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Los dos toques que di a la puerta retumbaron en mis oídos haciendo que los latidos de mi corazón golpearan con mucha fuerza en mi pecho. Sabía que esto no era una simple visita, no sólo estaba nerviosa por el hecho de que fuera la primera vez que venía a su casa o porque hubiésemos tenido una discusión, no. Era porque a pesar de que no tenía claro que era lo que haría cuando hablé con mi madre, o incluso cuando venía hasta acá en el taxi, conforme el elevador rebasaba piso por piso, entendí que era lo que quería hacer, lo que quería decir.

Su voz se escuchó un poco lejana, anunciando que ya atendería y eso sólo aumentó mi ritmo cardíaco. No había vuelta atrás, ya lo sabía, tampoco quería que fuera diferente, sin embargo, eso no lo hacía más fácil. Escuché un suspiro a través de la madera que nos separaba, lo que decía que me había visto a través del ojo mágico, sabía que era yo, pero en este momento no podía analizar si había sido un suspiro bueno o malo. Uno que indicaba problemas, o uno esperanzador.

La puerta se abrió y al otro lado del umbral pude ver a Sebastian. Su expresión facial bailaba entre la cautela y la sorpresa de verme aquí, por supuesto que no se lo esperaba, después de lo que sucedió, de como lo traté, creo que yo era la última persona que él esperaba ver; y a pesar de que fue sólo hace unas horas, se veía diferente, sí, físicamente, su cabello estaba mojado como si acabara de salir de la ducha, llevaba pantalones a cuadros de pijama y una camiseta azul real que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, pero aunque nunca lo había visto tan informal, eso no era lo que lo hacía lucir extraño, sino que se había afeitado por completo, su cara estaba completamente limpia y eso me hizo un poco de gracia. Tanto que aparentemente no pude evitar sonreír.

—¿Que es tan gracioso?—preguntó, con el fantasma de una sonrisa queriendo aparecer en su rostro.

—Te afeitaste—respondí, como si eso fuera explicación suficiente, pero por su expresión supe no era así, entonces decidí decirle exactamente porqué se me hacía tan divertido—, te afeitaste porque te pedí que no lo hicieras, pero estás enfadado conmigo, así que lo hiciste.

Sebastian frunció su ceño y echó su cabeza hacia atrás en desaprobación, pero eso sólo me hizo confirmar que tenía razón.

—No, definitivamente no—lo negó rotundamente sólo para darse cuenta de que ni siquiera él creía eso—. Está bien, estoy un poco enfadado contigo y lo hice por eso—admitió.

—Lo sé—esta vez mi voz salió algo triste porque sabía que no lo había tratado bien—, ¿Podemos hablar?

—Sí, seguro, pasa por favor. Aún estoy tan sorprendido de que estés aquí que no te había invitado, lo siento—dijo echándose a un lado invitándome a entrar.

Di dos pasos para poder entrar a su apartamento. El lugar era hermoso, creo que incluso podía usar la palabra impresionante, era de una sola planta por lo que podía notar, pero eso no lo hacía menos lujoso. La paleta de colores iba entre marrón, beige y blanco, empezando por el piso que era de madera. A la izquierda se encontraba un gran balcón en el que se podía visualizar parte de la ciudad, era simplemente hermoso, la vista era increíble. A la derecha en cambio, había una mesa de comedor de ocho puestos y algo más al fondo, detrás de una pequeña pared, se encontraba la cocina, que parecía ser blanca y reluciente. De pronto una hermosa felina se paseó alrededor de los pies de Sebastian, como si estuviese marcando su territorio.

—Supongo que esta preciosura es Maggie—dije agachándome un poco hacia ella, pero soltó un gruñido hacia mí y guardé mi mano—. Creo que no le agradaré demasiado.

Sebastian sonrió.

—No te preocupes, es así con los extraños, ya se acostumbrará a ti.

Maggie me observó con algo de odio, si es que eso puede decirse de una gata y alzó su cola para caminar lejos de nosotros. Las palabras “Ya se acostumbrará a ti” casi me hacen sonreír.

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora