4

256 33 41
                                    

Hoy había limpiado mucho más de lo normal, este apartamento nunca se vio tan impecable, ni siquiera antes de que me instalara, que el servicio de bienes raíces lo entregó en perfectas condiciones. La cocina brillaba, las baldosas relucían e incluso lavé toda la vajilla, sin ningún sentido porque soy la única persona que come aquí, pero al menos la había desempolvado. Por supuesto que esto tenía que ver con el hecho de que me encontraba nerviosa, hace muchos años que no iba a una cita, una primera cita, menos, y lo peor de todo es que ni siquiera tenía a alguien con quien enloquecer al respecto, o que me dijera que usar. Ya lo había elegido de todas maneras, estaba vestida, pero con ayuda siempre se sentía mejor.

Iba de salida, sólo necesitaba calmar mi pecho, porque subía y bajaba a un ritmo poco normal y mi corazón estaba latiendo bastante rápido. ¿Así era como solía sentirse? La emoción, la exaltación. Era algo que se había vuelto inexistente en mi vida y sentirlo por siquiera un momento era... Reconfortante. 

Ya había puesto mi mano en la manilla de la puerta, cuando el sonido de mi teléfono celular me detuvo. Vi que la llamada era de mi madre y con mucho remordimiento de consciencia, decidí no responder, no quería hablar con ella porque implicaría decirle que iba a salir o mentirle y no quería hacer ninguna de las dos cosas. Odiaba decirle mentiras porque por años me volví en una experta, me convertí en la mejor mentirosa. Le mentía sobre el porqué no iba a visitarla tan seguido y el porqué no podía visitarme tampoco. Mentía sobre cómo estaba, como me sentía, la razón por la cuál mi voz sonaba extraña. Mentí cuando terminé en el hospital con tres costillas rotas y dije que había sido un accidente y también lo hice cuando luego de dos semanas de estar en casa cuidándome, le dije que podía marcharse porque ya me encontraba mejor. Así era mi vida, una gran mentira, inventaba excusa, tras excusa, porque la alternativa era más dolorosa y me avergonzaba, aunque no fuera yo quien debía sentir vergüenza.

Dejé el celular nuevamente en mi bolso y me dispuse a conducir hasta el Shaker + Spear, el restaurante el cuál Sebastian me había enviado la dirección el mismo jueves. Al llegar a casa del trabajo, revisé mi correo y estaba allí, un mensaje con la dirección del lugar, ya me había gustado sólo por la originalidad en la pronunciación del nombre. Había repasado en mi mente varias veces la última conversación que tuvimos y me costaba creer que era yo quien había dicho eso, en otra época, otra Avril, sin duda alguna lo habría hecho, llegar a hablarle así a alguien y concertar una cita, eso y mucho más, pero hace tanto que no la veía que se me olvidaba que estaba ahí, gritando por salir nuevamente. 

Luego de unos minutos de conducción el GPS me dejó justo en frente del lugar e incluso antes de estacionar pude ver a Sebastian recostado a una Ranger Rover negra, que asumo era suya. Estacioné justo detrás de él. Llevaba un pantalón negro de vestir de cuadros, una camiseta blanca dentro y una chaqueta casual de color marrón, lucía realmente atractivo, aunque todas las veces que lo había visto lo hacía, pero parecía haberse esforzado porque era una ropa casual, pero que a la vez se veía elegante. No para una cena de trabajo o algún negocio, exactamente para la ocasión. 

Tomé las llaves del coche y con una última bocanada de aire, las giré para apagar el motor y por fin bajarme. Él estaba observando desde que salí del auto y eso sólo hizo que me pusiera aún más nerviosa, era increíble que estuviese haciendo esto, ni siquiera lo podía creer, ¿Estaba a tiempo para arrepentirme? No. Tampoco quería hacerlo, de no haber querido salir con él, no lo hubiese hecho, no habría ido yo a decirle que sí, esto sólo era algo nuevo para mí.

—Hola—dije con voz baja en cuanto me puse frente a él. 

Me dio una mirada, algo nerviosa a mi parecer y parpadeó unas cuantas veces antes de que una pequeña sonrisa se extendiera en su rostro.

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora