• Capítulo 32. Internado de valores para señoritas

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A la una en punto todas las jóvenes ya estaban recogiendo sus platos. Las cantidades de comida que les ofrecían eran escasas y tenían mal sabor, pero debido al hambre que tenían, ninguna dejaba nunca nada en el plato.

Todas destacaban por tener rostros pálidos y delgados, en parte a la desnutrición  y a las pocas veces que veían la luz del sol.

Por la tarde tenían clases de canto, clases de baile, lenguas y costura. No era común que surgiese algún evento inesperado, pero ese día ocurrieron dos. El primero de ellos, aunque no tan extraño, ocurrió cuando una de las alumnas de cursos superiores había contrariado a una maestra, aunque ella defendía una y otra vez que no era culpable de lo que se le acusaba. La chica recibió veinte azotes en las piernas con la vara que la maestra utilizaba para educar a las jóvenes más rebeldes.

La segunda fue la llegada de una nueva alumna, al parecer perteneciente a una familia pudiente que había pagado un alto precio por su inscripción para que pudiese ser aceptada al momento.

Todas las chicas estaban curiosas por saber quién era la nueva integrante, y su curiosidad fue saciada en la primera clase de la tarde, pues allí no se perdía el tiempo. Incluso una recién llegada tenía que acudir a todas las clases.

La nueva integrante fue probada por las maestras en todas las clases que tuvieron, queriendo descubrir el nivel de conocimientos que tenía y sorprendiendo a todas. En la clase de canto sorprendió con el control de la voz, la perfección en las notas y un tono maravilloso. En las clases de baile destacó muy por encima a la maestra, quien pareció molestarse por ello y regañó a la joven por cosas sin sentido. Fue en esa clase cuando demostró también su carácter dócil, sereno y educado. Por lo general, cuando una joven llegaba a la institución, se mostraba rebelde e insatisfecha al principio, más aún si pertenecía a una familia acomodada. Pero aquella joven había aguantado cada sermón con una calma inigualable.

En la clase de lenguas había vuelto a sorprender a todas, demostrando un nivel muy elevado de Benderiano, lo que congratuló a la maestra y fue halagada por primera vez en el día.

Fue en costura cuando unas jóvenes se atrevieron a acercarse a ella, intimidadas por el aura de la muchacha.

-Buenas tardes – saludó una joven de cabello negro como el azabache y un lunar en la mejilla con una forma muy curiosa – Mi nombre es Beth.

-Buenas tardes Beth – respondió con educación – mi nombre es Cristina.

Las jóvenes, acompañadas de dos chicas más, entablaron una conversación entre susurros, hasta que se terminó la hora de la costura y se levantaron rápidamente para ir a asearse y a cenar.

Cristina se comportó impecablemente mientras intentaba cumplir el objetivo por el que se había metido allí: encontrar a Dafne Brain.

No había tenido la suerte de tenerla en sus clases, pero a la hora de la cena todas las muchachas se juntaban en el comedor, por lo que era el momento perfecto para encontrarla.

No pudo evitar fijarse en las malas condiciones en las que se encontraban todas las jóvenes allí dentro. El lugar estaba muy frío y no había una sola chimenea para calentar las clases ni los salones. La ropa que usaban estaba desgastada, probablemente de haber pasado por varias portadoras. Y cuando llegó la hora de la cena, terminó por comprobarlo; no era más que un cuenco de sopa y un bollo de pan seco. Le parecía imposible creer que aquellas jóvenes aguantasen en aquellas condiciones y entendió por qué todas lucían tan enfermizas.

Buscó con la mirada y encontró lo que estaba buscando. Dafne Brain estaba sentada en uno de los laterales, sin hablar con nadie y centrada en su comida. Cristina se fijó en su apariencia, que, tal como esperaba, hacía decaído mucho. Dafne estaba más delgada y pálida, con ojeras marcadas. Comía rápido, probablemente por el hambre que estaría pasando.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora