inexorable.

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Normalmente no se despertaría tan temprano. Si fuera un día como cualquier otro de julio, donde carecía de responsabilidades y podía trasnochar y despertarse a la hora que quisiera, no se despertaría. Sin embargo, por diversos factores que ocurrieron simultaneamente, terminó abriendo los ojos más pronto de lo que le gustaría. 

Mientras temblaba en sueños, estando en plena persecución tras un gran robo en una joyería, el cual resultó siendo mejor de lo que esperaba porque encontró dorayakis en vez de dinero, terminó chocando contra un edificio sin importancia y se despertó involuntariamente, descubriendo en el proceso el terrible dolor que tenía en el cuello. Se quejó en un susurro a la par que cerraba los ojos, siendo para él un ambiente demasiado iluminado para su gusto.

En un principio no pudo recordar dónde estaba, así que pasó los dedos por la tela y notó que estaba tumbado en un sofá y, para ser más específicos, en el sofá de la casa de Takemichi. El mismo nombre deslizándose por su mente fue suficiente para despertarlo por completo, recordando los acontecimientos de la noche anterior y comparándolos, en un momento de locura, con un sueño. Un lindo y precioso sueño. 

Pero bien por él que no fue un sueño, sino la realidad. Ese otro pensamiento le devolvió el aire que había estado reteniendo inconscientemente y logró que abriese los ojos de una vez por todas. 

Mikey, también conocido como Manjiro Sano, acababa de despertar en el sofá en dónde, por lo que recordaba la última vez que estuvo cuerdo, besó a Takemichi Hanagaki. Los nervios polvorearon sus orejas de carmín y miró a todos lados en busca de una melena amarilla.

Y se puso de los nervios cuando no encontró en ninguna parte del sofá ni del salón, los ojos azules que tanto le gustaban, así que, cuando inhaló profundamente para aliviar la ansiedad, logró percibir un dulce aroma. Frunció el ceño y, ahora más despierto que antes, comenzó a escuchar ruidos provenientes de la cocina. A partir de ahí ya todo fue más fácil, unir cabos era como sumar uno más uno y entendió de inmediato que Takemichi estaba en la cocina preparando algo, quizás el desayuno. 

Así que, ahora más calmado, se levantó del sofá, tropezando un poco debido a que se le habían dormido las piernas, y se dirigió a la salida. Cuando salió, giró a la izquierda, intercalando con el pasillo para llegar a la cocina, siguiendo el dulce olor.

Era de mañana, no sabía qué hora era, pero su reloj natural le daba la intuición de que era temprano, no antes de las once de la mañana, eso seguro. Las cigarras todavía no habían salido, el rocío mañanero seguía impregnado en el césped y la humedad continuaba presente a espera de que al mediodía toda agua se dispara con el poder del sol. Mikey caminó descalzo por el frío suelo de madera, deslizando su mano por el marco y asomándose para tener una mejor periferia, encontrándose con Takemichi.

Este se movía de un lado a otro, no con mucha prisa, la verdad, parecía que lo tenía todo controlado, como si ya hubiera hecho eso miles de veces. Circulaba por la estrecha cocina con mucha soltura, agarrando platos, mantequilla y agitando de vez en cuando la sartén, provocando que, lo que sea que estuviera haciendo, chispeara más. 

Mikey, aunque fueran las acciones más simples que uno podía haber visto, se quedó embobado.

Él era bueno peleando, tenía una gran destreza y podía partir maderas con sus simples patadas, sin embargo, en el resto de cosas era un patán. Takemichi también era un poco de lo mismo, así que nunca se sintió opacado al no saber cosas que normalmente todo el mundo sabía hacer, sin embargo, cocinar parecía ser la excepción, porque, al parecer, el Hanagaki lo tenía prácticamente dominado. Las pocas veces que lo había visto preparar algo, lo había hecho de manera perfecta y con gran facilidad, además de en tiempo record.

Inexorable. | TakemikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora