descontrol.

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Durante el trayecto, las cigarras cantaron ajenas al mundo entero, escondiéndose del sol bajo la sombra de un árbol. Takemichi tarareaba una canción que todavía no había salido en esa época, pero no le importaba. Zarandeaba la bolsa de plástico de un lado a otro, caminando solitario por las callejuelas del barrio. Acababa de salir de ir a comprar, era medio día y ahora tenía el objetivo de volver a casa y no hacer nada más el resto de la tarde. Por así decirlo, era su día libre. Senju estaba demasiado ocupada con Brahman como para poder contarle lo que sucedió ayer y Takemichi no tenía más cosas que hacer a parte de esperar a que se desocupara.

Se había quedado a espera de mover ficha, y aquello era algo... alentador. Tedioso, también. Le gustaba la vida de su yo adolescente, sí, pero estaba cansado de tener que volver a revivir esos días de verano que, luego del instituto, ya no sabía qué demonios podía hacer. Aquello era lo malo de revivir lo que ya había sucedido, se sabía de memoria todos sus videojuegos, sabía hasta las continuaciones o finales de varios mangas que actualmente leía y la televisión de esa época no tenía programas tan entretenidos como a los que acostumbraba ver. No quería ver las noticias o una serie o película que de entretenida tenía lo mismo que de calidad, es decir, nada.

Suspiró exasperado, llevándose las manos detrás de la cabeza, junto a la bolsa. ¿Qué podría hacer al llegar a casa? Su madre ni siquiera estaba ahí, como de costumbre. ¿Esperaría simplemente a que anocheciera? Frunció el ceño. La vaga idea de salir a pasear apareció en su mente, sin embargo, sentía que lo único que haría sería aburrirse todavía más. No tenía a nadie con quién charlar, Chifuyu lo seguía ignorando olímpicamente y Akkun y demás parecían preocupados por los exámenes vecinos. A él realmente no le preocupaban, ya había comprobado en varias ocasiones que venir del futuro le proporcionaba más facilidades para aprobar dichos exámenes, llegando al aprobado. Con eso ya tenía suficiente.

Sonrió con altanería. Venir del futuro tenía sus pros y contras, como todo en la vida, suponía.

Sin embargo, antes de seguir con su trayecto, Takemichi notó como todo su mundo se movió repentinamente hacia la derecha. 

No fue hasta segundos después que reaccionó, percatándose del violento empujón que había recibido. Terminó de bruces contra el sucio pavimento, notando lo fría que estaba a comparación de la temperatura ambiental. Gimoteó de dolor al percibir raspones en sus palmas, pues había intentado amortiguar la caída con ellas. La bolsa salió desperdigada por el suelo, algunos productos rodaron hacia las paredes. Frunció el ceño, no entendiendo qué había pasado ni quién había hecho eso. Mantuvo su mirada momentáneamente en el suelo, giró a ver sus palmas, algo dañadas, y luego rápidamente elevó la vista hacia su agresor, encontrando unas hebras rosadas que bailaban elegantemente sobre el aire.

Largos y sedosos cabellos eran transportados por la leve brisa de verano, de caricia en caricia. Esos gélidos ojos azules, tintados a verdes y que conocía a la perfección debido a dos boreales que vió un día de aquel mismo verano, miraban escépticos a su persona, como si fuera una mera rata de laboratorio, como si fuera un simple mortal; sus ojos bajaban la autoestima de cualquiera en segundos. Su piel era como la porcelana, como la de una muñeca, suave, brillante y pulcra, parecían los trazos de un artista. Una mascarilla opacaba parte de su rostro, funcionando de espejo y centrando la atención hacia los ojos, escondiendo dos imperfecciones en sus labios, dos estrellas impregnadas en su piel. Sus pasos eran silenciosos, los movimientos elegantes, únicos y egocentristas. Se agachó a la altura de Takemichi, apuñalandolo con los ojos, clavándole una gélida mirada como si se tratase de un puñal. 

La oscuridad y la luz contrastaba en el lugar, la noche nocturna del callejón abrazaba lentamente el dorso del pelirrosa, cubriendo con manos taciturnas su rostro, cuál villano. Por otro lado, la luz intentaba cubrir a Takemichi, como si fuera una manta, escondiéndolo de las polillas que intentaban atraparlo. El polvo caía con vagueza, lentamente, tal como si hubieran vuelto a los fríos días de invierno.

Takemichi tragó duro. Sus extremidades temblaban. Esa persona podía intimidar con su sola presencia y no necesitaba de ninguna palabra para poder envolverlos a ambos en una gélida escarcha dónde el mundo entero dejaba de existir. Solo había necesitado de sus ojos para alejar a Hanagaki de la realidad. 

Inexorable. | TakemikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora