Nathalie no se creía benevolente, ni buena.
Tenía tantos pecados en el alma y en la piel, que sabía lo que era vivir en el infierno.
Por años su vida se redujo a la penumbra, a vagar en la tierra sin sentir nada más que vacío. Y, cuando una pizca de emoción se colaba en el agujero que tenía en el alma, se aferraba tanto a ella que la llevaba a un extremo peligroso.
No sentía más valor hacía la vida, que el valor que la vida misma tenía consigo.
No le importaba nada más que dejar de respirar y, tras sus delitos, nunca le importó nada más que dejar de existir..., pero era cobarde. Era débil y se alimentó de odio y venganza en un vago intento por mantenerse de pie. Llevó la rastrera existencia a la que se aferraba a un límite que casi no tenía retorno, peligroso y escabroso..., hasta que lo conoció.
Lo que se sentía vacío en la vida, pronto se sintió lleno.
Lo que no tenía sentido, se volvió de valor.
Y el gris mundo que le rodeaba, pronto se transformó en una bomba tecnicolor.
Solo le bastó una respiración para enamorarse de nuevo de la vida misma y aferrarse a ella a pesar de la aflicción. El corazón destrozado pronto menguó su dolor y, en cambio, una semilla en su árido interior comenzó a germinar dándole aquello que pensó que había perdido.
Para ella las segundas oportunidades no existían, pero conocer a Adrien le había demostrado todo lo contrario. Conocer su historia y estar con él, había desmoronado años de amargura y desolación y había desnudado día a día las capas de los fragmentos trozos de su alma. En ella nació la esperanza de esperar el mañana y vivir con el dolor de la pérdida, aferrándose a la vida de manera diferente.
Si tuviera que definir la palabra esperanza, respondería sin vacilar el nombre de Adrien.
Porque eso era ese niño para ella. Era la vida misma y la esperanza propia. Y verlo, llorando desconsoladamente en brazos de Gabriel, la estremeció hasta los cimientos. Lo único que deseaba era abrazarlo con fuerza y decirle que todo estaría bien, pero se contuvo. No era ella quién debía consolar a ese niño, al menos no en ese instante. Porque lo que se estaba formando en ese momento, sería algo que lo marcaría toda la vida. Y tal vez fuera el principio de un camino laborioso e impredecible, pero las cartas de la suerte estaban echadas y no había vuelta atrás. Lo que Gabriel Agreste había formado ese día, nunca más se rompería. Si ese era uno de sus trabajos, lo acataría toda la vida. Rescataría esa esperanza y el perdón y se encargaría de demostrarle a su futuro marido que el esfuerzo debía ser eterno. Porque él lo valía. Valía cada respiración y cada latido.
Adrien se apartó de Gabriel un poco, secándose la cara sonrojada y húmeda con las manos. La nariz le goteaba y Gabriel se la limpió con los dedos, antes de besarle la frente con una devoción que hizo que algo en su interior se tensara.
Los hipidos del pequeño era tan regulares como sus suspiros temblorosos tras desbordarse en lágrimas. Cuando él le miró al fin, con sus ojos verdes un poco enrojecidos y las mejillas acaloradas, manchadas de lágrimas, ella le ofreció una sonrisa lagrimosa.
—¿Nate...? — dijo entre medio de un hipido y estiró los brazos en su dirección.
Nathalie se inclinó hacía él y lo agarró al vuelo. Frotó su espalda despacio, mientras Adrien escondía el rostro en su hombro y gimoteaba bajito contra ella.
Observó a Gabriel un instante, la seriedad en su rostro era habitual, pero algo había cambiado en su mirada. Le dio las gracias en silencio, demasiado afectada todavía como para hablar sin sollozar. El nudo en medio de su garganta dolía, pero a diferencia de las otras veces, este dolor fue más consolador que desastroso.
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Lo que él diga [Gabrinath | AU]
RomanceNo hay nada que Nathalie no pueda hacer por Adrien, incluso si tiene que casarse con su despreciable jefe para lograr salvar a ese encantador niño que le robó el corazón. Pero, ¿qué consecuencias traerá todo aquello? ¿Podrá demostrarle a Gabriel que...