XXXIII. ANTES DE CASARME

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La mente es un lugar extraño para atravesar. No es un camino recto ni una biblioteca bien organizada, se asemeja más a un enorme árbol con un número interminable de ramas entrecruzadas en un sinsentido infinito; un laberinto.

Hydra no llevaba mucho tiempo en la práctica de legeremancia, pero a lo largo de sus lecciones habían tres cosas que le quedarían clavadas para siempre en la memoria: la primera es que, ya sea de manera voluntaria o inconsciente, el dueño de la mente siempre tratará de expulsarte de ella lo más pronto posible, por lo que debes moverte rápido y sutilmente para no ser detectado; la segunda es que tienes que ser tan centrada como ágil al buscar dentro de los recuerdos de alguien, pues puedes perderte con facilidad y terminar siendo prisionera de la mente de la víctima; y la última es que entre más libre este tu propia mente los recuerdos del otro serán más claros.

En este punto de sus lecciones ya sabia entrar en la mente de cualquiera que no estuviera bien preparado para su intrusión y había aprendido a abrirse paso dentro de las enredaderas de la mente hasta el lugar al qué pretendía llegar. Sin embargo, aún no lograba ver con claridad los recuerdos, y descifrarlos le parecía la forma de tortura mental más compleja jamás inventada. Constantemente llegaba al recuerdo exacto qué Snape le encomendada a buscar, pero las imágenes y sonidos eran tan vagas y escasas que debía unirlas en rompecabezas incompletos qué llenaba con su propia imaginación, y eso la frustraba en sobremanera.

Pero eso cambiaría el día de hoy.

Al empezar la incursión dentro de la mente de su maestro recordó la tercera regla grabada en su memoria y se esforzó en dejar la suya en blanco y libre para darle paso a la del mayor. A veces hay que ceder para vencer, repetía la voz de su madre en su cabeza, y cuando las imágenes empezaron a pasar ante sus ojos con la calidad de una película del mundo muggle ni siquiera ella misma daba crédito de lo que logró. Por primera vez estaba viviendo directamente lo que su víctima; su vista, sus oídos, sus movimientos, incluso sus pensamientos se volvieron suyos.

Una niña de cabello rojizo me sonrió jovial, para después bajar la mirada a su regazo. Su espalda estaba recargada en un árbol y un libro abierto descansaba en sus piernas extendidas.

–¿Cómo van las cosas en tu casa? ¿Tu hermana sigue molesta? -le pregunté mientras apoyaba mis manos en el césped a mi espalda. Mi cabello cayó detrás de mis orejas y pude sentir el viento refrescar mi rostro.

La menor se encogió de hombros sin apartar la vista de su lectura, pero no ignoré el hecho de que mi pregunta le cambió el ánimo de golpe.

–Creo que Petunia nunca va a perdonarme. Aunque tampoco se lo he pedido, la verdad. Ya no puedo hablar con ella -hizo una mueca de desagrado-, cuando me acerco y veo que me mira con rencor me alejo de inmediato.

Un suspiro ligero salió de mis labios mientras la empatía recorría mi cuerpo. Aunque no era compasión pura, sino que estaba mezclada con preocupación. Verla decaída me ponía mal, así que las ansías por calmar su dolor me invadieron en segundos.

–No deberías disculparte. No es tu culpa ser especial, ni tampoco que ella no lo fuera -con suavidad pose una de mis manos sobre la suya, qué estaba apunto de cambiar de página-. Tendrá que superarlo en algún momento, es tu familia.

La niña me miró intensamente con una pequeña sonrisa bailando en su rostro. Su compañía me hacía sentir tanta paz que me hacía olvidar todo a mi alrededor; mi pasado, mi presente y mi futuro. Sus ojos verdes tenían el maravilloso don de hacerme olvidar lo malo y concentrarme en estos pequeños momentos de ligereza. Su mano en contacto con la mía me regreso un simple apretón lleno de afecto.

Tampoco es tu culpa que seas especial, Severus -me susurró, como el cazador que espera a que él ciervo no escuche cuando cargue el arma-, y tu familia no se define por la sangre, sino por el cariño que se tienen.

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⏰ Última actualización: Oct 24, 2023 ⏰

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