la espuma se llevará nuestra historia.

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La parte puntiaguda del bastón se clavó con fuerza en la arena, provocando un sonido sordo. Zigzagueó hasta sentir que estaba lo suficientemente profundo para mantenerse firme, luego, con ayuda de sus pies, lo enterró un poco más, reforzando el aguante. El sonido de las olas sería el principal protagonista por el resto de la tarde, y el de la gente divirtiéndose también. Mikey, quien abrazaba sus piernas y se hacía pequeño en su sitio, se resguardaba bajo la noche de la sombrilla puesta por Takemichi. Este le sonrió triunfante por su hazaña, independientemente de si había sido la acción más simple de su vida. Una gota de sudor bajó por su mandíbula. 

Manjiro esquivó la mirada, indiferente, perdiéndose en algún punto muerto de la playa, observando vagamente a los niños correr de un lado a otro, haciendo huellas en la arena sin pararse a pensar cuánto tiempo durarían antes de que fueran borradas por la marea.

Takemichi hizo una mueca y suspiró. El rubio ceniza, cuál niño pequeño, había dejado claro qué tan poco le gustaba el lugar, ya que no estaba acostumbrado a exponerse con tan poca ropa y estar frente al sol durante tanto tiempo. 

Aquel día, ya siendo mediados de junio, invitó a Mikey a la playa, y este, por obvias razones, se negó en un primer instante, sacando excusa tras excusa para no salir de su zona de confort. Pero fue imposible, no podía seguir rechazando a alguien que era más terco que una mula y que se había apegado a él como una garrapata. Al final, queriendo o no, fue llevado a rastras a aquel caluroso lugar, que competía con el mismísimo infierno.

Escondió el rostro bajo sus antebrazos, perezoso, frotando las comisuras de sus ojos. Mikey llevaba una chaqueta gris claro cubriendo su dorso y bíceps, y una bermuda negra sin ningún tipo de estampado dibujado en él. Por otro lado, Takemichi, que estaba buscando algo en la bolsa donde tenían todas sus pertenencias, tenía puesto otras bermudas, esta vez de color gris claro y decorados con un dibujo selvático, las plantas tenían tonalidades azules y las flores rojas.

En el aire se podía percibir la fragancia del mar, la sal se mezclaba con la humedad y se convertía en perfume para aquella playa. El sol mañanero golpeaba a los presentes, dándole al ambiente un toque nostálgico, sin saber realmente el porqué; no había razón, las mañanas siempre se verían melancólicas para alguien nocturno, y no muchos podrían comprender aquel sentimiento único que generaban la mañana, el silencio y el rocío. 

El mar estaba tranquilo, habían pequeñas olas, no eran peligrosas y emocionaban a los infantes. Estaban establecidos en mitad del sendero, la playa no tenía final visible y se perdía en los dos extremos. Quizás si uno caminaba por la orilla llegaría a encontrar un final, aunque nadie lo sabría con certeza. Pensó Manjiro mientras esquivaba brevemente la mirada hacía Takemichi, quien seguía concentrado en lo suyo.

Estaba de perfil y, gracias a eso, pudo observar como las raíces empezaban a emerger hacia la superfície, dejando a la vista un pelaje de color negro, parecido al carbón y tan profundo como el abismo. El verdadero color del cabello de Takemichi estaba empezando a florecer indiscretamente, haciéndose paso en esa jungla ambarina. Mikey abrió ligeramente la boca, un tanto sorprendido. Es decir, sí sabía, por obvias razones, que su color de cabello actual no era el real, pero lo que no sabía era cómo le quedaría el pelo negro, pues jamás había tenido la oportunidad de ver cómo se vería sin la decoloración. En su casa no habían muchas fotos colgadas en las paredes y tampoco había preguntado si tenía alguna en el teléfono.

Y, por alguna razón, tenía curiosidad de verlo. 

Observar qué tan bien le quedaría a Takemichi el cabello negro. 

Por un breve momento se lo imaginó de aquella forma, quemando su cerebro para que le diera una imagen mental mínimamente decente, dentro de lo que eran sus capacidades. Y al final no quedaba tan mal y no entendía de dónde es que había sacado la mente de Takemichi la idea de decolorarse el pelo y moldearlo en una cresta. Porque si tenía que ser sincero, aquella cresta jamás le había favorecido en lo absoluto. Río nasalmente en una musitación.

Inexorable. | TakemikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora