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Algunos rayos del sol se filtraban a través de las persianas. Abrí los ojos e inspeccioné la habitación de Sebastian, no estaba acostado a mi lado o se escuchaba algún ruido en el baño, así que probablemente estaba en cualquier otra parte de este apartamento. Pasé mi mano a través de toda la sabana fría, estirando mi cuerpo e inhalando profundamente su aroma que ahora también estaba mezclado con el mío.

No sabía qué hora era, no muy tarde por supuesto, pero había tenido una noche maravillosa y dormí extremadamente tranquila. No estaba acostumbrada al calor del cuerpo de alguien abrazándome toda la noche, pero fue reconfortante, sobretodo por quién era la persona que me sostenía.

Hoy me sentía de una manera muy distinta, quizás eran las palabras que salieron como una cascada de mi boca el día de ayer, no tenía idea de cuánto necesitaba decirlas hasta que por fin lo hice, y se sentía distinto debido a que se lo dije a una persona normal, que es igual a mi, no es mi psicóloga, no es mi madre, es un igual a mi, un hombre por el que tengo sentimientos además, no sé qué tantos, pero muchos de ellos.

Finalmente me levanté de la cama, estiré mi espalda y me subí sobre las puntas de mis pies mientras juntaba las manos sobre mi cabeza para también estirar mis brazos. Era de las cosas que solía hacer cuando despertaba y antes de un entrenamiento, por supuesto que hoy no pensaría en hacer ejercicio, pero aún así. Caminé hasta el baño, hice pis y volví a repetir lo que hice la noche anterior para lavar mis dientes antes de verlo, no me preocupaba demasiado como me veía físicamente porque mi yo recién levantada no me molestaba, pero el aliento matutino era otra cosa.

Al salir de la habitación un olor delicioso entró en mis fosas nasales y mi estómago rugió en reacción. Un desayuno no sonaba mal. Era definitivamente un día soleado y toda la casa estaba iluminada por la luz que entraba del gran balcón, caminé por la sala hasta encontrar el camino a la cocina. Sonreí al ver la espalda de Sebastian, aún llevaba por supuesto la pijama del día anterior y movía el sartén que asumía estaba en su mano, con bastante destreza.

Me acerqué asegurándome de que no me escuchara y lo rodeé con mis brazos, pegando mi pecho a su espalda en un abrazo. Su cuerpo se relajó justo en el momento en que lo hice.

—Hey, buenos días, ¿Cómo dormiste?—sonrió, volteando un poco su rostro para observarme.

—Buenos días—también sonreí, dando un pequeño beso a su espalda—. Muy bien, ¿Y tú?

—Mejor que nunca.

Esta vez se volteó para darme la cara y dejó el tenedor que tenía en su mano en el mesón de la cocina, para poder envolver mi cuerpo en el suyo con más comodidad.

—Que bueno escuchar eso—dije, subiendo mi rostro al suyo. Puso sus manos en mi cara con ternura y dio un corto beso en mis labios que recibí gratamente.

—¿Te lavaste los dientes?—preguntó, frunciendo el ceño.

—No hablemos sobre eso—solté una pequeña carcajada—. Mejor cuéntame, ¿Qué cocinas?—pregunté echando mi cabeza hacia un lado para ver qué había detrás de él.

—Nuestro almuerzo, ¿Te gustan los raviolis?

—Los amo, pero, ¿Almuerzo? ¿Qué hora es?  

—Casi medio día—respondió con naturalidad y yo amplié mis ojos con sorpresa.

—¿Qué?

—Sí, supongo que saltarnos el desayuno no nos importó demasiado.

—¿Me estás diciendo que dormí casi nueve horas?

Aún no podía salir de mi asombro.

—¿Tiene algo de malo?

—No, pero ya te he dicho que mi fuerte no es precisamente dormir. Creo que no he dormido más de cinco horas en años.

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora