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Las grandes manos rodearon mi estomago, al mismo tiempo en que sus dientes muerden suavemente el lóbulo de mi oreja, haciéndome soltar una carcajada, llevándome a dar un pequeño y juguetón golpe en su pecho con mi codo en reacción. Hace unos segundos que intentaba abrir la puerta del apartamento de Sebastian, pero sus caricias y besos desde que bajamos del elevador, lo han hecho una tarea difícil.

Dejamos el restaurante a eso de la una de la mañana, todos ya estábamos suficientemente agotados y algunos bastante ebrios, como para finalmente saber que era hora de marcharnos. Creo que un par de los amigos de Sebastian se quedaron, pero eso fue su decisión, y en cuanto a mi dulce novio, ya estaba muy desesperado por llegar a casa como para siquiera notarlo o importarle.

—Si no me dejas abrir pasaremos toda la noche aquí—le dije, tratando de fingir seriedad, pero no podía evitar sonreír.

—Lo siento, lo siento—soltó una carcajada, enterrando su rostro en mi cuello.

Finalmente logré pasar la llave por completo para poder entrar. Sebastian cerró la puerta tras de nosotros con un empujón de su pie, volteé mi cuerpo hacia el suyo nuevamente y sus labios cubrieron los míos de forma rápida, besándome con pasión y algo de desenfreno, sus dedos se enterraron en mi cabello, mientras su otra mano buscaba la parte baja de mi espalda, y yo desabotonaba su camisa con rapidez y agilidad. Podía sentirse la necesidad y vehemencia en la forma en la que nuestras bocas se buscaban, y los ruidos que empezaban a rebotar en aquellas grandes paredes.

Me separé momentáneamente para buscar un poco el aire, los ojos de Sebastian brillaban con lascivia, mordía sus propios labios al sentir la falta de los míos. Sonreí, llevando mi dedo pulgar hasta su boca, antes de atraerla nuevamente a mi, caminamos torpemente hasta el sillón, su cuerpo cayendo sobre el mío. Sebastian empezó a dejar un camino de besos, desde mi cuello hasta mi clavícula, causando revuelo en mi escote. Sin ningún aviso, a la vez en que sus manos trabajaban en buscar el dobladillo de mi vestido, una bola peluda se interpuso entre nuestras caras, soltando un maullido mientras intentaba subir hasta mi pecho.

—Dios, Maggie, abajo—dijo Sebastian indignado, yo no pude evitar soltar una carcajada. La minina lo observaba con indiferencia, tal como si le importara un bledo lo que él estaba diciendo, mientras me observaba y seguía maullando—. A veces extraño el tiempo en que no le gustaba estar cerca de ti—esta vez se dirigió a mi.

Su comentario sólo me hizo reír aún más.

—¿Qué puedo decir? Soy irresistible—susurré arrogante, al mismo tiempo en que subía un poco mi cuerpo al suyo, sus ojos se oscurecieron en reacción.

—Eso puedes apostarlo.

Iba a besarme de nuevo, pero la felina no quería darnos tregua.

—Maggie, por favor—la observé, hablando desde mi lugar en el sillón hasta abajo, sus ojos verdes me veían fijamente—. Estamos tratando de tener algo de diversión aquí, nos serviría un poco de privacidad. Por favor—repetí.

Maggie entrecerró su mirada con cierto juicio, luego de unos segundos, se dio la vuelta para caminar lejos de nosotros, irguiendo su cola al andar.

—Creo que se enfadó con nosotros—dije, no muy preocupada por ello.

—Se lo compensaremos luego.

Su boca quedó a centímetros de la mía, cuando mi teléfono celular emitió un sonido. Sebastian y yo maldijimos al mismo tiempo, ya la interrupción parecía ser una broma. Él escondió su cara entre mi pecho, mientras yo buscaba alcanzar mi teléfono celular del bolsillo trasero de su propio pantalón, recuerdo que se lo di en el restaurante para que lo sostuviera por mi.

AvrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora