aún sigo en pie.

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— Con permisooo... — Anunció el rubio ceniza con desinterés, abriendo la puerta corrediza de la casa de los Hanagakis, siendo recibido por el único hijo, que ya esperaba su llegada debido al ruido que hizo su CB250T. Manjiro analizó el lugar por un instante, no observando mucho cambio desde la última vez que visitó la morada, aun cuando de eso ya hubiera pasado más de un año. 

— Bienvenido, Mikey. — Cruzó miradas con el rubio canario, observando seguidamente como sacaba del zapatero unas pantuflas blancas, simples, como si fueran de hotel. Las puso en el suelo y le indicó a que se cambiara de zapatos antes de pisar la morada. Manjiro no objetó e hizo lo que se le pidió, el otro aprovechó para desaparecer del zaguán y marcharse en dirección a la cocina, alejándose por el pasillo.

Era una casa simple de barrio, no tan tradicional como la suya, mucho más moderna. El suelo era de madera, reluciente y barnizado. A la izquierda, casi en la entrada, había una puerta, seguramente sería un pequeño armario donde guardaban la aspiradora y demás utensilios de limpieza. Más adelante, también a la izquierda, había un marco sin puerta que daba al salón, era pequeño y justo para una familia de tres. Había un televisor antiguo, grande y ancho, encima de un armario de baja altura y de madera blanca. Delante del electrodoméstico había una mesa negra de tortuga y un pequeño sofá. El suelo era de tatami y al fondo del salón, en el lateral exterior, tenían dos binomios enormes que, al moverlos, daban al pequeño jardín de la propiedad. 

Volviendo al pasillo principal, a la derecha, a la mitad del recorrido y antes de llegar a la cocina, habían unas escaleras cerradas que conducían al segundo piso. Al lado del marco había otra puerta, esta era la del baño. Y, para finalizar, al final del pasillo, el pasadizo se abría a una gran cocina. No tenían isla, pero sí una pequeña mesa rectangular donde la familia Hanagaki comía tranquilamente, teniendo como iluminación natural las pequeñas ventanas corredizas a una altura intermedia: por encima de la encimera, pero por debajo de los cajones superiores. En una de las esquinas había una pequeña puerta blanca con una ventana de vidrio esmerilado y que daba al jardín de atrás. 

Y, con esta breve inspección del lugar, Mikey se sentó en una de las sillas de la cocina, dejando en reposo su mandíbula en la mesa, encorvando la espalda como un niño pequeño. Las pequeñas obsidianas se movían de un lado a otro, observando al Hanagaki revolotear por todo el espacio de la cocina, buscando entre sus cajones a saber qué. 

Estaba aburrido, era un día de verano como cualquier otro. Mikey pataleó el suelo, buscando con la mirada la presencia de alguien más en el hogar, sin embargo, no la encontró. Frunció el ceño. 

— ¿Tu madre....? — Rompió el silencio, curioso, deteniendo a Takemichi en su búsqueda, girándose para cruzar miradas con Mikey. 

— De viaje, como siempre. ¿Por? — Respondió sincero, no dándole mucha importancia, retomando lo que estaba haciendo. Mikey se sorprendió por aquella independencia, aun si estaba al tanto de la situación laboral de la progenitora. 

Esquivó la mirada hacia el pasillo principal del hogar, estaba desolado, ni un alma pasaba por aquel lugar a saber cuánto.

Rebufó. A decir verdad, Mikey, en un principio, siempre pensó que Takemichi sería alguien dependiente, porque- bueno, viendo el tipo de persona que era, terminó creyendo en el estereotipo. Sin embargo, no, este le sorprendió, pues nunca pareció importarle el hecho de que tuviera que pasar días y noches enteras sin un adulto que merodease por el hogar. Aunque tenía sentido, Takemichi era en realidad un adulto, tenía veintiséis años. Este ya estaría acostumbrado a esa rutina, era lo que supuso Manjiro. 

Quizás si hubiera conocido en profundidad al Takemichi de su época, hubiera notado algún ápice de dependencia, aunque lo dudaba.

La cabeza de Mikey cayó hacia un lado, quedando con la mejilla contra la mesa, muerto por el calor que hacía aquel día. — No, por nada. — Murmuró, matando la conversación y perdiendo su vista en la pequeña ventana de la cocina, observando un abandonado cobertizo en una esquina del jardín, escondido entre la maleza, bajo la sombra de un árbol y apartado del mundo entero. 

Inexorable. | TakemikeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora