Nathalie se apartó de Gabriel, mirándole descolocada. También algo atemorizada. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió ese ejercicio un par de veces. Miró la impenetrable careta de Gabriel, que esperaba paciente su respuesta. Pero ella no tenía palabras. La conexión racionales. Ante él sólo había quedado una mujer muda cuyos pulmones quemaban exigiendo precioso aire.
—¿Y bien? — dijo Gabriel.
—¡Santo infierno! — se dobló hacia adelante, con los brazos cruzados contra el estómago, mientras jadeaba algunas bocanadas de oxígeno.
Se sintió mareada. Repentinamente desolada y mientras intentaba concentrarse en no desmayarse, un recuerdo escondido en el recóndito lugar de su memoria salió a relucir. Era ella, seis años antes, con el hombre a quién le había entregado el corazón y que le pedía matrimonio con palabras similares.
«Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Nathalie» El conocido pánico arañó sus entrañas y escoció sus heridas. «Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Nathalie»
Cerró los ojos, intentando desterrar aquella memoria y se irguió, dándole la espalda a Gabriel. Recogió de paso el vaso olvidado sobre la mesita de centro y se dirigió sin pausas hasta la isleta. Descorchó la ginebra con prisa y llenó el vaso con manos temblorosas, luego bebió el contenido hasta la mitad y dejó el vaso con fuerza sobre la superficie, derramando un poco de licor en el acto. Siseó e hizo una mueca asqueada, concentrándose en el ardor que le bajaba la garganta y nada más que en eso.
—No pensé que la idea de casarse conmigo le diera tanto asco — masculló Gabriel.
Y si no fuera porque Nathalie conocía a ese hermético hombre, hubiera apostado que había algo de ofensa y dolor en su voz.
Inspiró profundamente y se dio la vuelta, él estaba a solo dos pasos de distancia, observándola y esperando a que hablara.
—Quiero que se case conmigo — repitió con calma y solemnidad
—Eso quedó claro... — murmuró secamente.
Apretó el vaso que aún sostenía hasta que los dedos se le acalambraron.
Gabriel tomó una exhalación, y Nathalie supo que se estaba armando de paciencia. Así que, antes de que pudiera hablar, preguntó lo que se repetía en su cabeza una y otra vez.
—¿Por qué?
«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» Había pensado en varias alternativas para ayudarle, menos en el matrimonio. Aquello la tenía confundida. Sobre todo el hecho de que estuviera tan calmo proponiéndole aquello. Sin una pizca de duda, ni sudor, ni nerviosismo... solo solemnidad y una maldita serenidad que hizo que alucinara.
—Es una mentira que cualquiera puede creer fácilmente — explicó Gabriel.
Nathalie apretó los labios unos segundos, entornando la mirada.
—¿Puedo hablar con confianza? — preguntó con seriedad, cruzando los brazos para ocultar el temblor de sus manos.
—Adelante — asintió, Gabriel.
—¿Cómo se le ocurre que esa es la solución? ¿Después de como acabé siendo despedida? ¿De verdad piensa que nos creerán?
—Esto no es una declaración, señorita Sancouer, será un acuerdo. Un matrimonio de conveniencia. Estaremos casados legalmente, pero cuando estemos solos no seremos pareja.
—No está mejorando la situación, señor Agreste — gruñó entre dientes.
Gabriel suspiró por lo bajo, acortó la distancia hasta quedar frente a ella, y apoyó la mano sobre la encimera.
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Lo que él diga [Gabrinath | AU]
RomanceNo hay nada que Nathalie no pueda hacer por Adrien, incluso si tiene que casarse con su despreciable jefe para lograr salvar a ese encantador niño que le robó el corazón. Pero, ¿qué consecuencias traerá todo aquello? ¿Podrá demostrarle a Gabriel que...