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El cabello negro como el mismo azabache brillaba debajo de las luces resplandecientes de su hermosa y gigante cocina. La piel blanca contrastaba con las luces y la delicadeza y belleza de sus facciones la hacían una mujer impresionante a la vista de cualquiera que la observara, pero lo que más resaltaba de ella en ese momento, iba más allá de la hermosura que le había regalado la vida. El ojo morado y las marcas enrojecidas que se encontraban alrededor de su brazo izquierdo eran la atracción principal, resaltaban con un color púrpura rojizo con tonos amarillo, la camiseta sin mangas y espalda de esqueleto las dejaba a la vista, venían desde su antebrazo y recorrían como en zigzag hasta casi la altura de su hombro, sin embargo no importaba, no había salido de casa en varios días, así que nadie podía verlo. 

No importaba, no importaba. 

Llevaba una conversación amena por teléfono con una compañera de trabajo. Discutían sobre una serie de televisión que ambas habían estado viendo últimamente, cuando tenían tiempo, y como Avril se había reportado enferma desde la semana pasada, tuvo la oportunidad de ponerse al corriente.

Últimamente los días eran malos. Su esposo estaba bastante alterado y la situación se hacía insostenible, pero desde hacía justamente una semana no había vuelto a tocarle ni un pelo, de hecho, casi ni estaba hablando con ella y que la ignorara era mucho mejor. Hablaban lo necesario y aunque le había pedido perdón infinidades de veces y ella como siempre respondió que estaba bien, él se paseaba con culpabilidad alrededor de la casa. 

La chica escuchó la puerta de su casa abrirse y sabía que ya estaba aquí.

—¡Ya llegué!—la voz masculina se escuchó y ella gritó de vuelta, indicándole que se encontraba en la cocina. 

Lo vio pasar a través del pasillo, elegante, con gracia incluso al caminar, su ceño se encontraba fruncido. Se apartó el cabello largo y rubio para poder inclinarse a ella y darle un beso.

—Hola, ¿Cómo te fue?—dijo la chica después de separar sus labios.

—Todo bien, ¿Tú qué tal?—preguntó alejándose de ella y abriendo la nevera.

—Si, acaba de llegar—respondió Avril a través de la línea—. Rose envía saludos.

Adam asintió y se concentró en revisar la nevera, mientras Avril seguía con su conversación telefónica. 

—Avril, ¿Dónde están mis bebidas energéticas?—preguntó. 

—En el fondo de la nevera, cariño... Si, no tienes idea—soltó una carcajada, concentrada en la charla que tenía. 

—¿Dónde?—por más que estaba buscando no podía verlas. Ya se estaba frustrando, había sido un mal día en el estudio, un mal día en la galería y ahora no podía encontrar sus bebidas sólo porque su maldita esposa no podía dejaba de hablar por teléfono.

Pasó una mano sobre su frente, su risa y voz alegre le estaban irritando.

—Pero es que no puedes hacer comparación de un perso...—casi sin darse cuenta el teléfono celular fue bruscamente arrancado de su oreja y observó como voló hasta el fondo de la cocina y se destrozó al golpear uno de los gabinetes de la alacena—. Adam, ¿Que demo...—nuevamente fue interrumpida, pero esta vez porque el golpe con el dorso de la mano impactó tan fuerte contra su rostro que la tiró de la silla, su cuerpo soltó un quejido al impactar contra el suelo. 

Sus ojos se cristalizaron de forma inmediata, pero esta vez no fue por dolor, no fue por tristeza, sino que estaba llena de furia, rabia, ira. Pero no le dio ni siquiera el tiempo suficiente para reaccionar, Adam ya la estaba arrastrando del cabello con todas sus fuerzas alrededor de la cocina, llevándola hasta los pedazos restantes de lo que hasta hace unos segundos, era su celular. Ella luchaba, gritaba e intentaba zafarse de su agarre, pero era inútil. 

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora