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—Avril, despierta—Adam movió mi hombro de forma brusca.

Hace un tiempo que se había levantado de la cama de su siesta, yo fingí estar dormida todo el rato, de la mejor manera en qué pude hacerlo, incluso cuando arrastró la silla frente a mi y simplemente me observó “dormir” por una cantidad de minutos tan grande, que había perdido la cuenta. Aún así, fui capaz de controlarme y seguir con aquella expresión de calma que sólo un profundo sueño puede brindarte. Me encontraba bastante nerviosa, pues mi plan no tenía una estructura perfecta, podía fallar de mil maneras, ni siquiera sabía que me daría una oportunidad, pero era mejor que hacer nada.

—¿Qué hora es?—pregunté, sin moverme demasiado, simplemente abrí los ojos y actúe como si estuviera desorientada.

De alguna forma, lo estaba.

—Casi las siete de la noche, si salimos ahora, estaremos cruzando la frontera para el amanecer. Levántate—ordenó.

Su actitud estaba un poco más hostil que hace unas horas. Eso no me convenía para nada, pues
no sabía cómo podía reaccionar en cualquier momento.

Me puse sobre mis pies, levantándome de la cama.

—Voy al baño y podremos irnos, ¿Está bien?

Su mirada se dirigió hacia mi, sin ningún tipo de emoción.

—Que sea rápido.

Le dije que lo sería y me dirigí al baño. Abrí el grifo de agua para que pudiera hacer eco del ruido y que él no tuviera algún sonido limpio. En todas las horas que transcurrieron desde que llegamos a la habitación, no había podido dejar en pensar en la grieta de cerámica que vi más temprano cuando levanté la tapa del inodoro. En el momento no me pareció que podía servir de mucho, pero si lograba romperla, tendría un pedazo de cerámica conmigo, que podría no servirme para nada, o tal vez sí, debía intentarlo. La levanté con mucho cuidado de que no chocara con las otras partes y así hacer el menor ruido posible, dejándola encima del lavabo me dispuse a raspar con mi uña aquella parte rota y tirar de ella al mismo tiempo, sin parar, los pedazos de escombro de un tono naranja rojizo caían, mientras yo seguía con mi labor. Luego de unos minutos Adam gritó mi nombre, le dije que estaba lista, aunque no lo estuviera, recé mentalmente mientras seguía intentando rasgar el pedazo y como si mis plegarias hubieran sido escuchadas, un trozo de cerámica, más grande y puntiagudo de lo que esperaba, terminó en mi mano. Los escondí en el bolsillo trasero de mis jeans.

—Gracias—susurré con mi mirada puesta en el cielo.

Dejé la tapa nuevamente en su lugar, tratando de ocultar la parte que faltaba por si Adam decidía entrar después de mi. Me observé en el espejo, soltando un largo suspiro, convenciéndome de que esto era la mejor opción, la única opción que tenía, pues tenía que armarme de valor para poder ejecutarla, el sólo pensarlo me producía náuseas, pero tenía qué.

Pasé nuevamente a la habitación, Adam tomó el arma de la mesa de madera, sutilmente dejándola en la cinturilla de sus pantalones. Tragué grueso e intenté con todas mis fuerzas aparentar que haberla visto no me afectaba, tengo mucha práctica en esconder lo que realmente siento y en mentir, hoy debía hacer la mejor actuación de toda mi vida. Se dirigió a la puerta y pasó la llave para poder abrirla, era el momento.

—Oye, ¿Ya tenemos que irnos?—lo tomé de la mano, dándole la vuelta para que me observara.

Su ceño se frunció. No sólo por mi acción, sino por el tono de voz bajo y ligeramente sensual que usé.

—Sí, te dije que ya es tarde—habló, dejando claro que era una orden, pero la forma en que lo dijo fue más suave que hace un rato.

—Está bien, sólo estoy cansada.

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora