que no debiste levantarte de la cama? Bueno, han sido unos días así para la primogénita Malfoy.

El primer mal presagio fue su incómodo viaje en traslador. Que sí, los magos se acostumbran a viajar en él con la práctica, pero aún no logra llegar al piso sin darse un gran golpe contra el. Draco llega siempre con la espalda por delante, mientras que ella mantiene el paso unos segundos antes de terminar en el suelo rodando.

Aún así, mientras limpiaba la tierra de su ropa, decidió que por el partido de quidditch valía la pena tener unos cuantos percances.

El siguiente tropiezo consistió en encontrar a la familia Proctor esperándolos en el lugar. Había sido difícil evitar visitarlos en el verano, pero lo logró a base de excusas lo suficientemente creíbles. Sin embargo, teniéndolos en el mismo evento no existía modo de convencer a su madre de alejarse de ellos.

Por un momento la esperanza brilló en el corazón de Hydra al recordar que tendrían lugares especiales en el palco del ministerio, ahí podría disfrutar en plenitud de cada parte del partido y, para hacerlo aún mejor, su asqueroso prometido no podría acompañarla. Pero como ya mencioné, no fue un buen día para levantarse.

- ¡Ah, ahí está Lucius!

A pocos metros de distancia alguien señaló su entrada mientras se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila. Hydra reconoció inmediatamente al ministro Fudge, y no pudo evitar imitar automáticamente el gesto de asco de la cara de su madre, ese que da la impresión de que estaban oliendo algo desagradable, lo que no era del todo falso. Es decir, es suficiente con un montón de gente sudorosa y ruidosa a su alrededor, pero aumentarle a la situación la compañía de un hombre por demás falto de personalidad e irritante en muchos sentidos había sobrepasado sus límites para fingir que todo estaba bien.

-¡Ah, Fudge! -dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el
ministro de Magia-. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer,
Narcisa, ni a nuestros hijos, Hydra y Draco.

Esa fue la señal para que la familia adoptará su faceta cordial-social. Es aquella en la que, sin importar cuanto les moleste la compañía de los presentes, logran hacer que parezca que están encantados de compartir el espacio con ellos.

-¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? -saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy-. Permítanme presentarles al señor
Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.

Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se
miraron el uno al otro, y todos en el lugar recordaron claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.

-Por Dios, Arthur -dijo con suavidad-, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.

Fudge, que no escuchaba, dijo:

-Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.

Hydra sonrió con orgullo, sabiendo que ella había solicitado esa donación a su padre. Lo convenció diciéndole que cuando ella estuviera graduada le gustaría trabajar en un lugar en mejores condiciones que las actuales del hospital.

-¡Ah... qué bien! -dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.

El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le
devolvió la mirada con determinación. Los dos rubios menores sonrieron con gracia al mirar la escena, pues ambos sabían que no importaba que tan valiente tratara de actuar aquella sangre sucia, días atrás Hydra le había dejado en claro quién de ellos era superior, y por supuesto que no fue la chica de cabello erizado.

Hydra Malfoy (Fred Weasley) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora