hilo del que tirar.

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Su pecho subía y bajaba pacíficamente, su brazo escondía los párpados de la luz de la habitación y su cuerpo estaba tendido en una cómoda cama. Eran... ¿Las qué?, ¿Doce de la noche? No tenía ni ganas de girar su cuello para comprobarlo en el reloj colgado de la pared. Su cuerpo dolía y sus músculos seguían tensos. Por más que estuviera en las condiciones más cómodas en las que podría estar ahora mismo; tumbado en su fría cama, luego de una ducha y acompañado del silencio absoluto; por su mente pasaba un temporal de ideas y preocupaciones. Reprimió la ansiedad mordiendo su labio inferior, pecando de haber olvidado su herida para seguidamente quejarse del dolor que se auto-provocó como un idiota.

Pasó sus dedos por los belfos, notando el escozor que provocaba la herida. Frunció el ceño y suspiró malhumorado, recordando como horas atrás, al llegar a su casa, le reprimieron por sus heridas. Al parecer, por lo que le había gritado su madre, había dejado las peleas hacía un año y todo el tema de ser pandillero, aquello explicaba su pelo planchado, la falta de gomina en el baño y el uniforme de la secundaria impoluta y bien puesta. Sí, tenía sentido, también lo tenían sus menajes en aquel vago móvil de tapa, los cuales no parecían tener nada relevante o del otro mundo aparte de los correos que tendría cualquier estudiante de secundaria. 

Seguía en una relación con Hina, dando fé al futuro que acababa de arruinar, donde se casaba con ella. Se había vuelto todavía más cercano a Chifuyu, aunque, siéndolo o no, no pudo encontrar información relevante sobre la Kanto Manji, al parecer Fuyu tomó distancia con su yo del pasado respecto al tema de pandillas y demás. Bueno, era lógico, después de todo el que se involucró en ese mundo fue el Takemichi del futuro, no el del pasado.

Agarró la primer almohada que agarró a ciegas y se ahogó con ella silenciando un grito, cansado ya de sentir celos de la adolescencia de su yo del pasado, recordando como lo único relevante que él había hecho en su línea original fue disculparse y huir cual cobarde que era.

Era absurdo, ¿No? Sentir celos de ti mismo era de ser un completo idiota, y lo peor es que lo era. Volvió a gritar, esta vez estrujando con sus manos la almohada y frustrado a niveles estratosféricos. Se levantó de sopetón, sintió como su vista se nublaba por unas décimas de segundo y tiró con todas sus fuerzas su almohada contra la pared, provocando un ruido sordo por toda la habitación. Jadeó cansado, frustrado y no sabiendo qué hacer con el manojo de nervios que era. Llevaba un día desastroso; en el futuro le dispararon, murió, arruinó un futuro cuasi perfecto, volvió al pasado con la noticia de que Mikey desapareció por un año para entrar a una nueva pandilla y luego fue apaleado como un saco de boxeo. ¿¡Le estaban tomando el pelo!? 

Se estiró sus hebras mientras dejaba salir un grito gutural, suspirando segundos después y, como si fuera bipolar, terminar por agacharse en posición fetal con el objetivo de hundirse en la jodida miseria y llorar hasta quedar satisfecho. Es que, ¿Qué más podía hacer?, ¿De verdad tenía que hacer todo esto solo? Extrañaba a Naoto, obligándolo a seguir y compartiéndole con la mirada un poco de esperanza, aunque fuera un mísero gramo de ella. Extrañaba a Chifuyu, compartiéndole un Peyoung Yakisoba en invierno mientras morían de hambre y le daba ánimos y hasta consejos sobre el tema de los viajes en el tiempo. Se golpeó repetidas veces en la cabeza. No era un héroe, por Dios, aunque se lo dijeran múltiples veces, él no era como los héroes que salían en los mangas o en la televisión, no podía salvarlos a todos sin consecuencias de por medio y cada vez se daba más cuenta de ello.

¿Fue realmente buena idea volver al pasado?

Sollozó mientras escondía su cara en sus rodillas, como un niño pequeño, sin importar que, mentalmente hablando, tuviera veintiséis años. Él no era un héroe, era alguien desesperado por salvar a las personas y un inútil que ahora mismo lloraba cual infante. Limpió su nariz con la muñeca a falta de papel, sorbiendo cada dos por tres y dejando salir jadeos entrecortados. Si seguía así, terminaría con un ataque de ansiedad y lo sabía, y no quería que sucediera eso, no ahora que no había nadie que pudiera escucharle o tenderle una mano como antiguamente alguien hubiera hecho. 

Inexorable. | TakemikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora